La verdad

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Al cabo de unos días, Sofía acabó por confesarse a sí misma que el caso de la Beata ya no le interesaba y que la colaboración de Sergei en este asunto no era más que una excusa para seguir hablando con él.  Peor aún: tenía la certeza de que él también lo sabía y que fingía su papel sólo para no dejarla en evidencia.  Ambos parecían colaborar en esta mentira asumida como quien cumple con un contrato absurdo, pero necesario para seguir adelante. 

Sofía había vivido toda su vida en el espacio cerrado de sus pensamientos, acompañada de un gato y un computador. El mundo le parecía ajeno, como si transitara por él como se camina entre paisajes borrosos de un sueño. Nunca le preocupaba demasiado la vida de los demás, salvo cuando se trataba de un trabajo. Sufría algo así como un desapego crónico. No telefoneaba a la poca familia que le quedaba, no tenía redes sociales, tampoco amigos con quienes compartir lo que la gente llama "un buen rato". A veces simpatizaba con algún escritor cuando éste le susurraba alguna idea interesante a través de las páginas de un libro, pero tampoco era una lectora aficionada.  

Con la llegada de Sergei, todo se puso cabeza arriba. Se halló de pronto aceptando un trato ridículamente falso, para ayudar a un hombre que, hasta donde sabía, estaba siendo investigado y perseguido por policías internacionales por asuntos sobre los cuales ella tampoco sabía nada. Empezó aceptando algunas invitaciones a comer, hasta que terminaron por almorzar juntos todos los días. Dejó su soledad habitual para entrar en círculos sociales de esnobs y artistas de variada categoría, compartió copas y charlas sobre asuntos que iban desde el último escándalo de la farándula hasta la economía nacional, según el ánimo y conocimiento del interlocutor de turno, todo bajo la atenta supervisión de Sergei, que tanto la llevaba como la traía de una persona a otra. ¿Qué ganaba él con todo esto? Aún no lo sabía. Apenas le alcanzaba la dignidad para aceptar que todo este cambio absurdo en su vida tenía su origen en algún punto de su médula espinal, que se electrizaba cada vez que los dedos de Sergei tocaban los suyos, cada vez que sentía su mirada fija sobre ella, cada vez que se acercaba demasiado. Sabía -más por arte de un instinto ancestral que por experiencia -que él la deseaba físicamente, y tal vez era este deseo innombrado el que despertaba el suyo, más fuerte cuanto más reprimido.

Todo este nuevo mundo social comenzó a causa de la Beata. Según él, si quería conocer realmente a su objeto de estudio, tenía primero que entrar en su círculo de amistades. La verdad es que Sergei parecía empecinado en sacarla de su aislamiento, pese a su propia resistencia a involucrarse con gente nueva. La propia Beata acabó por entrar en su vida de la mano de Sergei por la ancha y espléndida puerta de su propia casa, en la celebración del cumpleaños de su cliente, el marido. Era la Beata una persona encantadora, tal como se la había descrito Sergei. Gran conversadora, brillante anfitriona, de un humor fino e inteligente y suspicaz como nadie, le pareció a Sofía que era la única persona en el salón que valía la pena escuchar con verdadera atención. 

La Beata también pareció interesada en ella. Apenas se dio la oportunidad de alejarse del resto, se acercó a Sofía con una copa en la mano y se quedó a su lado un buen rato sin hablar, mirando a los asistentes conversar y reír. Sergei las miraba desde una mesa no muy lejana, donde compartía con el dueño de casa.

Tras un rato, finalmente dijo, sin mirarla.

- Es escandalosamente atractivo. Si no fuera tan menor, ya lo hubiese atrapado.

Sofía la miró, sorprendida

- ¿Perdón?

- Sergei, desde luego. No pensarás que hablo de mi marido. Aunque alguna vez también fue atractivo, ya no queda mucho de ese hombre. 

Sofía miró a Sergei e hizo un silencio significativo, que la Beata completó.

- Sí. Yo también tomaría cierta distancia. Hay demasiados vacíos que parecen peligrosos. Pero, por otra parte, ¿qué sentido tendría la vida si no nos arrojásemos de vez en cuando al abismo a cambio de un momento de verdadero placer? ¡La vida puede ser tan aburrida!

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora