El espejo

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Sofía se había quedado muda y por un momento Sergei evaluó con preocupación la posibilidad de que estuviera sufriendo un atoramiento. Pero observó que respiraba, de modo que comprendió que sólo la había pillado desprevenida, más aún cuando por fin hizo un gesto de negativa con la cabeza y las manos. Pero no estaba dispuesto a dejarla escapar así como así.

- Ya veo - dijo, divertido - Está comiendo. La espero.

Se quedó mirándola hacer gestos de todo tipo para dar a entender que no quería bailar como si no entendiese nada, divertido en la ingenuidad de su presa. Al fin, tras un largo y aparatoso masticar de quién sabe qué, la vio tragar y beber algo. 

- No, no bailo - dijo, como si no fuese obvio por la escena anterior. - Muchas gracias.

- Ah. No baila. Creí que era sólo porque el alcalde es un petulante fascista y no quería darle en el gusto.

- ¿Petulante fascista?

- Así le dicen todos en mi mesa, al menos.

- Pues no. No sé nada de eso. Simplemente no me gusta bailar, ni menos a la fuerza. Ahora, si me permite, creo que allá está mi novio. Que pase buena noche.

Divertido en su cacería, Sergei se dispuso a seguirla en la huída. Ella, al verlo, se detuvo.

- ¿Qué está haciendo?

- La acompaño, claro. No vaya a ser cosa que otro gordo bigotudo se la quiera llevar a la fuerza al campo de baile

Sofía lo miraba impresionada. Era evidente que no podía creer lo que estaba pasando. Pero Sergei no estaba dispuesto a ceder. 

- No hace falta, muchas gracias.

- No es ninguna molestia. La acompañaré.

- Prefiero ir sola. Verá,... mi novio es un poco celoso y si me ve con usted, pues...

- ... ¿Pues...?

- Ya sabe. Puede creer que usted pretende algo conmigo.

- No lo creo. No se molestó en auxiliarla cuando el gordo fascista la tironeó del brazo; no se molestará por un músico enclenque que la acompañe hasta sus brazos protectores.

El gesto de Sofía no podía ser más gracioso. Era el rostro de la derrota.

- No me dejará, ¿verdad?

- No.

- ... De acuerdo. - suspiró

- ... ¿Ya no va?

- No. 

- ¿Y por qué? ¿Qué le pasó? - preguntó él, divertido

- No era mi novio. Era otro que se le parecía.

Un novio. ¿Cómo es que esa mujer no tenía un novio?. La observó mentir, complacido de su ingenuidad y luego le siguió la corriente.

- Bastante tonto su novio en dejarla sola. Ya ve, en menos de 5 minutos, dos hombres espantosos acosándola. 

Por primera vez la vio sonreir y se quedó pasmado. ¡Qué bonita era!

 - ¡Oh, una sonrisa! - le dijo, a modo de consuelo - Vamos, no se amargue. No ha pasado nada terrible.

- No. Sólo he quedado de loca frente a todo el mundo

No había nada de loco en ella. Había algo en su gesto parecido a una lamentación, pero tan auténtico que le pareció que esta vez no estaba fingiendo su papel, que esa era realmente Sofía. No soportó la tentación.

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora