Cuando se enteró del plan, estuvo a punto de echar todo atrás. No pocas veces había evaluado la posibilidad de vivir una vida normal, tener éxito, viajar, conocer gente bonita; pero su padre era todo para él: su raíz, su cable a tierra, su familia y no estaba dispuesto a renunciar a ello.
La señora Montenegro había averiguado casi por casualidad que el general Bianco del que le había hablado Sergei en más de una oportunidad era, en realidad, el general Blanco, que provenía de Chile y que el bastardo tenía una hija. Que esa hija había seguido los pasos del padre y que trabajaba para el departamento de Inteligencia, pero que era lo suficientemente joven para ser considerada una novata en estos asuntos. Que estaba soltera y que tenía más o menos la edad de Sergei. Todo lo que tenían que hacer era arreglar un encuentro entre ambos y tratar por todos los medios de generar algún tipo de amistad, de preferencia un interés amoroso. Así Sergei podría infiltrarse con relativa facilidad en su departamento y en su computador, averiguar sus claves y acceder a toda la información.
El plan quedó definido cuando la señora anunció que tenía un abogado especialista en derechos humanos que vivía en Chile y que tenía vínculos con altos mandos en la oficina de investigaciones para la cual trabajaba Sofía Blanco. Sabían que la visita de Sergei a Chile activaría algunas alertas, por lo que iban a sugerir, como tributo a la memoria de su padre, que se encargase a la chica la tarea de averiguar en qué andaba el violinista. Así él tendría la excusa perfecta para entrar en su mundo sin necesidad de buscarla en primer lugar.
Al principio Sergei se mostró reacio a seguir el plan; le parecía macabro prestarse para engañar a una chica que poca culpa tenía de los pecados del padre. Pero luego le hicieron ver que si se había enlistado en la policía tomando el ejemplo de su padre, no podía ser de los trigos muy limpios y que probablemente se lo merecía.
Así fue como terminó por subirse al avión y comenzar su temporada de conciertos en Chile.
Cuando la vio en una fotografía la primera vez, la verdad es que no le causó ninguna impresión. Sólo una chica corriente, de gesto adusto y porte altivo. Pero verla en foto y verla en persona eran dos cosas totalmente distintas.
Tras el concierto, se fue de paseo, a sabiendas que ella lo seguiría. Caminó lentamente por la ciudad, dándole tiempo de encontrarlo, hasta que un indigente le tironeó el abrigo al paso
- Una monedita, señor...
- Disculpe - le respondió - no traigo dinero ahora mismo
- Ah, qué lástima. Si quiere le presto un poco del que tengo yo - bromeó el hombre, haciendo sonreír a Sergei
- ¿Y cuanto tiene para prestarme?
- No mucho, pero nos alcanza para comprar un copetito. Tiene que ir a comprarlo usted, eso sí, porque a mí ya no me venden
Sergei sonrió
- ¿Qué es un copetito?
El hombre soltó una carcajada y empinó el codo, haciendo el gesto de beber, a lo que Sergei respondió riéndose también.
- Es muy temprano para beber, amigo
- No, nunca es tarde para beber. Siempre es tarde para dejar de beber. ¿Ve? Por eso estoy aquí.
Sergei iba a seguir conversando cuando alzó la vista y la vio entre la mulitud. Ahí estaba, con su mirada enganchada en la de él, como la presa hipnotizada por su depredador, con su traje de dos piezas perfectamente planchado, su cabello bien peinado y actitud seria, como en la fotografía. Pero la foto no le había hecho justicia: era realmente bonita. Ojos grandes, rasgos finos, labios moderadamente gruesos, cabello largo y un cuerpo que parecía hecho a mano. La vio de pronto hacerse un lío al verse descubierta, girar rápidamente hacia un centro comercial y perderse entre la gente, de modo que se despidió rápidamente de su nuevo amigo y se fue, sin saber por qué, tras ella. ¿Qué iba a decirle si lo encaraba? Algo inventaría. Podría ser un buen comienzo o uno terrible. No podía saberlo. Sólo siguió caminando a la siga de sus pasos, hasta que la vio entrar en un edificio de departamentos y supo que debía detenerse.
Esa noche pasó varias horas cuestionando si lo que estaba haciendo estaría bien o no. Encontrar a su padre se había vuelto lo más importante en su vida, pero no sentía que atropellar a los demás para conseguirlo pudiese calificarse como algo justificable. Acabó por prometerse que si se daba cuenta de que la chica valía la pena, dejaría el plan de lado. Pero las cosas fueron complicándose sin que él tuviese mucho que hacer al respecto.
La noche de la gala por el aniversario de la ciudad la esperó con impaciencia, escondido entre los músicos y los políticos, hasta que apareció, radiante, por la puerta principal. Notó de inmediato que no era el único que la miraba. Había que ser ciego para no notar a una mujer curvilínea entrando con un vestido rojo, más aún si a la belleza del cuerpo la acompaña un cuello enhiesto y un rostro angelical. La observó caminar como un lobo solitario entre la farándula del arte hasta que llegó la hora de la comida. Procuró sentarse relativamente cerca de ella, en una mesa llena de músicos, a los que entretuvo con historias de viajes y otras que inventó en el momento. Toda su verdadera atención estaba puesta en ella, su víctima, a la que debía seducir sin pensar en escrúpulos. Trataba de asociarla a Bianco, pensaba en el gesto del hombre, en su hálito alcohólico, en sus dientes amarillos, en el bocio de su cara, en su carcajada estrepitosa, pero no lograba hallar nada de él en ella.
Hasta que sucedió algo insólito. El alcalde, de todas las mujeres a las que podría haber elegido para el primer baile de la temporada, decide elegirla a ella; y para colmo, ella se resiste graciosamente. El espectáculo es hilarante. El hombre empieza a sudar de nervios, porque sabe que todas las miradas están sobre él, mientras ella, como una ídola furiosa, le niega la mano y hasta la tironea hacia atrás para zafarse. Para cuando otra mujer lo rescata del ridículo, ya es tarde. El hombre entra en la pista de baile, rojo de vergüenza por la humillación.
Sergei se quedó mirándola; se veía graciosísima, hecha un nudo de piernas y brazos como si tratase que se la tragara la tierra. ¿Por qué le gustaba tanto esta chica? ¿Sería porque sabía que no debía interesarle seriamente? Al fin ella llevantó levemente la mirada hacia él. Sergei no quiso desviar la vista, de modo que se miraron a los ojos durante algunos segundos, hasta que ella miró hacia otro lado, como si buscase a alguien. La vio irse caminando hacia el bufé y pensó que ya no tenía caso aplazarlo más. Iría tras ella. Le hablaría. Es más, la invitaría a bailar, a ver si a él lo rechazaba como al alcalde.
Se acercó lo suficiente como para quedar a menos de 50 centímetros. Esperó que comiera algo y luego, tras darse ánimo y recordar a su padre, tocó su hombro.
Sofía giró la cabeza lentamente, diríase que con fastidio, hasta que lo vio. Su expresión de sorpresa era impagable.
- Señorita - le dijo, en el tono más educado que pudo - ¿Bailaría conmigo?
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El caso 22
RomanceUna joven detective es enviada a investigar un caso de espionaje internacional, pero nada es lo que parece. El sospechoso, un joven y atractivo violinista, da vuelta su mundo al revés, obligándola a revisar su propia historia y a lidiar con el deseo...