Capítulo Cincuenta y uno

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Capítulo Cincuenta y uno

Palermo, Italia

12 de abril, 2006

Era el día, el día en que por fin arrestarían a Bernardo Provenzano y aunque sabía que el hombre había sido bastante bueno con ella, no podía evitar sonreír al completar por fin la primera de las grandes calamidades de Cosa Nostra.

Se estacionó frente a la casona de Provenzano, pero extrañamente no había nadie alrededor, los guardias no se divisaban ni siquiera en los puntos estratégicos, por lo que inevitablemente cuando bajó del auto tomó su arma por precaución. Avanzó hasta la entrada y se encontró a una de las viejas amas de llaves quien le sonrió con una mirada nostálgica y adorable a la vez.

—¿Viene por el Señor, Señorita? —Rubí asintió.

—¿Qué ocurrió?

—Luego de su última visita, el Señor se fue a Corleone con un Pastor amigo de la familia.

—¿A Corleone?

—Sí, queda a una hora y media de aquí, ahora le doy la dirección, Señorita.

La mujer, sin esperar respuesta, se adentró a la casona y volvió solo unos segundos después con un pequeño papel garabateado.

—Hace poco uno de nuestros hombres salió para llevarle ropa limpia, aún no sé por qué es que el Señor se fue a una casucha, pero supongo que se está preparando...

Rubí asintió, no quería ahondar en el tema y antes de partir se despidió de la mujer con un ademán. Claramente Provenzano ya había preparado todo a su gusto y no había forma en que el hombre se arrepintiera en el último momento.

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No fue realmente difícil encontrar la localidad, ni mucho menos dar con la casucha en la que se estaba quedando Provenzano, en el camino divisó al escuadrón de la policía anti-mafia y supo de antemano que debía ir con cuidado. Había querido seguir el proceso solo por curiosidad, pero en ese momento no estaba segura si es que realmente estaba de acuerdo con el trato que había hecho.

Cuando por fin logró llegar los policías habían rodeado el lugar, un anciano acompañaba a Provenzano quien al parecer estaba aterrado ante el interrogatorio agresivo de los uniformados, mientras que a unos pasos estaba Bernardo a la espera de las preguntas. Rubí se bajó del auto a unos metros en donde se estaba aglomerando la gente mientras los hombres terminaban el operativo. Logró escuchar desde su distancia como los hombres intentaban reafirmar su identidad, pero Bernardo se negaba a hablar, en algún punto cuando por fin lograron cruzar sus miradas ligeramente, Rubí le sonrió con altanería a lo que él le respondió de la misma forma.

—Soy yo —confesó de pronto tomando desprevenidos a los policías que estaban intentando sacarle palabra.

Solo aquella frase bastó para que el operativo se diera por completado, se escucharon las radios de los comandantes que daban el pase a que se lo llevaran y lo registraran, en medio de su ropa maltrecha encontraron una gran cantidad de pequeños papeles, seguramente Pizzini, el medio que tenía Provenzano de comunicarse con su gente.

Lo observó por última vez encontrando aquel hombre que recordaba en su pasado, cuando era pequeña era un ser imponente con traje que parecía siempre saber todo lo que podría pasar, y aunque ahora a pesar de que su vestimenta era solo andrajos y suciedad, cuando por última vez sus miradas se encontraron no pudo negar que aún seguía siendo un hombre calculador y frío, seguramente moriría en la cárcel, pero sabía perfectamente que él lo estaba haciendo bajo su voluntad.

Rubí // Killer I: La Joya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora