66- Golpe, persecución y muerte

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Fabrizzio

Parezco un muñeco de torta con este traje.
Son casi las cinco y media de la tarde cuando entro al museo y comienzo a recorrerlo.
Hay más gente de la que esperaba y ruego que no se compliquen las cosas.
Demasiadas personas en medio.
Después de dar un par de vueltas me decido por cuál será el lugar desde donde empezaré mi carrera sin ser visto, un descanso en las escaleras que sólo se ocupa cuando ingresa gente al segundo piso del edificio.
Por más que intento sacarme a Zaira de encima, no me da respiro. A cinco metros de mi simula admirar una obra de diseño.
Mientras me tenga en su campo de visión no tengo oportunidad de intentar establecer un contacto.

Miro la hora. Cinco cuarenta y uno.
Camino hacia la izquierda donde hay más gente y veo la puerta que conduce al baño. Allí me dirijo ante la atenta mirada de mi carcelera.

El baño está ocupado por un par de chinos, intercepto a uno de ellos antes de salir.

- Disculpe... perdí mi teléfono. ¿Me prestaría el suyo sólo dos segundos?- Le digo en un inglés bastante básico.
El tipo me contesta en chino con cara de desconcierto.
Intento hacerme entender y cuando creo que al fin lo estoy logrando un hombre alto de cabello y barba pellirroja entra y me observa de manera amenazante.
Debe ser uno de los hombres de Remmbrant.
Palmeo la espalda del chino y salgo del baño muy frustrado.

Son las cinco y cincuenta y cinco. Ya casi no queda tiempo, por lo que me dirijo hacia el descanso de la escalera y con un folleto en la mano quedo apoyado en el barandal. Bajo de a uno un par de escalones perdiéndome de la visión del público.

A las seis en punto (nuestros relojes están cronometrados y sincronizados) corro de manera imposible hasta la vitrina que guarda las joyas e imperceptiblemente abro el cristal para tomar la exquisita joya que reconocí luego de ver una fotografía y salgo de allí antes de ser percibido por alguna retina humana.
Solo necesité tres segundos para toda la operación.

Ya en el auto el senador Remmbrant aplaude como un desquiciado.

- ¡A eso le llamo velocidad! Superas el aleteo de un colibrí ¿Y dices que estás perdiendo forma?- Me abraza y me siento asqueado por su felicidad.
- Fabro Fabro... haremos muchos negocios juntos. No te vas a arrepentir porque sabré recompensarte.

Zaira entra entonces al auto y salimos a toda velocidad por la avenida.

El chofer conduce mirando de a ratos el espejo retrovisor.

- Nos siguen jefe.- Dice después de unos kilómetros mientras uno de los hombres de seguridad se gira para confirmarlo.
- Acelerá. Hay que perderlos.- Ordena.

Comienza una carrera salvaje por las calles de South Kensington hasta que nos alcanzan bordeando el Támesis hacia uno de los puentes que llevan a Chelsea.

Los disparos van y vienen continuamente y uno de los autos que nos persiguen se cruza delante nuestro impidiéndonos el paso.

- ¡No te detengas!- Exige el senador.

Sin aminorar siquiera la marcha volantea para esquivar lo más posible el otro vehículo y al chocar por el extremo izquierdo se levanta quedando una de las ruedas en el aire lo que nos hace dar varios tumbos, pero volviendo a caer en el asfalto intenta seguir aún después del estallido de dos ruedas que quedan en llanta hasta que definitivamente pierde el control y traspasando los límites del puente caemos al río.

Un pacto "Amor Y Sangre"  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora