Prisioneros

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- ¿Qué quería Octavio? 

Sofía se levantó, buscando sus prendas para vestirse

- Quiere conversar conmigo. No me dijo sobre qué.

Sergei tomó sus bragas y sus sostenes y se puso de pie junto a ella, con las manos en la espalda

- ¿Y vas a ir de inmediato a verle?

- Sí, quiere verme en una hora. ¿Has visto mi ropa interior?

- No. 

Sofía miró en el sofá y debajo de los muebles, hasta que se percató de la postura de Sergei. Con una mano en la cadera y la otra extendida, exigió

- Devuélveme mi ropa

Él sonrió

- Qué ropa

- Sergei...

- No sé de qué me hablas. 

- Muéstrame tus manos

Una a la vez, Sergei extendió sus manos, pero ya a la segunda, Sofía se acercó para tratar de quitarle sus prendas. El tira y agarra se extendió todavía por algunos segundos, hasta que empezaron a reírse y él la abrazó para besarla

- No dejaré que te vayas

- Me iré, así tenga que ir sin ropa interior

- No lo permitiré jamás.

Sus rostros estaban a pocos centímetros de distancia, que él atravesaba por momentos para darle besos en la mejilla y en la boca

- Oye, tengo que ir

- No. Tienes que quedarte conmigo toda la tarde. Necesito mucha atención, me siento pésimo.

- Qué mentiroso - dijo ella, riendo

- Sólo haciendo el amor se me pasa. ¿Ves? Te va a tocar sacrificarte por mí. Si no me entregas tu cuerpo es posible que empeore.

- No me digas

- Sí. De hecho, ya estoy experimentando los síntomas.

Sergei se estrechó aún más contra ella para que experimentara "los síntomas" por sí misma y ella levantó las cejas

- Oh. Ya veo. Tu condición es severa.

Sergei rozó sus labios con los de ella, respirando en su boca

- Ni te imaginas.

No tenía idea de cómo lo lograba, pero lo cierto es que el deseo de Sergei siempre echaba su voluntad por tierra. No habían pasado aún 15 minutos desde su último encuentro y él ya estaba encendido como la primera vez. Con la ropa interior aún sujeta firmemente en su mano, se estrechó contra ella para besarla con tantas ganas que cayeron otra vez sobre el sofá. Ella empezó a reírse

- Sergei, me tengo que ir

Él levantó un poco su cara sobre ella para examinarla

- A ver, pero ¿quieres irte? 

Como Sofía no decía nada y sólo sonreía, Sergei comenzó a besar su cuello, diciendo

- Yo creo que quieres quedarte conmigo y tener una tarde de sexo salvaje.

Ambos rieron y se abrazaron nuevamente en un beso apasionado que duró un buen rato, hasta que ella se distanció para mirarlo.

- Tienes razón. Quiero quedarme contigo y tener una tarde de sexo salvaje. Pero no puedo.

- Cancela a Octavio. ¿Por qué verlo a él va a ser más importante que estar conmigo? Yo te voy a atender mejor.

- No lo dudo - dijo ella, besándolo suavemente

- Quédate y hagamos el amor - susurró él en su oído. Sofía se estremeció y tuvo que cerrar los ojos porque otra vez sintió que se derretía entre sus manos y que su voluntad se diluía con cada palabra de él.

- No sé cómo haces esto

- Qué

- Anular mi voluntad

- Ah. Es fácil: los dioses hicieron tu cuerpo para mí. Yo sólo tengo que tocarte o besarte y ya está. No tienes escapatoria. 

Sofía lo abrazó y ambos volvieron a besarse cariñosamente.

- Iré a ver a Octavio; pero tendrá que esperarme un buen rato.

Sergei sonrió

- No te arrepentirás.

Al fin dejaron de hablar. Inclinado sobre ella, con una mano en su cuello y la otra afirmada en el posabrazos se hizo lugar entre sus piernas y otra vez la invadió. Las bragas y los sostenes cayeron nuevamente en la alfombra, porque ya no era necesario esconderlos; Sofía era otra vez presa de su embrujo y danzaba bajo sus caderas al ritmo de su deseo. Mientras entraba en ella, perdido en su gesto de placer, en sus pechos blancos, en su gemido exquisito, Sergei sentía que el verdadero preso era él y que no quería escapar. Ya ni siquiera buscaba el placer propio; su mayor disfrute se había vuelto el goce de ella, de modo que se esforzaba en complacerla hasta en los más mínimos detalles. Cuando por fin la vio estremecerse bajo su cuerpo y sintió el temblor en su entrepierna, el placer lo atravesó como un rayo desde su vientre hasta la nuca, liberando su carga dentro de ella en medio de palpitaciones descontroladas. Aún no acababa su orgasmo cuando se inclinó para mirarla muy de cerca y estrecharla entre sus brazos.

- Nunca, nunca te dejaré.

Sofía, que aún no se recuperaba de su éxtasis, entrelazó sus manos en el cabello dorado de su amante y deseó fervientemente poder decir lo mismo, pero no sabía si podría cumplir con esa promesa, de modo que se conformó con besarlo y callar su propio miedo. 

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora