Bruno nunca había querido ser policía. Ya desde pequeño sabía que lo suyo era el arte, por más que sus padres se quejaran diciendo que aquello no le daría para sobrevivir.
Siempre fue un alma sensible; le horrorizaba todo acto de violencia, al punto que todos los veranos se encargaba de reemplazar el veneno para hormigas por talco, sin que su madre lo notara, y se rehusaba porfiadamente a comer cualquier cosa que hubiese tenido ojos. De contextura delicada, fue objeto de golpes y burlas durante un periodo de su infancia, hecho que empeoró notablemente cuando se dio cuenta de que, para colmo de males, no le gustaban las chicas, sino los chicos. Para suerte suya, Alonso, su hermano mayor, era algo así como su antípoda y todos en el colegio le tenían miedo, de modo que pronto aprendió que sólo le bastaba invocar su nombre para disuadir a más de alguno de sus agresiones y ofensas.
El hermano de Bruno era también un alma buena, aunque como ya se ha dicho, no tenía escrúpulos en mandar un golpe o dos si con eso restituía la dignidad ofendida. Bruno le admiraba, no sólo porque quería ser algún día tan guapo como él, sino porque, a diferencia suya, podía defenderse solo y hacer lo que quisiera. Apenas le llevaba de ventaja dos años, pero para Bruno, era casi como un padre.
Con el paso del tiempo, esta suerte de protección brindada por deber, derivó en genuina amistad. Alonso supo mucho antes que sus padres de la homosexualidad de Bruno, y más por protección que por rechazo, le enseñó el arte de las apariencias. De él aprendió que no importaba su opción sexual, sino la manera en que trataba a las personas. Que lo correcto y lo incorrecto tenían más que ver con el respeto a la libertad de los demás que con asuntos religiosos, y que algún día encontraría a alguien digno de él. Le juró que sería el primero en apoyarlo cuando decidiera revelar su secreto y que estaría a su lado siempre. Desgraciadamente no pudo cumplir su promesa.
Aún no había pasado un año desde que se había enlistado en las fuerzas policiales de su país, cuando ocurrió la desgracia. Explosión en el metro. Veintitrés heridos, siete muertos. Bruno aprende muchas cosas esa noche de llantos y lamentos. Aprende que está solo; que el mundo es absurdo; que la muerte no discrimina y que su hermano estaba equivocado: la libertad de los demás no siempre debe respetarse.
Deja los pinceles de lado. Olvida sus sueños de bohemia y toma la decisión de seguir los pasos de su hermano, porque siente que se lo debe. Durante los años previos ha investigado por su cuenta el atentado que le quitó la vida a Alonso y algunos nombres comienzan a repetirse. Ingresa a Interpol, se especializa en trabajo encubierto y cuando ha adquirido sufiente experiencia, se infiltra en el FRI y conoce por fin a su enemigo.
Es un hombre alto, atractivo, carismático. Le acoge con gentileza y le protege de las dudas iniciales que se ciernen sobre él. Consigue su afecto y se transforma en su amigo. Ivanov es inteligente, pero habla, habla demasiado, y pronto Bruno se entera que tiene hijos en la lejana Rusia. Hay uno en particular del que no deja de hablar. Un muchachito que a diferencia de él sí ha podido dedicarse al arte; un consentido, para el cual todos trabajan y que se da la gran vida en un costoso conservatorio de Moscú. Y que, por alguna razón que Carrizo no entiende, es el favorito de este hombre que asegura luchar por la clase trabajadora.
Por fin llega la oportunidad que esperaba. Una gran protesta se levanta en Buenos Aires, las gentes abarrotan las calles con consignas y pancartas. Los ánimos están elevados, de pronto se escucha una quebrazón de vidrios, luego otra, los gritos se elevan, algunos corren, alguien lanza un primer disparo y entonces todo enloquece. Bruno toma del brazo a Ivanov y se lo lleva. Nadie lo cuestiona; piensan que intenta protegerlo. Pero la verdad es más simple. En un callejón cercano, sin mediar explicación ninguna y cerciorándose de que Ivanov le está mirando, le clava la pistola en la frente y jala del gatillo. Antes de limpiar y abandonar el arma, realiza varios tiros más, para simular un tiroteo y luego corre en busca de ayuda. Sus propios compañeros se llevan el cuerpo de Ivanov; nadie puede saber que el líder ha muerto.
Bruno finge estar muy afectado por la muerte de su amigo y se aleja. Pero, aunque ha cobrado su venganza, no está tranquilo. Se inflitra en otras células, escucha y aprende hasta que, como enviado por el destino, Sergei cae en sus manos. Y entonces todo se complica, porque por más que se se esfuerza por odiarlo, no puede. Cuando se da cuenta de lo que pasa, ya es tarde, y todo el odio que no puede volcar sobre él, lo vuelca sobre sí mismo. Disfraza el amor de cinismo, se desquita llevándole de lugar en lugar en busca de un padre que lleva años muerto y enviando a la perdición a todos sus aliados.
Dado que no se permitía a sí mismo querer a Sergei, tampoco parecía afectarle su indiferencia; pero cuando apareció Sofía todo cambió. No sólo era irritante verlo desear tanto a una persona que bien podía ser peligrosa para él, sino que desde que había aparecido en el mapa, Sergei ya no quería ir más a ninguna parte. Se odió por haber sido tan débil y decidió que esto tenía que terminar. Mientras Sergei Ivanov estuviese vivo, él no tendría nunca más paz.
ESTÁS LEYENDO
El caso 22
RomantizmUna joven detective es enviada a investigar un caso de espionaje internacional, pero nada es lo que parece. El sospechoso, un joven y atractivo violinista, da vuelta su mundo al revés, obligándola a revisar su propia historia y a lidiar con el deseo...