Primera avanzada

157 8 0
                                    

Octavio abrió la puerta. Llevaba el torso desnudo y unos jeans manchados de pintura. Los pies descalzos  y los pinceles en la mano fueron evidencia inmediata de que había interrumpido su trabajo y que hubiese sido mejor llamar antes de ir. Pese a ello, el gesto de complacencia en el rostro de Octavio al verla le dio tranquilidad.

- ¡Qué gran sorpresa! Pasa, disculpa la facha.

- No, perdona tú por llegar sin aviso.

- Tú no requieres avisar para venir. Siempre serás bienvenida. ¿Te puedo ofrecer algo?

- No, gracias. Trataré de ser breve

- Qué lástima. Al menos siéntate. Dame un minuto para ir a cambiarme.

Sofía lo vio alejarse y no pudo evitar pensar en lo atractivo que era. Tenía un cuerpo esbelto, bien formado, aunque no atlético, y aunque tenía un rostro muy bello, era toda masculinidad. Y estaba, además, su carácter, más maduro y afectuoso que Sergei, y el halagueño interés que demostraba por ella. Sin embargo, estaba consciente que no entraría en otra relación con un desconocido. Menos un amigo de Sergei. 

Volvió pronto y se sentó junto a ella en el sofá.

- Soy todo tuyo; dime qué necesitas de mí, a qué debo el agrado de tenerte en mi casa.

- Necesito que me digas si sabes quién es la persona que acompaña a Sergei en esta fotografía.

Octavio la examinó detenidamente, pero tras algunos minutos, se la devolvió.

- No tengo idea. Pero, ¿por qué no le preguntas a Sergei?

- No sé nada de él hace mucho tiempo. Para ser exacta, desde la última vez que estuvimos aquí.

Los ojos de Octavio se quedaron fijos en los de ella, como digiriendo la noticia.

- Así que desapareció otra vez.

- ¿Otra vez?

- Sí, le gusta eso de irse por largos periodos. Según él, anda dando conciertos, pero yo creo que tiene una mujer en alguna parte del mundo.

Sofía no pudo esconder una involuntaria reacción corporal nerviosa, pero no dijo nada. Octavio continuó, pese a que evidentemente había tomado nota de su gesto.

- A veces tarda un mes en volver. Otras, un año o más. Pero puedes llamarlo.

- No, prefiero que no.

- ¿Por qué?

Bueno, pensó ella, se fue sin despedirse, seguramente ya no querrá verme ni saber de mí. Menos si es cierto eso de que tiene una mujer por ahí. Pero, en cambio, dijo:

- Puede estar ocupado.

-  Si está ocupado te llamará después.

- No. Bueno, no te quito más tiempo, ya me voy.

- Ah, no, no - dijo él, tomámdola del brazo - No dejaré que te marches tan fácilmente. Sergei podrá ser un idiota por dejarte sola, pero yo no.

La sonrisa de Octavio era francamente encantadora.

- Octavio, agradezco tu amabilidad, pero

- ... pero qué? ¿Tienes que ir a buscar al hombre de la fotografía? ¿Por qué es tan importante?

Sofía estuvo tentada de decirle que era su padre, pero ya había sido bastante ingenua antes como para seguir siéndolo, así es que respondió

- Me llamó un colega solicitando la información.

- Ya, entonces tu colega tendrá que esperar, porque yo te voy a preparar ahora mismo un martini de miedo y vas a acompañarme un rato más. He pasado solo ya muchos días. Y ya que no está Sergei para aburrirnos con su latera charla de que "yo esto" y "yo lo otro", vamos a tener una conversación de verdad.

Sofía tenía muchas ganas de decirle que no, que se iba, pero Octavio era tan amable que pensó que sería una descortesía horrible de su parte, así es que se quedó. Y estuvo allí toda la tarde y gran parte de la noche, hasta que él la fue a dejar a su departamento. Y volvió a verlo al día siguiente, y el posterior a ése, y así muchos más, porque de alguna manera Octavio se las arreglaba para pasar tiempo junto a ella.

Fueron juntos a la casa de la señora Montenegro, quien se mostró más que sorprendida por la nueva amistad de Sofía y la desaparición de Sergei. Recordaron con risas la noche en la que Sofía se había retirado, ofendida, y ella recordó, para sus adentros con algo de nostalgia, que esa había sido la primera noche que ella y Sergei habían estado juntos. La señora Montenegro revisó la foto y no supo decir quién era el caballero junto a Sergei, aunque admitió que le resultaba cara conocida, por lo que pensó que seguramente su ex-marido lo conocía. 

Bebieron mucho esa noche, y con cada copa la memoria de Sergei comenzaba a hacerse más intensa. Sus ojos, sus hermosos ojos azules mirándola sonrientes, su boca apasionada, su figura grácil, su cabello ambarino cayéndole sobre la frente, el peso de su cuerpo, la violencia de su sexo, sus gemidos, la temperatura de su besos, hasta que la memoria se hacía demasiado pesada para cargarla en público y trataba de distraer el pensamiento en otra parte. Durante todo ese tiempo estuvo cuestionándose si el silencio de Sergei no sería por su reclamo de la última vez que estuvieron juntos. Y aunque sentía que era perfectamente válido, se recriminaba en ocasiones pensando que podría haber estado enredada entre sus brazos en ese mismo momento en lugar de estar comiendo y bebiendo con gente que le simpatizaba pero que no le provocaba el menor interés. Bueno, no tanto interés.

Octavio era un tipo interesante. Y bueno. Y aparentemente más estable que Sergei y más interesado en ella. Pero era como comparar fuego y mar. Mientras Sergei era para ella todo cuerpo y pasión, Octavio se le figuraba como un oleaje frío y nocturno, tranquilo y hermoso. Mientras Sergei era el desconcierto y la duda, Octavio representaba la certeza. Si Sergei era el peligro, Octavio era la seguridad. Con todo esto en su cabeza no supo cómo esa noche terminó sentada nuevamente en el sofá de Octavio, escuchando sus calurosos susurros y tiernas insinuaciones. Así, sin más, Octavio estaba de pronto besándola con su boca de mar salado y frío, y recorriendo su espalda con demasiada delicadeza como para provocar alguna pasión.

Quizás fue el alcohol, o la inevitable comparación de esta boca y estas manos nocturnas con las que le quitaban la razón; el hecho es que antes de que su conciencia pudiera defenderla del ridículo, se echó a llorar. Y ahí terminó la primera avazada del marinero, porque tras largo rato esperando alguna explicación al llanto repentino, Octavio optó por dejarla en su pieza y llevarse una frazada al sillón.


El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora