Capítulo Cuarenta y cinco
Viterbo, Italia
29 de abril, 2005
No había perdido la consciencia del todo y lamentablemente ellos lo habían notado, la habían encerrado en uno de los cuartos de tortura que tenía Basilio y aunque la habían tirado a una esquina amarrando sus manos a su espalda, fueron bastante astutos al inyectarle un sedante para hacerla dormir, cuando se fueron intentó luchar contra el efecto durmiente de la inyección, lo que solo logró aturdirla, intentó levantarse notando tardíamente que también habían atado sus piernas y entonces entre medio de la visión borrosa y el sueño pesado sintió una risa ronca, casi falsa y a la vez difícil de identificar. Elevó su mirada, pestañeando continuamente para no dormir, pero cuando lo vio suspendido en el techo, amarrado de las cadenas que alguna vez la sostuvieron a ella sintió que nada tenía sentido en ese momento.
Flavio no estaba bien, claramente se veía destrozado, su cuerpo que solo conservaba un pantalón roto estaba completamente magullado con grandes heridas en el costado derecho, su boca estaba llena de sangre y en su cabeza había una gran zona manchada que goteaba lentamente. Intentó reincorporarse otra vez, pero no lo logró, el sueño estaba luchando contra ella y quería ganar, se dijo a si misma que había tenido dosis más fuertes que esa, que podría sobrepasarlo y resistirlo, pero le costaba más de lo que podría pensar.
—Es irónico que ahora estemos aquí los dos —escuchó la voz desde arriba, una voz distorsionada por el dolor y tan ronca que podría llegar a doler.
Intentó levantarse otra vez, intentó hablar, pero parecía que su cuerpo estaba en contra de toda petición, ¿qué diablos le habían inyectado para no poder lograr pasarlo? Quizás anestesia para elefante, pensó y sonrió, claramente estaba afectando a su cabeza al razonar estupideces.
—Estamos muertos —escuchó suspirar a Flavio. —Eras nuestra única esperanza, ahora ambos moriremos.
—No... no te... no te apresures —masculló con dificultad. —Nos sacaré de aquí... y... y... obtendremos todo de regreso... es una promesa —susurró lo último intentando arrastrarse por el suelo, pero lo siguiente que supo es que alguien volvía a entrar a la habitación y la tomaba entre sus brazos.
Quien fuera la estaba llevando lejos mientras los gritos de Flavio comenzaban a escucharse dentro del sótano, cerró los ojos sintiendo su dolor, pero por más que intentó removerse y luchar para ir a salvarlo no pudo contra la pesadez de su cuerpo.
*
Viterbo, Italia
30 de abril, 2005
El ajetreo dentro de la sala de reuniones era evidente incluso antes de entrar, pero sabía que aquel ambiente no era de disgusto, se adentró con tranquilidad observando cada detalle del lugar. Los hombres que se hacían llamar caporegime estaban celebrando junto al nuevo Don de Viterbo, pasando copas, brindando y divirtiéndose con cada cosa que salía de sus bocas en cuanto a un supuesto triunfo en el que él había sido parte bajo las sombras.
—¡Greco, Donato Greco! —escuchó su nombre y se giró de inmediato a ver a Gioto Vitelo sonriéndole ampliamente. —¡Hombre hasta que llegas!
Se acercó a él abrazándolo como viejos amigos a los que Donato simplemente sonrió recatado teniendo que caminar junto a él hasta el centro de la mesa. Todos detuvieron su conversación observando con orgullo la escena y suspendiendo sus tragos por un momento para escuchar al Don.
—¡Este hombre de aquí hizo que todo fuera posible! —comenzó Gioto evidentemente pasado de copas. —¡Un brindis por el mejor consigliere de esta nación! —exclamó levantando su copa y en efecto dominó todos efectuaron la misma acción. —¡Salud!
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Rubí // Killer I: La Joya.
ActionEn un mundo en el que no se puede confiar en nadie, ella llega sin armas ni memoria para defender al sottocapo de una familia mafiosa en Italia. En un mundo en el que en realidad nadie la dejará participar, tendrá que demostrar con sangre y sudor, q...