El regreso

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Sofía entrando en su departamento. Sofía saliendo a su oficina. Sofía conversando con un transeúnte. Sofía hablando con los músicos. Sofía, desde la soledad de su ventana, mirando la nada. 

Al principio no supo qué le llevó a seguirla de un lado a otro. Primero pensó que era para comprobar que los temores de Octavio no eran ciertos, pero al poco andar debió confesarse que nunca creyó que aquello fuese posible.  Luego desplazó la inquietud hacia un posible ataque de Octavio a Sofía; pero debió desechar aquella idea casi tan pronto como apareció. Mientras Sofía no estuviese en su vida, sabía que no representaba especial peligro para su amigo. Finalmente tuvo que aceptar que simplemente la echaba de menos, que se había acostumbrado a estar con ella, a verla todos los días y que la abrupta interrupción de la comunicación entre ambos era tan dolorosa para él como parecía serlo para ella. La amenaza solapada de Octavio no sólo había servido para separarlos, sino principalmente para darse cuenta de que, efectivamente, tal y como se lo había advertido Estela, se estaba enamorando. Quizás era buen momento para huir.

 Las primeras semanas de ausencia fueron todo un reto, principalmente porque estaba tan cerca de ella que le hubiese bastado cruzar la calle para llamar a su puerta y terminar con la agonía.  Luego se fue convirtiendo en una rutina; tenía que verla aunque fuese una vez en el día. Para cuando Estela le advirtió que estaba a un paso de calificar para acosador y que lo mejor era desistir, ya no había vuelta atrás; el dolor se le había incrustado en el pecho, como un síndrome. 

Impulsado por Estela, se fue nuevamente en busca de pistas sobre su padre, esperando despejar su mente y su corazón, pero mientras viajaba siempre terminaba regresando con el pensamiento hacia Sofía. Finalmente, y luego de ir de un lado a otro sin encontrar absolutamente ninguna pista sobre su padre, decidió volver, pensando que Sofía ya no le buscaría y resignado a no buscarla él tampoco. Las noticias que Estela le dio, sin embargo, lo cambiaron todo.

No había nada que pensar. Sin siquiera meditar en lo que iba a decir o explicar, agarró lo que le quedaba de humanidad y se fue directo a la única puerta del mundo que quería golpear. 

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora