Capítulo Treinta y cinco

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Capítulo Treinta y cinco

Civitavecchia, Italia

16 de enero, 2004

Franco Felivene jamás había sentido tanto miedo en su vida como aquella mañana en la que despertó con la llamada de un desconocido que estaba obligando a Idara a darle un mensaje. No estaba seguro si es que los desgraciados querían solo dinero o tal vez que le entregaran algo más en particular, solo pudo pensar en salir de su casa tal y como ellos le habían dicho, desarmado y con la cantidad de dinero en maletas.

Durante todo el camino, el llanto de Idara se le repetía en la cabeza y no tenía nada más como para decir que lo pensó premeditadamente, pudo haber contactado a sus guardias, a sus soldados o incluso a Rubí, pero no había tenido el tiempo suficiente como para hacerlo. El problema aumentó cuando llegó a Tuscania encontrando sangre por todos lados y el llanto desolado de una mujer en medio de la sala. Corrió adentro notando los cuerpos en el suelo hasta encontrar a Idara amarrada a una silla, se tiró al suelo comenzando a desatarla cuando alguien por detrás hizo chocar la boca de fuego de una pistola en su nuca obligándolo a detenerse.

—El menor de los Felivene —rió el tipo junto a otro más. —Jamás pensamos que sería tan fácil.

—Te dejamos un regalito —señaló otro hombre con la cara enmascarada posicionándose detrás de Idara. —Ella está viva, un recuerdo de que podemos volver por más —palmeó los hombros de Idara haciéndola llorar con más fuerza y luego ambos tomaron las maletas que había dejado en la entrada para salir riendo del lugar.

—Tenemos que irnos —fue lo único en lo que pudo pensar cuando escuchó un auto alejándose.

Desató completamente a Idara sosteniéndola en sus brazos cuando cayó llorando desesperada por sus familiares muertos. No lograba entender lo que gritaba y sollozaba por lo que simplemente se preocupó de sostenerla mientras intentaba fraguar un plan. Fuera lo que fuera que estuviera pasando realmente necesitaba sacar a Idara del país para ponerla a salvo, esos hombres solo habían pedido dinero, una cantidad exorbitante, pero nada valía más que la vida de su preciosa Idara, de todas formas los cuerpos inertes en la sala decían algo más. Una amenaza, una advertencia, pero seguía sin comprender para quién, no se sentía para nada perturbado, no entendía si es que realmente era un mensaje para él, pero no recordaba estarse metiendo en nada imprudente ese tiempo como para que dejaran algo así.

—Idara, vamos —intentó levantarla con la calma contenida mientras Idara lloraba aferrándose al cuerpo de su madre en el suelo.

La pobre estaba destrozada y podía comprenderlo, pero lo principal era moverse antes de que esos tipos volvieran y recordaran que habían dejado a Idara como evidencia de todo. Cuando finalmente logró llevar a la mujer a su auto volvió a la casa buscando algo de ropa y antes de que pudiera pensarlo más se adentró a su vehículo trazando el curso hacia Civitaveccia.

Ese era el único lugar al que podrían ir para escapar, lo tenía ya pensado, hablaría con uno de los aliados de Biago y así se encargaría de pedir que embarcaran a Idara en uno de los barcos de exportaciones, la dejaría partir lejos, asegurándose de que estaría bien en otro lugar. Pero cuando tocaron puerto Idara no pareció muy de acuerdo con las ideas de su cabeza. Ella lo detuvo y ahí estaban por lo menos hacía media hora discutiendo dentro de un auto sobre el próximo movimiento.

—No me iré, ¿Dónde quieres largarme? ¿Así estarás mejor tú? ¡Esos hombres mataron a mi familia por estar relacionada contigo! ¿De qué me sirve huir ahora? —sollozó tapando su rostro.

—Idara, necesitas ir lejos es la única forma de que pueda averiguar porqué hicieron todo esto, necesito tiempo y la única forma en que me sienta seguro es que vayas a otro país.

Rubí // Killer I: La Joya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora