Lo inesperado

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Se quedó vacía de pronto. Como si las palabras de Sergei fuesen sólo un eco lejano, ahogado, falso y ella estuviese en el centro de la nada. Aún sentía que lo amaba, pero luego todo se hizo confuso, pues no sabía si ese hombre que Sergei había inventado para ella era él realmente. Tal vez estaba enamorada de una mentira. No. No "tal vez". Probablemente era así.

Trató de no pensar en lo que no sabía. Ni en Estela y su carcajada sonora, ni en Octavio y su farsa, ni en toda la información que tal vez ya había robado de sus archivos. Volvió al pasado, repasando en su memoria cada minuto, pero Sergei estaba en todos y le dolía. Sergei, glorioso, vibrando con su violín. Sergei, mirándola en la calle. Sergei pidiéndole bailar. En la ópera, en un café tomando sus manos, coqueteando con ella en una fiesta, mirándola con sus ojos de océano en alguna noche. Se sintió estúpida, infantil, y deseó nunca haber aceptado aquel trato ridículo aquella noche en que él  le dijo "te necesito". 

Ya estaba hecho. 

Sacó un cigarro y lo encendió, sentándose junto a la ventana. Quería llorar, tal vez más por humillación que por el sentimiento de pérdida, pero no se lo permitió. Quería retomar el control de sí misma otra vez, dejar de ser la tonta que había sido. Para eso era menester  dejar a Sergei atrás en su vida y empezar otra vez. Sin embargo,  comprendía que no podía empezar de cero. Habían cosas en esa historia que no podía simplemente obviar, su propio padre entre ellas. 

Decididó que ya era tiempo de recuperar su antiguo trabajo. Ya no era la niña estúpida que había obviado todas las señales años atrás y tenía muchas cosas que averiguar. Tanto si su padre era o había sido un asesino o si no, como si el padre de Sergei era el idealista que él señalaba o el peligroso extremista del que alguna vez le hablaron. 

Regresar no fue tan difícil como creyó que sería en un principio. Debió someterse a varias pruebas, tanto físicas como psicológicas, porque Esteban ya había reportado su encuentro con ella como sospechoso; pero las pasó todas y poco a poco fue recuperando el status que tenía cuando estaba en su  mejor momento.  

En más de una oportunidad encontró a Sergei sentado frente a su puerta o bien mirándola desde una distancia prudente, pero al igual que ignoró sus llamadas telefónicas, simplemente hizo de cuenta que no estaba. Con el tiempo él dejó de llamarla, sus encuentros en la calle se hicieron cada vez más esporádicos, y pronto pensó que definitivamente él ya había renunciado a su farsa. ¿Enamorado? Ya se veía que no. Satisfecha de haber tomado la decisión correcta, aunque aún herida en lo profundo, decidió que ya estaba preparada para ir más allá. 

Apenas tuvo nuevamente acceso a la base datos interna y a los textos archivados de Interpol, inició su búsqueda, esperando encontrarse con sospechas de asociación ilícita y tráfico de información. Pero lo que finalmente descubrió no se ajustaba para nada con sus expectativas y dio un vuelco en todas sus decisiones.

De entrada, Octavio no existía; al menos no con ese nombre. Segundo: no era hijo de ningún guerrillero o activista de izquierda: era un oficial de Interpol. Y tercero,  según podía deducirse de todo lo que en el informe se decía, Sergei estaba en serios problemas.


El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora