Ya había escuchado a Tchaikowsky alguna vez. No se lo había dicho a nadie, un poco por vergüenza y otro poco porque no quería admitir que la música le hacía pensar en él; pero desde que vio a Sergei por primera vez en aquel concierto en su provincia, se había hecho aficionada a la música clásica.
Se sentó en las primeras butacas a esperar que se abriera el cortinaje para apreciar a la orquesta, nerviosa como una quinceañera en su primera cita. Leyó algo en el programa. Miró a la concurrencia. De fondo, los músicos afinaban sus instrumentos. De pronto el silencio y el abrir de cortinajes anunció que el concierto iniciaría.
Ahí estaba. Impecable con su violín en la mano, de pie junto un señor bastante mayor que venía como director invitado. Sintió que algo le oprimía el pecho y tuvo que respirar profundo. Entonces la orquesta inició.
Ver a Sergei como primer violín había sido hace años atrás una experiencia increíble. Esta noche, sin embargo, fue diferente: actuaba como solista. No supo en el momento si era mérito de la belleza de la obra, del virtuosismo de Sergei o de la emoción de tenerlo tan cerca nuevamente, pero desde que él había hecho vibrar las cuerdas de su instrumento, le habían dado unas ganas terribles de llorar. Desde luego, se contuvo, tratando de recordar lo que tenía que hacer, aunque fue bastante inútil. No pudo evitar pensar en lo mucho que extrañaba estar con él, especialmente ahora que le veía en todo su esplendor.
Casi en la mitad del primer movimiento Sergei dejó descansar a su violín un momento, mientras el resto de la orquesta destacaba magníficamente la frase principal del concierto, con tanta fuerza y energía que por un momento pareció que el teatro se iba a caer. Fue en ese instante telúrico que por accidente sus ojos se cruzaron con los suyos.
Sofía pensó por un momento que iba a hiperventilar. Sergei se quedó como una estatua, con la mirada fija en ella, hasta que por fuerza tuvo que retomar su violín para dar un dramático final al movimiento.
Mientras la orquesta se preparaba para la segunda parte, la buscó nuevamente con la mirada. Seguía ahí, no había sido fruto de su imaginación como pensó en un momento. Deseó poder dejar a todos los músicos botados y bajar del escenario para hablarle, para pedirle que no se fuera. Pero ella no parecía tener intenciones de irse y el segundo movimiento, más tranquilo que el anterior, ya había empezado.
No le quitó la vista de encima desde entonces, sino apenas para concentrarse en su brillante ejecución cuando el ritmo y la complejidad de ésta lo requería. Al fin el concierto terminó, y tras una larga sesión de aplausos, flores, saludos y más aplausos que a él le parecieron eternos, por fin se cerraron las cortinas. No le importó nada. Bajó corriendo por el costado del proscenio pensando que ella ya iría rumbo a la puerta, pero contra todo lo imaginado, seguía allí sentada, como si lo esperara.
Caminó hacia ella tratando de no correr y de no hacer contacto visual con las personas que interrumpían su camino para felicitarlo, hasta que estuvieron frente a frente. Sofía se puso de pie y se miraron sin decir nada por algunos segundos, hasta que él tomó la palabra
- Sofía, qué agrado verte
- Hola, Sergei.
- Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Casi diez meses. No es que lleve la cuenta - dijo, tratando de sonreír, pero su gesto era más bien melancólico. Ella trató de mirar a otra parte, pero no pudo.
- Ha sido un concierto magnífico. Te felicito.
- Gracias. ... ¿Cómo estás?
- Bien. Ya sabes. Lo normal. ¿Y tú?
- Bien. Aunque te he extrañado mucho.
Silencio. Sergei continúa
- ¿Crees que puedas quedarte un poco más? Te podría invitar un café.
- Claro. Te espero.
Sergei sonrió por primera vez, contagiando a Sofía.
- No, mejor acompáñame.
No la iba a perder de vista justo ahora que la encontraba, de modo que la tomó de la mano y se la llevó tras bambalinas. Algunos músicos que ya la conocían, la saludaron entusiastamente, pero él trató de salir de allí lo más rápidamente que le fue posible.
Subieron a su auto. Mientras conducía, apenas cruzaron palabras. Algo sobre la orquesta, el conductor y el concierto, pero nada relevante. Bajaron del auto. Entraron al café. Otra vez estaban frente a frente. Sofía tenía la impresión que temblaba como una hoja y que el corazón se le había subido a la garganta.
- Háblame de ti. ¿Sigues persiguiendo infieles?
- No - dijo ella, sonriendo - He vuelto a perseguir delicuentes. Regresé a mi anterior trabajo.
- No me digas que otra vez estoy en tu lista
- No, claro que no. He venido a verte sólo porque vi el anuncio del concierto y... bueno; tú lo dijiste, ha pasado mucho tiempo. Sentí curiosidad por saber cómo estabas.
- No sabes lo feliz que me hace verte, Sofía.
Otra vez la mirada silenciosa entre ambos. Sofía sintió deseos de mandar su orgullo al diablo y entregarse a él nuevamente, pero se conformó con sonreírle. Él continuó.
- He pensado mucho en nuestro último encuentro. Quiero decir - se apresuró - en nuestra última conversación. Y he imaginado desde entonces mil formas diferentes de haberla terminado.
- No, Sergei, no digas nada. Ya habrá tiempo de conversar de eso con más calma.
Sergei sonrió
- "Habrá tiempo". ¿Significa eso que podré seguir viéndote mañana y tal vez más días aún?
Sofía suspiró.
- El tiempo que ha pasado me ha permitido pensar un montón. Cuando vi el cartel que promocionaba tu actuación de hoy sentí mucha nostalgia y pensé que tal vez fui injusta contigo. Después de todo, yo también te mentí.
- No, no fuiste injusta. Tenías razón en estar molesta. Como un idiota preferí callar en vez de contártelo todo. La verdad es que tenía mucho miedo de perderte
Por un momento Sofía sintió que le faltaba el aire y tuvo que respirar profundo. Hizo una pausa y luego continuó.
- El hecho es que no tengo más amigos que tú, Sergei. Tal vez podamos recuperar la confianza y ser amigos otra vez.
Sergei tomó sus manos
- Tú sabes lo que yo siento por ti, Sofía; para mí nada ha cambiado. Pero seré tu amigo, tu chofer, tu lacayo, lo que tú quieras, con tal que podamos pasar algún tiempo juntos nuevamente.
Ella quiso decir algo, pero él continuó
- No, no, no, por favor, no digas nada. No tengo pretensiones de ningún tipo, o más bien, las tengo, pero no soy tan idiota como para pensar que tengo alguna posibilidad de pedir algo. Por ahora todo lo que necesito es tenerte cerca, poder conversar, saber de ti. Y que tengas ganas de tomarte otro café conmigo mañana y ojalá todos los días. Me haces falta, Sofía.
- ... Bueno, lo del café es negociable.
Ambos sonrieron. Sofía bajó la vista un momento y luego tomó fuerzas para enfrentarlo
- Tú también me has hecho falta.
Tras escucharla, Sergei sintió deseos de hacer caso nulo de todo lo que había dicho recién y robarle un beso ahí mismo, pero se contuvo. No era momento para arrebatos, de modo que sólo suspiró y se quedó mirándola con devoción.
Sofía, por su parte, se sentía abrumada de pensar que el afecto que Sergei le profesaba tan abiertamente era verdadero y que tal vez había sido estúpido de su parte desecharlo tan radicalmente meses atrás. Lo anterior, sumado a esa mirada que siempre lograba desconcertarla, la tenían a un paso de tirar el plan por la borda. Tuvo que hacer acopio de fortaleza para disciplinar su pensamiento y recordar que su objetivo era más importante que su deseo. Por eso, antes de darse tiempo para el arrepentimiento, miró a otro lado y le dijo
- Mi novio tiene muchas ganas de conocerte.

ESTÁS LEYENDO
El caso 22
RomantizmUna joven detective es enviada a investigar un caso de espionaje internacional, pero nada es lo que parece. El sospechoso, un joven y atractivo violinista, da vuelta su mundo al revés, obligándola a revisar su propia historia y a lidiar con el deseo...