Capítulo 37

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Abrí la puerta y me sorprendí al ver que se trataba de Ofelia, por lo general ella se acuesta a dormir temprano; así que me pareció extraño verla despierta tan tarde.

—¿Qué pasa Ofelia, por qué vienes a estas horas de la noche? —pregunté.

—No pasa nada, al contrario, yo venía a ver si tú estabas bien o si necesitabas algo. Ya es casi la medianoche y me extrañó verte despierta.

—Todo está bien, ya me iba a dormir.

—¿Segura? —preguntó mientras intentaba mirar dentro de mi casa—. Es que escuché un fuerte ruido hace unos minutos y me pareció que provenía de aquí.

—No fue nada, muchas gracias por preocuparte Ofelia, pero ya voy a dormir. Nos vemos mañana.

Cerré la puerta y al volver a la cocina me quedé extrañada, el desorden que había hace unos segundos ya no estaba. Me hice la idea de que seguro todo lo que había ocurrido hace unos minutos había sido producto de mi imaginación, he estado muy cansada, así que pensé que lo mejor sería irme a dormir.

30 de Diciembre

Me desperté muy temprano, estaba decidida a continuar con la misión que tenía mi padre. Recordé que para poder ir donde la hechicera debía tener una cita previa, así que la llame esperando que pudiera tener una campo libre para hoy mismo.

—Habla Madame Escarlata, ¿en qué puedo servirle?

—Buenos días, ocupaba una cita para hoy mismo.

—¿Para qué sería la cita? ¿Consejos matrimoniales? ¿Métodos sexuales? ¿Amarres?

—No, nada de eso. No sé si ya se había comunicado con usted mi padre August Watson, es que soy su hija.

—¡August, claro! Él tenía una cita programada conmigo, es una pena que haya muerto.

—¿Cómo lo sabe? —pregunté asustada.

—Yo todo lo sé, querida. —Permanecí unos minutos en silencio, hasta que ella volvió a hablar—. Él tenía una cita programada para hoy a las diez de la noche.

—¿Tan tarde?

—Sí, ¿vienes o no?

—Sí, allí estaré.

—Bueno querida, te espero.

Colgué y tomé una bocanada de aire, esa mujer sin duda me daba mala vibra, pero tenía que ir donde ella para poder averiguar qué está pasando.

Tomé un rápido baño, salí y me vestí con un pantalón de mezclilla y una blusa color negro, dejé mi cabello suelto y me preparé un sencillo desayuno.

Consistía simplemente en huevo frito con pan tostado y jugo de naranja. Terminé el desayuno y me puse en marcha a buscar a esa mujer que se hace llamar Madame Escarlata, no sabía qué tan largo quedaba su local; así que prefería estar segura desde temprano y no andar buscándola contra el tiempo. Antes de manejar hasta donde ella, preferí pasar primero por el hospital.

No me sentía apta para poder trabajar, ni hacer cirugías; por lo que decidí que lo mejor sería renunciar. Tenía unos ahorros guardados con los cuales podía sobrevivir un tiempo, además yo siempre he sido de esas mujeres que no les avergüenza nada, desde pequeña he ayudado a mi padre.

El que sea doctora no quiere decir que haya nacido en cuna de oro, como popularmente se dice. Mi padre fue un gran escritor, y ganaba mucho dinero, pero después de dedicarse a trabajar en su relojería, las cosas no anduvieron bien económicamente, pero logramos salir adelante.

Estacioné mi auto y me dirigí directamente a la oficina del jefe, en el camino me topé varias personas que me querían dar el pésame por la muerte de mi padre y de Mario. Toqué la puerta y el jefe accedió a que pasara.

—Buenos días jefe.

—Buenos días doctora Layla, se hubiera quedado en casa. Entiendo por lo que está pasando, así que le daré unos días libres para que pueda descansar.

—Es que no venía a trabajar jefe.

—¿Ah no? ¿Entonces?

—Vengo a renunciar.

—No es necesario eso, ya le dije que puede tomarse un descanso. Eres una excelente doctora y lamentaría perderte.

—Es que no creo que pueda ser la misma jefe, ahora estoy muy amargada. Ya no puedo ser igual sin dos de las personas más importantes de mi vida —expresé casi llorando.

—Te entiendo, mi esposa y yo estamos pasando por una dura prueba también. No sabes lo difícil que ha sido superar la muerte de nuestro hijo.

En ese momento entró a la oficina una secretaria.

—Disculpe la molestia señor jefe, pero me pidieron que usted revisara esta acta de defunción, es urgente —habló la secretaria.

—Muchas gracias, puede retirarse —respondió el jefe.

Tomó el acta y empezó a leerla, vi que su rostro era extraño.

—Jefe, si gusta puedo retirarme para que pueda estar a solas.

—No es necesario que te vayas Layla, tú también tienes que ver esto.

—¿Ah sí? ¿Por qué?

—Es sobre tu padre.

—¿Qué pasa con mi padre?

—Layla, lamento mucho decirte esto, pero...

—¿Pero qué jefe? —grité desesperada.

—En realidad tu padre no murió naturalmente, tu padre fue asesinado.

Esas palabras cayeron en mí como un balde de agua fría.

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