Capítulo 7

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Tenía ganas de ir al baño.

—Mario, vuelvo en un segundo —dije— Voy al baño.

—Tranquila, aquí te espero. Hay algo que tengo que decirte.

Me fui a buscar el baño, lo encontré, estaba algo lejos de donde estábamos. Estaba vacío, algo que me pareció extraño ya que el centro comercial estaba bastante lleno ese día.

Entré y había un enorme espejo, me miré y vi mi rostro, estaba maltratado. Tenía la mirada cansada, grandes ojeras y un cabello algo despeinado. Me di cuenta que estaba me descuidando con todo esto que me estaba pasando, abrí la llave del fregadero y tomé un poco de agua, la tiré sobre mi pálido rostro, algo que me ayudó a despertar mis cansados ojos.

Cuando me aproximaba a salir del baño, empecé a sentir náuseas, me sentía mareada y con ganas de dormir... ¡Otra vez esa sensación!

Y pasó.... Caí al suelo otra vez, al abrir mis ojos, estaba sobre la suave cama en el dormitorio de ¿Mario?

Ah, sí. Aquí fue donde terminé la última vez. Mary, la sirvienta, estaba haciendo el aseo en la habitación.

—Por fin apareció señorita Layla, ¿dónde estuvo todo este tiempo? —dijo entre voces Mary— El señor Mario está furioso.

—¿Qué dices? ¿Qué fue lo qué pasó? No recuerdo nada —dije.

—Pues, la verdad no sé señorita, yo sólo recuerdo escuchar los gritos del señor Mario hace unas noches. Por lo que me han dicho los demás trabajadores de la casa, usted no quizo complacer al señor Mario por lo que el intentó asesinarla, pero usted huyó —dijo indignada.

—¿Qué? ¿Asesinarme? —me asusté— ¿Huir? —dije confundida.

—Así es, él tiene a mucha gente rondando por las calles buscándola a usted. Le recomiendo que huya de aquí antes que llegue el señor Mario, no vaya a ser que ocurra lo de siempre —dijo Mary— Y por mí no te preocupes, yo no he visto nada.

—¿Lo de siempre? —pregunté.

*sonó un carro estacionándose*

—Oh por Dios, el señor ya llegó. Salga por la puerta de atrás, apresúrese.

Tomé una sábana de la cama y corrí, como nunca antes lo había hecho. Llevaba zapatos de tacón, lo que hacía que el sonido de cada paso que daba se escuchara bastante fuerte.

Logré salir de la casa, me puse encima la sábana que había tomado, pues, supuestamente me estaban buscando, me quité los zapatos porque me dificultaban correr.
Lo único que se me ocurrió en ese momento fue buscar un lugar solitario, donde no haya mucha gente. ¿Qué tal el bosque?

Por alguna razón, siempre que estaba aquí, en Tanburg, nunca recordaba lo que estaba pasando en mi otra vida.
Luego de caminar por unas horas, encontré un bosque, se veía algo descuidado pero aún así entré.

—¿Abogada Watson? —escuché una voz a mis espaldas.

Volteé a ver, era ¿Tanner?

—¿Tanner? —pregunté— ¿Qué hace usted aquí? ¿Acaso no estaba en la cárcel?

—Lo mismo me pregunto yo, ¿Qué hace usted aquí? ¿No quieres que te encuentre el loco de tu esposo verdad? —dijo Tanner.

—¿De qué hablas? —dije extrañada.

—Ven, sígueme. Te llevaré a un lugar donde estarás a salvo.

Lo seguí, la verdad no sé porque lo hice. Caminamos durante unos minutos hasta llegar a una especie de "cabaña", estaba sumergida en lo más profundo del bosque. A su fondo se podía contemplar el atardecer, que indicaba que el anochecer estaba cerca.

—Es aquí —dijo Tanner señalando la cabaña.

—¿Supones que voy a entrar ahí a solas contigo? —dije.

—No seas ingenua, no te voy a hacer nada —dijo serio.

—No sé —crucé mis brazos.

—Pues como quieras —dijo Tanner y entró a la cabaña.

Me quedé afuera de la cabaña, sentada en una piedra. Empezó a ser de noche y el frío viento empezaba a penetrarse en mi cuerpo, además empezó a llover. La sábana que tenía me protegía un poco del viento, pero no de la lluvia.

No me quedo otro remedio más que entrar, más por necesidad que por gusto.

—Tanner —toqué la puerta— ¿Puedo entrar? Está muy frío aquí afuera.

—Tanner se asomó por la ventana y se rió—

—¿De que te ríes? —dije.

—De nada, pasa.

Entré a la cabaña, se sentía bastante cálida, como el calor de un hogar.

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