Ecuador vivía una profunda agitación política por aquellos días. Una fuerte crisis económica y una clase política que trataba de sostenerse en el filo de la aprobación habían provocando el endurecimiento en las posturas de los sectores más radicales. Hacía pocos días, un artefacto explosivo en un teatro había dejado una veintena de heridos y los periódicos ya hablaban de terrorismo en todas sus portadas. En la aduana había más movimiento que el acostumbrado y los controles de ingreso eran más exhaustivos, pero Octavio avanzaba confiado.
Sin embargo, tras recuperar su equipaje, y mientras hacían la fila para el control de identidad, comenzó a notar que algo raro pasaba. Su ojo entrenado no podía estar equivocado. Un detalle en el gesto de un policía aduanero, el movimiento dentro de una oficina, el chequeo reiterado del monitor por parte del puesto de control le pusieron en alerta. No sólo estaban reforzando el control de ingreso: buscaban a alguien en particular. Podía ser cualquiera, pero no quiso arriesgarse.
- Sergei, no pasemos juntos; me iré un poco más atrás en la fila. Si te llegan a preguntar algo, aunque lo dudo, di que pasé al baño.
- ¿Por qué? ¿Pasa algo?
- No, nada. Sólo precaución. Si demoro más de cinco minutos, toma un taxi y pídele que te lleve al hotel Hilton. Espérame allá. No contestes el teléfono por nada del mundo, a nadie. De hecho, apágalo.
- Va apagado
- Muy bien. Nos vemos en el hotel.
Sin dar más explicaciones, Octavio devolvió sus pasos, entró al sanitario y se quedó allí por un par de minutos, regresando luego a la fila. No vio a Sergei, de modo que asumió que ya había pasado el control sin problemas y cuando estuvo frente a la ventanilla de inmigración, sacó de su billetera su tarjeta de identificación, pasándosela al oficial. El hombre la examinó brevemente, lo miró con detención por algunos segundos y con visible nerviosismo terminó de tomarle los datos, devolviéndole su ID.
- Bienvenido a Ecuador, señor Aguilar.
Supo de inmediato que algo se estaba tramando en torno suyo y decidió que tenía que jugar sus cartas rápido. Se fue rápidamente al hotel, buscó a Sergei. Le encontró sentado en la recepción, esperándole como un niño obediente. Tras subir a la habitación, Octavio se fue directo a la ventana y se quedó allí, callado, hasta que Sergei interrumpió su silencio
- ¿Qué pasa Octavio? ¿Está todo bien?
- No. No está todo bien. No sé cómo decirte esto.
- ¿Qué sucede? ¿Pasó algo en la aduana?
- Nos están vigilando, Sergei. Nos tendieron una trampa.
- ¿Una trampa? Pero, ¿quién?
- ¿No lo imaginas? No, claro que no. No podrías imaginarlo nunca.
- Octavio, habla claro de una vez.
- Sofía.
Sergei se quedó mirándolo sin saber qué decir, pero luego no pudo evitar reírse
- De qué hablas, hombre, no tienes idea
- Lo siento. Hubiese preferido no ser yo quien te abriera los ojos.
- No, no, deja eso ahí. Estas muy equivocado. No debería decirte esto, pero dadas las circunstancias, no me dejas opción: Sofía y yo estamos juntos. Ella me ama. La única razón por la que aún no lo hace público es porque está realizando una investigación y teme que anulen su causa por falta de imparcialidad.
- Ah. Eso te dijo.
- Esa es la verdad.
- Siempre has sido tan ingenuo, Sergei... Sofía no te ama. Te detesta. Arruinaste su carrera, la dejaste como una tonta frente a todos. Esta es su oportunidad para reivindicarse.
- Tú nunca la has soportado, ¿por qué debería creerte?
- Porque yo también soy policía.
Sergei estuvo tentado de largar una risotada, pero en el minuto supo que no estaba bromeando. Octavio continuó
- Un policía de interpol mató a mis padres y a mi hermano cuando yo era muy joven, sólo porque luchaban por sus derechos. Decidí que la mejor manera de retribuir su pérdida era trabajando con los lobos; así he podido salvar a varias células del FRI y alertar a tiempo de emboscadas y ataques. Nadie lo sabe. Sólo tú... y Sofía.
- ... Estás mintiendo
- Bueno, para ser justos, no lo sabía hasta hace poco, cuando decidí enfrentarla directamente y preguntarle por sus intenciones. Cuando mencionaste que Sofía te había dado información sobre tu padre, me pareció sospechoso, pero ella me dijo que su arresto era un asunto que ya estaba en manos de la policía de Quito y que sólo quería sacarte del mapa por un rato. Está investigando una red de narcotráfico asociada a uno de los contactos de Estela, pero tú no te le quitas de encima y Esteban ya estaba aburrido de hacer todo el trabajo solo.
- No tienes idea de lo que estás diciendo.
- ¿No? ¿Acaso no fuiste tú el que se emborrachó durante mi exposición, obligándola a sacarte de allí? Y me vas a decir que tampoco eras tú el que no se despegaba de ella en el cumpleaños de Estela...
- No, pero Sofía quería acompañarme a toda costa en este viaje...
- Claro que no. Te dijo eso sabiendo que no lo ibas a permitir. Te apuesto lo que quieras a que no estaba feliz de que viajases conmigo ¿me equivoco?
Sergei no dijo nada, pero se negaba a creer. Octavio continuó
- Pues bien. Ahora en el aeropuerto noté algo extraño y decidí llamar a un amigo de la Interpol quien confirmó mis sospechas. Quieren usarte de carnada para atrapar a tu padre. Para eso te envió realmente: no sólo te va a usar para que tu padre sea encarcelado, sino que probablemente nos encarcelen a los dos también.
- No. Algo está muy mal en tu historia. No me harás creer que Sofía nos hizo esto.
- ... Bueno. Ya lo había previsto. Insisto, no quería decirte nada, pero cuando hablé con ella tomé mis precauciones, por si tenía que llegar este momento. Y aquí estamos. Ya que no me crees a mí, tal vez le creas a ella.
Octavio sacó su teléfono celular y, tras buscar algo en él, lo dejó sobre la mesa con un audio en reproducción.
Sergei no daba crédito a sus oídos. Era la voz de Sofía, de eso no había duda. Pero era como si estuviese recitando el parlamento de alguien más. Frases como "jamás me involucraría sentimentalmente con un tipo como él", "es un pobre ingenuo que vive de recuerdos", "es un lábil, un pobre hombre sin carácter" eran demasiado duras para provenir de ella. Y sin embargo ahí estaban. Eran sus palabras.
Mientras Sergei era presa de su propio desconcierto, Octavio le dio unas palmadas en el hombro, a modo de consuelo
- Lo lamento. Tal vez sea mejor que cambiemos de planes.
- ... No lo sé. Lo siento, no puedo pensar en nada ahora mismo. Creo que voy a vomitar.
- Hey, cálmate
- Necesito estar solo un rato. Por favor, déjame solo.
Lo que menos quería Octavio era dejarlo solo, pero no le quedó más remedio. Tomó sus llaves y salió.
Sergei dejó que pasaran algunos minutos. Luego agarró su celular y se encerró en el baño. Sentado en el suelo, prendió su equipo y lo dejó sobre el vanitorio, dudando terriblemente si debía llamarla o no, hasta que su intuición se impuso y marcó su número. Pero Sofía tenía su teléfono apagado. Pensando que ya no tenía manera de negar lo evidente, estrelló su celular contra el muro y se quedó allí, con la cabeza entre las manos, completamente perdido.
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El caso 22
RomanceUna joven detective es enviada a investigar un caso de espionaje internacional, pero nada es lo que parece. El sospechoso, un joven y atractivo violinista, da vuelta su mundo al revés, obligándola a revisar su propia historia y a lidiar con el deseo...