LA BESTIA

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A la mañana siguiente el primer rostro que vi fue una desquiciada Julieta, atacándome con preguntas acerca de mi estado. El huracán de mi hermana no paraba de hablar ni por un segundo, ni siquiera me dejaba responder. Narraba los hechos de la noche anterior como si yo no hubiera estado ahí. Estaba como loca y no sabía cómo reaccionar ante el ataque de anoche.

—¡Julieta! —llamé su atención después de la decimoctava vuelta que le daba a la habitación, era como un tigre enjaulado— ¿Dónde está Abigor?

—Fue a la ciudad por un alma para alimentarse, después de lo ocurrido estoy segura de que su dieta esta reducida a almas de día y originales de noche —dijo con toda la naturalidad del mundo.

—Es bueno que no esté. Aún me siento terrible por lo que le hice, ¿aún tiene la marca de ayer?

—No —su voz subió una octava cuando respondió.

—Dios mío, ¿qué he hecho? —cubrí mi rostro apenada— Herí a Azieel.

—Ya déjalo. No es como si lo hubieras matado —le resta importancia con un gesto con la mano.

—Por poco lo hago.

—Agradece que lo que sea que te haya poseído, lo hizo en un momento tan oportuno. Podrías haber muerto, Caterina —hablaba de manera seria, sin su toque burlesco habitual.

—No me hubiera matado, tampoco al bebé. Ese demonio quería matarlos a ustedes, pero el muy cobarde no lo haría con sus propias manos.

—¿De qué hablas? —se sentó a los pies de la cama confundida con mis palabras.

—El veneno no me mataría, ni a ningún demonio. Ni siquiera es un veneno. Solo lo dijo para crear más drama. Lo que tenía bajo su poder era una especie de droga que con el mero contacto con la piel se filtraba en el organismo, esta enloquece al portador tanto que llega al punto de matar y matarse.

—¿Por qué no dijiste nada anoche?

—Lo lamento, ¿te lo decía durante mi ataque nervioso? Porque antes estaba ocupada despedazando un demonio y después me quedé dormida. Tonta de mí —dije con evidente sarcasmo.

—Esto es malo. Muy malo... —de nuevo empezó a caminar de un lado al otro— Esa cosa te... lamió —hace una mueca de desagrado—. Seguro que lo hizo para dejar la droga en ti sin que nos diéramos cuenta.

—Tienes que prometerme algo, Julieta. Si esa droga surge efecto, no importa cómo, pero buscarás la manera de pararme, encadéname si es necesario, que el brujo me duerma. Cualquier cosa con tal de no dañar a nadie, ni a mí.

—Descuida. Buscaremos un antídoto —otra vez se sienta en mi cama para tomarme de la mano y con expresión seria dice—. Pero le dirás sobre esto a Azieel. Ya suficiente tiene con el otro asunto que ya es lo bastante complicado para que lo manejes tu sola.

—Está bien —cierro los ojos y resoplo frustrada—. Esto se está poniendo cada vez más difícil.

—Lo superaremos como siempre... —me regala una sonrisa tranquilizadora. Pero algo irrumpe en su cabeza— Hablando del demonio, ¿cómo hiciste para que tu piel lo quemara a él y a Abigor?

—Lo estuve pensando y la única conclusión posible es que no fui yo.

—Me perdí.

—Antes de darme cuenta de la presencia del demonio, Aiton empezó a inquietarse, como si tratara de decirme algo. Puede que él sintiera al demonio y quería que huyera.

—Eso tiene sentido. Pero ¿qué ha pasado con lo de quemar al contacto?

—Creo que también fue él. Azieel me había dicho que cuando un demonio experimentaba emociones muy intensas su temperatura se eleva. Anoche tenía tanta rabia y debía liberarla pronto, la frustración de no poder moverme, de no poder hablar para advertirle, creó una ira tan intensa... —busqué la mejor manera de explicarle lo vivido anoche, pero me era tan difícil— Como si la rabia se materializara, o algo así, ésta se convirtió en calor, tan intenso como el sol. Lo curioso es que salía de mi vientre y recorría todo mi cuerpo. Pude sentirlo.

—¿Sabes lo que significa aquello? —preguntó dudosa sin saber cómo decirlo— El hijo de la original y del ángel caído, convertido en duque del infierno; eso que solo mencioné los principales títulos. Ese bebé que llevas adentro tendrá un poder inimaginable, Caterina. Muchos querrán hacerse con él cuando se enteren.

—Pues hallaremos la manera de impedirlo. Sé que temes que este gran poder que posee sea usado para el mal, pero sé que es bueno, mi instinto de madre me lo dice, tiene un corazón como su padre. No cometeré el mismo error que con el hijo de Tristán y mío, mi bebé será primero que cualquier cosa.

Una extraña picazón empezó a fastidiarme en la mejilla. Llevé mi mano a la zona para tratar de aliviar la molestia, pero no se iba. Era como si me picara por debajo de la piel.

—Al igual que para el resto de nosotros, ese niño será... —sus palabras menguaron al ver algo en mi cara— ¿Qué tienes en la mejilla?

—No lo sé —me paré de la cama para correr al baño y verme en el espejo.

Quedé pasmada ante la visión de venas negras sobresalir en mi mejilla. La picazón, por otra parte, empezaba a arder. Mis ojos cambiaron de color a un vivo rojo, pero la zona que debía ser blanca empezó a cambiar de color a negro; mis colmillos salieron sin que lo deseara. La adrenalina intensificó mis demás sentidos para centrarme en la única persona en la habitación.

—¿Qué te sucede, hermana? —Julieta se acercó, asustada sobre que me ocurría.

—Corre —salió apenas un susurro ronco del interior de mi garganta.

Un dolor intenso comenzó a recorrer mis venas, iniciando desde donde se extendía el líquido oscuro. Acido que viajaba por mi torrente sanguíneo, quemando mi interior. Pero eso no era lo que realmente me aterraba, era el hecho de querer matar, ansiaba sangre de la forma más violenta que alguna vez haya deseado. Para mi mala suerte, la persona más cercana era Julieta.

—No te dejaré en ese estado —respondió obstinada.

Posó su mano en mi hombro, pero la esquivé negándome a verla a los ojos. Sé que, si lo hacía, mi resistencia se extinguirá.

—Busca a Abigor —dije sabiendo que sería lo único que haría que se fuera—. Julieta —llamé antes de que se fuera—, evacúa la casa.

Escuché como mi hermana sacaba a todos de la casa, en pocos minutos no se escuchaba nada más que mis gemidos de dolor. A velocidad vampira, bajé a las caballerizas y crucé una puerta secreta escondida detrás de una torre de heno. Aquí era donde Abigor encerraba a los demonios para sacarles información acerca de los seguidores de Ilora. Tenía un hechizo que no dejaba que los gritos se escucharan desde la casa, yo misma se lo había pedido al brujo después de tres noches en vela. Cerré de nuevo la puerta, luego bajé las escaleras apresurada. Vi las cadenas en la pared y me encadené a ellas antes de que fuera demasiado tarde. Estaba atada de pies y solo me falta la de la mano derecha cuando el dolor de mis venas fue más difícil de ignorar, un grito de mi garganta recorrió el oscuro lugar. Mi lado más salvaje surgió a la vida tomando posesión de mi cuerpo. Me revolvía inquieta, gritaba ante la frustración de estar amarrada con magia sin poder moverme. Mi mano libre tiraba sin ningún éxito de las demás cadenas, llegaba a hacerme daño.

La capa exterior estaba dominada completamente por el monstruo ansioso de sangre, en cambio, mi parte sana solo estaba preocupada por Aiton, a pesar de poder sentir que estaba bien. Llegué a un punto de desesperación que rasgué mi cuello, pecho y vientre. Estaba empezando a emanar sangre negra de las heridas, excepto las que me auto infligía en mi barriga, estas se curaba el doble de rápido que las demás, casi al instante en que las hacía.

Era horrible el sentimiento de no tener control sobre tu cuerpo para convertirte en una bestia asesina, sin poder diferenciar entre amigos y enemigos.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora