Capítulo Cuarenta y tres

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Capítulo Cuarenta y tres

Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano

06 de marzo, 2005

Se levantó abrumada con el aroma todavía a su alrededor, pero extrañamente luego de muchas horas había logrado encontrar la movilidad de su cuerpo, observó la habitación en que se encontraba, un extraño y sombrío lugar que tenía un mueble lleno de velas encendidas y un incensario frente a la puerta que se encontraba aun encendido puesto que aún se percibía el aroma de él, pero entonces... ¿por qué? ¿Por qué ya no le afectaba? ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Qué había ocurrido?

Caminó confirmando que sus articulaciones, aunque estaba un poco agarrotada, podía moverse sin complicación alguna, agitó su cabeza intentado eliminar las imágenes que se habían agrupado en su inconsciencia y aunque sabía que los recuerdos estaban ahí latentes cada vez que cerraba los ojos prefirió borrarlos y concentrarse en su cometido.

SÍ, había recordado todo, pero eso no importaba.

Abrió la puerta encontrando un largo pasillo solamente iluminado de velas, podía sentir el frío del cemento bajo sus pies, al parecer ni siquiera recordaba haberse quitado los zapatos, pero no se preocupó de buscarlos en la habitación, solo sabía que necesitaba encontrar a la mamma santissima y ya se estaba retrasando bastante con todo el desastre. Se preguntó como estarían las cosas en Viterbo, ¿Basilio habría abierto los ojos? ¿Habría detenido a los Vitelo o habría sido tan imbécil como para seguir creyéndoles la farsa de ser aliados? Se preguntó, cómo estaría Biago, ¿habría despertado ya? ¿Habría salido del estado crítico o habría empeorado? Quiso no ir por ese lado, no quería pensar en que podría perderlo, ya había sido demasiado tiempo separados como para tener que soportar su muerte, no quería volver a perder al segundo hombre que había amado en su vida.

Llegó finalmente hasta un salón con algo que parecía un trono en el centro, a los costados podían verse filas de velas y esculturas de santos, parecía una iglesia abandonada, sin luz y sin las bancas para sentarse a adorar a Dios, a cambio solo había una larga alfombra que llegaba a los pies del trono en donde estaba la mujer que había visto antes, con las piernas cruzadas y sonriendo con total soltura, parecía tan imponente, tan temible y a la vez tan acogedora que no supo cómo actuar. Tomó una larga respiración y decidió finalmente acercarse, ya estaba ahí y tenía que terminar de una vez.

—Hasta que despiertas, Rubí —saludó la mujer, sorprendiéndola.

—Sabe mi nombre.

—Sé el nombre de todo aquel que pase más allá de un confessio, Rubí —señaló obvia. —Lo que me llama la atención es que hayas logrado llegar viva, ¿cómo le has hecho?

—¿Qué tiene de sorprendente haber pasado a los guardias de una Basílica? —contrapuso Rubí alzando una ceja, aun le parecía haber dado demasiado fácil con su destino si es que realmente esa mujer era a quien buscaba.

—No hablo de los guardias, Rubí, hablo del incensario...

—¿El incensario?

—He pasado mi vida investigando las hierbas y sus componentes, Rubí, he olido y probado todo lo que este mundo me puede ofrecer, lo que aquellos incensarios contienen es un tipo de gas natural letal que puede detener el sistema respiratorio en tres minutos y matar en cinco. Pero mírate... estás aquí, frente a mí... viva. ¿Cómo lo has hecho?

La mirada de esa mujer era penetrante en donde podía reflejarse claramente el asombro y la verdad de sus palabras, pero para Rubí no tenía ni una pizca de sentido, sí conocía tipos de gases letales, pero el aroma que había percibido no era ninguno de ellos, además conocía otras sustancias químicas que podrían producir lo que la mujer explicaba, pero nada de ello justificaba lo que ella quería saber, porque claramente y aunque lo deseara, Rubí tampoco tenía la respuesta.

Rubí // Killer I: La Joya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora