Capítulo Cincuenta

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Capítulo Cincuenta

Viterbo, Italia

25 de diciembre, 2005

—No cualquier, Roger, sino que la mejor.

Biago golpeó el bastón contra el suelo apretando con fuerza el mango, mientras sentía como la sangre le subía a la cabeza y lo único que necesitaba era destruir lo que había a su alrededor. Se sentía tan cegado, furioso y traicionado que no pudo seguir escuchando la conversación tras la puerta de la biblioteca. Se limitó a avanzar lo más rápido que pudo hasta el primer piso, para luego cruzar los pasillos hasta el sector apartado de la casona en donde se albergaban los soldados.

Se encontró con todo un grupo que parecía charlar amenamente, pero en el momento en que lo divisaron se alzó un silencio profundo que alertó al capodecina poniéndose de pie para saludarlo como era debido.

—Señor Biago —intentó decir algo más, pero antes de que pudiera, Biago levantó su bastón indicando que se callara.

—Entrégame a tu hombre más fiel.

—¿Señor?

—¿Estos eran los hombres de Rubén no es así?

—Sí, señor.

—Entrégame a quien era más fiel, será mi ayudante —demandó sin dar más explicaciones.

El capodecina observó hacia atrás a todos sus soldados, que estaban más que atentos a la situación, pasó su mirada por cada uno de ellos quienes parecían igual de confundidos que él por lo que cuando quiso elegir no supo realmente a quien indicar, decidió volver a ver a Biago con inseguridad, pero antes de que pudiera preguntar y hacer el ridículo uno de los soldados se levantó llegando hasta su lado.

—¿Este es tu mejor perro? —mencionó Biago mirándolo de arriba abajo.

—Adriano, no creo que... —intentó el capodecina, pero a cambio el soldado negó pidiéndole la palabra.

—¿Me aumentaran la paga, Señor? —preguntó con seriedad.

—Eso será lo mínimo, lo único que necesito es que mantengas la boca callada y me seas fiel en todo, igual que un perro —masculló Biago con la rabia aún en su sistema.

—Tengo solo una condición.

—¿Cuál?

—Quiero protección completa para mi familia y que tengan una vida acomodada, que nunca más sufran y entonces me tendrá a su disposición cuando quiera.

El hombre mantuvo la mirada con Biago de forma penetrante y segura, por lo que no tuvo dudas de que estaba obteniendo su sinceridad, además si es que en algún momento el soldado tenía la indecencia de traicionarlo como Roger, entonces podría torturarlo con su propia familia, no así como Roger quien no tenía a nadie, y siendo sincero no podría dañarlo.

Terminó por asentir extendiendo su mano para tomar la del Soldado y así sellar el trato que menguó un poco su enojo.

—Mi nombre es Adriano Caruso, para servirle, Señor Biago.

*

Palermo, Italia

17 de enero, 2006

Rubí pasó sus manos por uno de los tantos adornos de cerámica que tenía Bernardo Provenzano en su sala de estar, notó que no había polvo alguno por lo que seguramente aquellas reliquias estaban muy bien cuidadas por sus empleados. Sospechaba que ese hombre tenía una extraña obsesión por las figuras de animales, pero prefirió no mencionarlo, después de todo no era de su incumbencia los gusto de aquellos con quien trataba. Sintió los pasos de Bernardo incluso antes de que entrara a la sala y con toda su calma, lo vio acercarse hasta sentarse en uno de los sillones expectante a que ella tomara su atención.

Rubí // Killer I: La Joya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora