AFRODITA

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Al momento de despertar el delicioso olor a comida se filtró por mis fosas nasales haciéndome agua la boca, Carla había traído una bandeja llena de comida. Con cuidado la colocó sobre mi regazo. En una esquina de la bandeja de plata, descansaba una rosa con un papelito a su lado. No fue tan difícil saber de quien se trataba.

A pesar de lo masoquista que era, tomé el papel, quité la cinta y lo desenrollé.

«Comprendo que no quieras recibirme, de hecho, hay una gran posibilidad de que no leas esto, pero en serio necesito explicarte porqué dije todo eso. Sé que no lo merezco, pero te lo ruego».

—Deberías verlo —dijo mi hermana entrando en la habitación—. Está devastado.

—¿Y debería sentirme culpable? —llevé la carta a la vela que había en la mesita de noche que me impedía ser escuchada. Había demasiado oídos que no debían escuchar mi llanto.

—No, lo merece por ser tan estúpido. Tuvo otras opciones.

—Tenía sentido todo lo que dijo.

—Pero no es verdad. Estuve allí, vi su mente. El mismo Dominic atestigua que no dice mentiras y que su sufrimiento es verdadero, y ellos se detestan.

—No se dejen llevar por él, es todo un maestro del engaño —hablaba distraída, viendo como el papel se consumía—. Me mintió. Solo quería mi poder.

—Tú, sobre todas las criaturas vivientes, conoce a Azieel. Dime si él sería capaz de una cosa así.

—Mi Azieel no existe.

—Existe y está llorando junto a un caballo.

La miré incrédula.

—Bien, exageré con que está llorando —elevó las manos en señal de rendición—, pero sí está junto a un caballo tan triste que parece que se fuera a romper en cualquier momento.

—No logro comprender como un problema es una miseria a comparación con el siguiente. ¿No fue suficiente con Ilora?

—Los problemas están en la medida exacta de cada persona, son solo obstáculos que la vida pone, pero ella sabe que con el suficiente esfuerzo los cruzaremos y habremos aprendido. Es como la equitación.

—No puedo creerlo. Tengo una hermana filósofa corrompida por mi marido fanático de los caballos.

—Qué puedo decir. Haz las cosas con originalidad o no las hagas.

—Creo que la frase es diferente.

—Exactamente —lo dice con obviedad.

—Hablaré con él —miré lascivamente la deliciosa comida ante mí—. Pero estoy embarazada y tengo antojos de filete a término medio, bañado en una mezcla de salsa BBQ y AB+.

—Hermanita querida, sabes que me preocupo por ti, y tanta deliciosa comida te hará daño —estiró su mano para robarme una patata—. Déjame, te ayudo...

La golpeé antes de que tomara una.

— ¡Oye! —se quejó.

—Ve por tu propia comida.

—Egoísta.

Me saca la lengua, se levanta para retirarse de la habitación, pero en un descuido, a velocidad sobrenatural, toma un puñado de patatas para huir con la misma velocidad.

—¡Julieta! —grito con molestia, a lo que responde con una carcajada que logro escuchar.

Después de comer, me di un baño para deshacerme de la sangre, ahora roja, de las heridas ya curadas. Durante la ducha me concentré mucho en escuchar los latidos de Aiton para asegúrame de que estuviera bien. Por suerte, estaba tan juguetón como cada ducha que tomábamos, dándome a entender que estaba tan sano como siempre. Eso me tranquilizó un poco y me dio el valor para enfrentarme a la siguiente batalla, que era hablar con su padre para aclarar las cosas. Cuando terminé el baño, llamé a Carla para que me ayudara a secar el cabello.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora