fifty

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Habían pasado más de dos semanas desde que Harry fue encerrado en aquella habitación, y la ansiedad comenzaba a corroerle el espíritu. Cada día transcurría de manera lenta y angustiosa, en una espiral de desesperación que no parecía tener fin. Su mente, atrapada en un ciclo de pensamientos oscuros, no podía dejar de revivir el momento en que su tía, en un arranque de furia, le confesó que su destino estaba sellado: lo que le aguardaba era la muerte. Esa terrible revelación había convertido sus días en una interminable vigilia, obligándole a mantenerse siempre alerta, a la espera de lo inevitable.

Por las noches, cuando el peso de la realidad se volvía insoportable, Harry cerraba los ojos y dejaba que su mente vagara hacia un lugar donde la esperanza aún existía. En esos momentos de escape, imaginaba que al abrir los ojos, vería a Louis frente a él, extendiendo una mano salvadora, dispuesto a sacarlo de esa pesadilla. Visualizaba con fervor el momento en que la policía entraba, esposando a su tía Lilit y a su prima Lucille, poniendo fin a su cautiverio.

Sin embargo, la fantasía siempre era interrumpida por la dura realidad. En uno de esos momentos de ensoñación, la puerta de la habitación se abrió, y la voz de Rebeka lo sacó de su frágil refugio mental.

—Hola bonito. Esas heridas se están poniendo feas, es momento de limpiarlas —saludó ella, su voz suave pero firme, mientras sostenía en sus manos una botella de alcohol y un poco de algodón. Sabía para qué los traía; las heridas en su cuerpo empezaban a infectarse, y era necesario limpiarlas para evitar que empeoraran.

Con un gesto que intentaba transmitir calma, Rebeka se arrodilló frente a él. Sus manos, cuidadosas, comenzaron a pasar el algodón empapado de alcohol sobre la piel herida de Harry. A pesar de sus esfuerzos, no podía evitar que la aplicación del líquido ardiera en contacto con las laceraciones. Los golpes que Lilit le había propinado durante los últimos días habían dejado su marca, y más de una vez, Harry había perdido la conciencia por la brutalidad de los mismos.

—Hoy es el día —anunció ella con una sonrisa dulce, mientras acariciaba su mejilla con ternura— por fin serás libre, Harry. No dudes en disparar.

Rebeka procedió a liberar sus manos de las esposas, notando con tristeza las marcas profundas que el metal había dejado en las muñecas de su primo. Harry frotó sus muñecas, tratando de aliviar el dolor que sentía en ellas, pero también intentando calmar el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse en su interior.

—Buena suerte, Hazz —dijo Rebeka, utilizando el apodo cariñoso que había compartido con él en tiempos mejores—, y recuerda que tu libertad vale más que cualquier otra cosa en este lugar.

the auction (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora