Silencios que hablan

189 11 0
                                        


- ¿Qué sabes sobre mí?

La pregunta sonaba sorda sobre la mesa del café. Sergei parecía distinto esta vez; sumido en sus pensamientos, con la mirada distraída en alguna parte indeterminada, tenía la actitud de otra persona desconocida hasta entonces,  como si hubiese abandonado su papel de galán por un momento y se le hubiesen caído todas sus máscaras por accidente. 

- Sergei. Qué sabes sobre mí

La insistencia lo trajo de regreso hacia ella; durante un par de segundos la estuvo mirando, extraviado aún en ese mundo desconocido, hasta que la revelación de su propia vulnerabilidad le hizo recuperar la pose que se le había escapado. Sonrió.

- No te preocupes. No le contaré a nadie lo pervertida que eres.

- No evadas la pregunta

- No la evado. Es sólo que ya la respondí. Sé todo, pero no me parece buena idea hacer un desglose.

Sofía lo miró con curiosidad, pero luego se echó hacia atrás en el asiento.

- Sólo fanfarroneas. No tienes idea de nada.

Sergei la escrutó con la mirada, evaluándola. La mirada insistente y silenciosa del muchacho comenzó a inquietarla, así es que desvió sus ojos hacia otra parte, como si le hablara a alguien más.

- Si supieras algo de mí -le dijo- ya te habrías lucido. Porque parece que es todo cuando sabes hacer: lucirte.

- ¿Y no has considerado la posibilidad de que mi silencio sólo quiera protegerte?

- ¿Protegerme? ¿De qué?

- De la exposición. Me parece descortés exponerte, como se expone un juego de naipes sobre la mesa. Es tu timidez la que me detiene.

- Yo no soy tímida

- Sí lo eres. Nunca te ha gustado que la gente sepa demasiado sobre ti porque ya averiguaste de mala manera que el conocimiento es poder. Muestras esa careta de chica fuerte y segura de sí misma (que, por cierto, no te sale bien), pero en el fondo sigues siendo la chica que papá abandonó a los seis años para irse con otra mujer, ¿o me equivoco? No, no me equivoco, porque ahí está ese gesto de incomodidad disfrazado de ira, y digo "disfrazado de ira" porque no tienes verdadera rabia, ¿verdad? sólo estás triste, pero no te gusta que nadie lo sepa, porque detestas el papel de víctima y no te gusta la idea de que alguien pueda sospechar que eres vulnerable. Y por lo visto ya he hablado más de lo que debería. Te dije que no era buena idea.

Sofía no decía nada porque no podía.  Ni siquiera estaba molesta; se había quedado en blanco, sin saber si negar todo lo dicho, si enojarse y confirmarlo  o si cambiar de tema.  Así que optó por lo único que le quedaba: guardar silencio.

Sergei también calló. Se quedo mirándola, como si quisiera escuchar sus pensamientos, y terminó por encontrarse con los suyos. Había algo en la actitud de esfinge de esta chica que traicionaba sus propósitos y lo llevaba a tentar su destino. No era una belleza típica, pero sí tenía un hermoso rostro; algo duro en el gesto, algo severo en la mirada, pero cándido y pulcro a la vez. Un dejo de fortaleza y extrema fragilidad  parecía desprenderse de ella; quizás era esa dualidad lo que empujaba al lobo que habitaba en él a querer destruirla con sus colmillos y al mismo tiempo echarse a sus pies.

- Te necesito - dijo él de pronto, inesperadamente.

Sofía pareció despertar de un sueño. ¿Qué?

Él también pareció contrariado, como si se le  hubiese escapado la confesión sin su permiso. Pero recuperó el temple rápidamente y se acercó a ella, tomando sus manos.

- Necesito que me ayudes.  

- ¿Qué? ¿Yo?

- Nadie más puede hacerlo. Y no sé por qué intuyo que no me harás daño.

- ¿Por qué iba a ayudarte? 

- Porque yo también te puedo ayudar a ti. Ya sabes, en tu caso.

- ¿Y por qué debería confiar en ti?, no has hecho más que mentir todo el tiempo

- Ocultar no es mentir. Hay cosas sobre mí que es mejor que no sepas aún. Prometo que te las contaré algún día, cuando sea seguro. Sólo que no ahora. Créeme, lo hago para protegerte a ti.

Sofía sintió deseos de salir corriendo de allí. Algo le decía que era peligroso, que qué diablos hacía con ese sujeto que había sido buscado e investigado por la policía. Pero ahí estaba. Mirando esos ojos bonitos y sintiendo la temperatura de sus manos sobre las suyas. No pudo escapar.





El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora