Capítulo Doce

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Capítulo doce.

Viterbo, Italia.

13 de abril, 2003

Sin contar el día de partida, llevaban dos días en que nadie de la familia directa estaba en casa, los caporegime de otras ciudades aledañas a Viterbo habían venido para cuidar la casona como se les había pedido y para Rubén eso había sido una de las mejores ordenes dadas puesto que todos ellos habían logrado mantener ocupada a Rubí en nuevos aprendizajes.

El primer día que llegaron, a solo unas horas de la partida de los jefes, tres caporegime; Raffaele Testa, Domenico Serra y Vincenzo Marchetti, tan solo con un vistazo quisieron sobrepasarse con Rubí, pero en respuesta y de forma simultanea los tres recibieron un muy buen escarmiento de la pequeña china. Luego al día siguiente llegaron los otros dos; Alessio Catalano y Stefano Fontana, quienes a pesar de ser advertidos por sus compañeros obtuvieron el mismo resultado. Tenía que confesarlo, siempre había querido que los cinco caporegime, que solían despreciarlo, por no ser Italiano y aun así tener un título dentro de una familia, obtuvieran su merecido y al haber visto como Rubí golpeaba a cada uno de ellos había sentido una satisfacción demasiado grata para un hombre de su edad, de todas formas fingió que estaba en contra y regañó a la muchacha frente a los otros.

Aunque luego, para su sorpresa, estaban todos encantados con ella conversando sobre anécdotas en la organización, algo que parecía tener maravillada a Rubí mientras escuchaba historias de sangre, extorsión y algunos que otros romances inapropiados entre familias. Es por ello que también entraba en una contradicción, odiaba a los cinco hombres en el lugar, pero también agradecía que pudieran mantener a Rubí, aunque fuera un momento, concentrada en otra cosa que no fuera; "¿Cuándo vuelven?". Los días pasados solo había estado hostigando sobre si había recibido alguna llamada, alguna información o algo que le dijera cuando aparecería la familia, a pesar de haber seguido su entrenamiento habitual parecía incluso más ansiosa que él mismo por la salida de los Felivene.

Se acercó al salón en que estaban todos sentados conversando de forma animada, recibiendo de forma inmediata la mirada de aquella muchachita hiperactiva, le sonrió tomándolo desprevenido y luego movió su mano invitándolo a acercarse.

—Sí, vamos, Rubén, únetenos, tal vez puedas escuchar alguna historia de estos viejos que te puedan servir de aprendizaje —comentó Catalano con entusiasmo como si alguna vez hubieran conversado gratamente.

—No creo que sea correcto, debo seguir rondando el lugar.

—Tranquilo, hombre, tenemos a nuestros soldados también en su trabajo —contrapuso Serra moviendo su mano para que se sentara de una vez.

Rubí se levantó llegando hasta su lado, lo tomó del brazo indicándole que se agachara un poco y prosiguió a murmurar.

—Estos hombres son unos completos cínicos, por esa razón hay que tenerlos en la palma de la mano para ser nosotros quienes los sorprenda a ellos.

Se alejó nuevamente ofreciéndole la misma sonrisa del comienzo, no podía negarlo, estaba sorprendido, Rubí había aprendido incluso más rápido que él sobre las relaciones en la familia y tenía una extraña habilidad de leer a las personas que conocía sabiendo con una pequeña observación en quien confiar y en quién no. Pocas veces decía lo que deducía por sí misma, normalmente tenía que pedirle que le comentara como si hubiese sido una tarea obligada durante las misiones, pero esta vez ella claramente había visto el comentario como necesario incluso antes de que él preguntara en que pensaba.

La pequeña mujer aprovechó su desconcierto para llevarlo hasta su lado del sillón y sentarse juntos frente a los cinco hombres que seguían charlando animados mientras tomaban de sus copas algún tipo de Ron sacado de la despensa, y fumaban sus infaltables habanos importados.

Rubí // Killer I: La Joya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora