Capítulo 47

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Abrí mis ojos suavemente. Sólo podía mirar muchas luces, un techo lujoso, un ruido bastante molesto y un aroma que no se olvida: estaba en un hospital.

—¡Hija, ya despertaste! —me dijo emocionada una mujer pelirroja que se encontraba frente a mí.

—¿Qué me pasó? —pregunté mientras me sentaba en la camilla—. ¿Y por qué estoy aquí?

No recordaba nada, sentía mi cabeza presionada y estaba muy adolorida. Miré a la mujer que estaba junto a mí e inmediatamente todos los recuerdos vinieron a mi mente, esa mujer era Melinda; mi madre.

—¿Mamá? —pregunté nostálgica.

—Así es hija, soy yo —respondió mientras me acariciaba mis mejillas.

—Buenos días señora Morris —saludó mi jefe mientras ingresaba a la habitación—. ¡Qué bien que ya haya despertado doctora Layla!

—Buenos días señor. ¿Cómo está mi hija doctor? —preguntó mi madre angustiada.

—Vamos a ver. —Comenzó a revisarme y a verificar mi estado—. No tiene calentura, sus ojos no están irritados, su presión sanguínea se mantiene bien al igual que su respirar, creo que ya podemos darla de alta Layla, está en un perfecto estado de salud.

—Muchas gracias jefe pero, ¿qué fue lo que me pasó? —consulté confundida, no recordaba nada.

—Tuvo un desmayo, ¿acaso no lo recuerda? —preguntó extrañado.

—Ah, claro. Ya lo recordé —mentí fingiendo una sonrisa; en realidad no recordaba nada. Lo último que mi mente recordaba es que unos destellos de luz envolvieron mi cuerpo, haciéndome perder el conocimiento.

—Bueno doctora Layla, iré a programar su salida, nos vemos pronto. —Se despidió y quedé a solas con mi madre en la habitación.

Ambas nos miramos a los ojos, nos quedamos así por unos minutos, ninguna se atrevió a articular una sola palabra. Las dos llorábamos, nos inspeccionábamos el rostro para ver detalladamente cada facción.

—¿Por qué te fuiste de mi vida mamá, por qué? —pregunté mientras lloraba—. ¿Acaso me odiabas? ¿Qué era más importante que estar con tu esposo y tu hija?

Miles de preguntas y reproches indagaban por mi cerebro. Habían tantas cosas que quería preguntarle a mi madre, tenía muchas respuestas que darme.

—No hija, nada de eso. Yo amé a tu padre y lo sigo haciendo aunque ya no esté con nosotras. A ti ni hablar, eres mi hija, la única persona que me queda en este mundo cruel. Ya hablaremos de este tema cuando salgas de aquí, necesito que me escuches.

Esperamos unas horas y después me dieron la salida. Al salir del hospital, mi madre me llevó hasta el estacionamiento, ella había traído mi auto. Nos subimos al carro y comenzamos con un día que estaría cargado de muchas emociones, aunque no todas serían buenas.

—Primero iremos a la comisaría, hay algo que quiero mostrarte —habló mi madre.

Llegamos rápidamente hasta la comisaría, a mi mente llegaron muchos recuerdos. No podía olvidar las noches en las que estuve aquí para preguntar si había alguna noticia sobre el ataque de Mario en las afueras de la biblioteca. Me empecé a poner nostálgica, pero me contuve y respiré profundo para calmarme, no quería mostrarme débil ante mi madre. Ambas nos bajamos del auto y ella tomó mi mano sutilmente.

—Ten mucha fuerza hija. —Me miró y luego suspiró—. Ya está acabando este martirio.

—¿Me...Melinda Morris? —preguntó tartamudeando un policía que nos topamos en la entrada.

—¿Abraham Dalph? —respondió mi madre mientras lo saludaba con un beso en la mejilla—. ¡Qué bueno verte!

—Pensé que estabas muerta —le dijo anonadado mirándola de pies a cabeza.

—Todos pensaban eso, pero fue una confusión. Es una larga historia. —Sonrió—. Te presento a mi hija, Layla —le comentó ilusionada mi madre mientras me tomaba de los hombros.

—¿Layla Watson es tu hija? —preguntó sorprendido Abraham.

—¿Se conocen? —nos consultó mi madre confundida.

—Mamá, él es el policía que fue encargado en el caso de Mario, y también en el de papá —le respondí.

—¿Mario, el hijo de Hannah y Marion? ¿Qué pasó con él?

—Sí. —Recordé que mi madre no sabía nada acerca de mi compromiso con Mario—. Él y yo nos íbamos a casar, pero él murió la noche de la boda. También es una larga historia que luego te contaré mamá.

—Hija, no sabes cuánto lo lamento. —Me dio un cálido abrazo—. Has de haber sufrido mucho.

—Mamá, ¿y tú de dónde conocías a Abraham?

—El señor Dalph y yo estuvimos encargados en el caso de Tanner Müller.

—Ya veo...

—Bueno, luego seguimos con la conversación, hay algo muy importante que tienen que ver —dijo Abraham cortando la conversación.

Nos llevó hacia el interior de la comisaría, nos hizo pasar por un camino rodeado de varias celdas donde habitaban algunos presos. El ambiente era muy hostil, algunos presos nos decían cosas desagradables y asquerosas. Poco a poco el lugar se hacía más oscuro hasta llegar a la última celda, donde no ingresaba un solo rayo de luz natural.

—Layla, para esto necesitaba que vinieras cuando te llamé. —Abraham llamó a la persona que estaba de espaldas al final de la celda—. Hemos encontrado a la verdadera asesina de tu padre.

Aunque eso ya lo sabía, yo misma lo descubrí, pero siempre la policía quiere llevarse el mérito. Frente a mis ojos se posó Lisa, se encontraba encerrada entre las cuatro paredes de aquel descuidado y sucio lugar, vestía un traje anaranjado casual de prisión y de sus ojos se escurrían algunas lágrimas. Su cabellera rubia se encontraba muy descuidada y sucia.

—Por fin se hace justicia, querida Lisa —dije más aliviada al saber de que por fin todo este martirio acabaría y la culpable de todo ello pagaría.

—Eres una maldita —espetó enojada.

—Dime todo lo que quieras, da igual, no saldrás nunca de aquí, mi madre y yo nos encargaremos de ello —le expresé victoriosa—. Te vas a podrir aquí como lo que eres, una maldita basura.

—¡Te odio Layla! —gritó Lisa por todo lo alto.

—No hagas caso a sus insultos hija, son tan insignificantes como ella. Vámonos de este lugar tan feo, no me trae muy buenos recuerdos —me dijo mi madre tomándome de las manos—. Además hay algo muy importante de lo cual debemos hablar hija mía.

—Claro mamá, vamos.

—Un momento señoritas, hay algo más. —Nos interrumpió Abraham.

—¿Qué pasa?

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