La fugitiva

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Ahí estaba, la mirada más perturbadora del mundo, enganchada en la de ella. Sintió que sus ojos se iban a tierra de un mazazo y trató de moverse hacia algún lado que pareciera coherente. Tantos años de entrenamiento, tanto diploma y excelencia para caer como una boba, se recriminaba, mientras se perdía entre los pocos transeúntes que a esa hora aún quedaban en la calle. Haciendo gestos de negación caminó tres cuadras a paso de locomotora hasta doblar en alguna esquina oscura que la llevara nuevamente al anonimato. No importa, no importa, trataba de decirse, recordando que el sábado se celebraría un nuevo aniversario de la ciudad y que el músico estaba invitado. Con toda seguridad no la recordaría. Además, ése era el momento que realmente estaba esperando. 

Se sabía que el joven era un excelente músico; había ganado sendos premios, incluso antes de cumplir los 18 años ya había sido reconocido como uno de los mejores violines de Europa. Lo interesante, sin embargo, no era su vida de artista, sino sus amistades. A la policía internacional le parecía sumamente extraño su interés en entablar vínculos con los sectores vinculados a la política de cada país que visitaba, y se sospechaba que tal vez estuviese realizando espionaje político o incluso trabajando para grupos armados internacionales de extrema izquierda, principalmente porque su padre formaba parte de la extensa lista de exiliados políticos de su país natal. Su visita a la provincia era aún más llamativa si se tomaba en cuenta el peso internacional del artista y la miseria que había cobrado a la municipalidad por dar el concierto. 

En fin. Su caso 22 era todo un enigma. Sofía no tenía muy claro por qué se lo habían asignado a ella, habiendo detectives mucho más especializados en el área de la política, pero se lo tomó como un halago y un premio a la excelencia. Nunca había fallado un caso. 

Esa noche se fue a dormir con el espíritu inquieto. Soñó que un hombre la seguía por calles oscuras y que ella escapaba, pero no por miedo, sino por otro sentimiento que no supo definir.  Al despertar, recordó que en algún momento de su ridícula escapada de la noche anterior había pensado que el músico la seguía y rió de su paranoia durante algún rato, mientras bebía su primer café. Sentada en su antiguo escritorio con vista a la ciudad, abrió su laptop y tomó algunas notas. 

Googleando, descubrió que era conocido por no compartir muchos intereses con otros músicos, de quienes solía evitar la compañía. Muchos le calificaban de engreído y soberbio, aunque había algunos pocos defensores que lo trataban más bien como un alma solitaria. 

Por fin llegó la noche en la que tenía cifradas todas sus esperanzas: la lujosa cena bailable en la que se festejaban los 200 años de la ciudad.  Se puso el único vestido de gala que tenía, se arregló el cabello y partió hecha una Greta Garbo a pasar por gente importante. Cenó en una mesa llena de señoras de moño elevado y escuchó aburridísima sus charlas sobre perros y enfermedades terminales hasta que por fin pudo verlo desde su asiento.

Contra todas sus expectativas y las de los que escriben en internet, estaba en el centro de la atención, rodeado de gente que lo escuchaba hablar con el mismo fervor con que lo hubiesen oído tocar el violín. Parecía entusiasmado, como un director de orquesta marcando el paso de su obra favorita. ¿De qué se reirían tanto? ¿Qué estaría diciendo? ¿Habría alguien importante en esa mesa? 

De pronto, el ruido de un micrófono acoplado desvió su atención. 

- Damas y caballeros, damos inicio a la gala bailable por el centésimo segundo aniversario de nuestra querida ciudad. Y como es tradición, el alcalde inaugurará la pista de baile con una dama escogida entre los asistentes. ¡Que empiece la celebración!

No había terminado de escuchar la palabra "celebración" cuando vio la mano del alcalde extendida frente a ella.

- Disculpe, ¿me concede esta pieza?

Claro que no. Además de que era una espantosa bailarina y en la pista de baile le esperaba el peor de los ridículos, exponerse de ese modo frente a su caso 22 era casi como abandonarlo todo. 

- No, se lo agradezco, no bailo.

- Vamos, no me va a dejar con la mano estirada, ¿o sí?

- Lo lamento mucho, no soy buena en esto. Pero mire, hay varias señoritas que tienen muchas ganas de bailar por aquí - indicando a las señoras de moño.

- Será sólo una pieza, yo la guiaré.

Sin querer esperar  más, y en vista de que ya se escuchaba un cuchicheo incómodo,  el pobre hombre simplemente  tomó su mano y quiso arrastrarla al centro de la pista, a lo que ella respondió zafándose con poca elegancia, pero mucha destreza.

- Le dije que no

-  Me está dejando en ridículo, vamos, qué le cuesta

- ¡Me cuesta! Ya elija a otra

- No puedo, ya la elegí a usted. Soy el alcalde

- Muy el alcalde será, pero la respuesta es no. 

Una de las señoras de moño, que hace rato la miraba con desaprobación, estiró su mano como si fuese un salvavidas y se llevó a un sudoroso alcalde al centro de la pista, donde lo esperaban los aplausos de la concurrencia. Por algún rato las miradas de su mesa estuvieron todavía sobre ella, pero ya luego la abandonaron, en lo que parecía más un castigo que una distracción.

Sofía respiró fastidiada. Aún en su postura cerrada, cruzada de brazos y piernas sobre su silla, no quería mirar hacia la mesa en la que estaba Sergei, porque sabía que si hubiese bailado y caído sobre la pista tal vez habría llamado menos la atención.  Pero ¿cómo iba a saber que el viejo se comportaría tan testarudo? Maldijo su mala suerte por algún rato, hasta que se animó a levantar la vista.  

Ahí estaba otra vez esa mirada. Fija. Persistente. Y esta vez, sonriente. 

Trató de fingir que no lo había visto y que buscaba a alguien más con la mirada. Tal vez sería mejor que se marchara por un rato. Esconderse, observar de lejos. Conversar con la gente que lo rodeaba de alguna manera, quizás más tarde, cuando el alcohol hiciera su innoble tarea. 

De pronto algo en ella se encendió. ¿Y si trataba de sacar provecho de su exposición? Tal vez podría hacerse pasar por una fanática, algo así como una de esas loquitas que persiguen a sus artistas favoritos y les mandan cartas y peluches... La idea rebotó rápidamente; nadie toma confianza en una persona así. Tal vez sólo hacerse la interesante, la femme fatale acosada por un viejo gordo y poderoso... Sacudió el pensamiento; imaginarse en la pose y sentirse una quinceañera fue una sola cosa. Qué absurda idea. Ella, la más fatal. Ella, la acosada. 

Al final decidió volver a su primera opción y se dispuso a caminar hacia el rincón más poblado, el que rodeaba a un bufé, para esconderse entre los moños y los trajes brillantes, tratando de aclarar su mente. La mesa ofrecía algunos petite bouche que le parecieron de más apetitosos, considerando la cena de hambre que les habían ofrecido y se animó a picotear algunos.

Cuando ya iba por el segundo, una mano tocó su hombro. Maldición, pensó, otro idiota que me quiere sacar a bailar. Giró lentamente cabeza y hombros con su peor gesto de fastidio, dispuesta a decir que "no, gracias", con la boca llena para causar un mejor efecto, hasta que se encontró con los ojos y la sonrisa que, se supone, quería evitar. 

- Señorita, ¿bailaría conmigo?




El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora