Vía al Infierno °SIN EDITAR°

EN UN MUNDO DE HOMBRES...

La siguiente vez que abrí mis ojos, me encontraba en el suelo de mi habitación, con mi ángel abrazándome protectoramente antes de tomarme cargada y acomodarme en la cama. Azieel estaba por irse, pero a velocidad vampira lo intercepté en la puerta.

—No te vayas —supliqué en apenas un murmuro mientras cerraba la puerta y me posaba sobre ella.

—Debes descansar. Hoy ha sido un día muy agitado para ti.

—Quiero que lo agites de un modo diferente... —extendí mi mano, haciendo un camino con mi dedo sobre su desnudo torso— quiero la seguridad que me das cuando estas dentro de mí —extendí mi mano en su cabello para tirarlo hacia mí de forma agresiva.

Aceptó mi beso como siempre lo hacía, no había suavidad en él, solo fuerte pasión desprendiéndose de ese beso. Fue tan ruda la forma de hacerme enrollar mis piernas en su cadera, pero lo dejé hacer sin queja alguna. Era posesivo como sus manos recorrían mi cuerpo hasta llegar a lo alto de mi vestido y desgarrarlo. Gruñó cuando mis uñas perforaron su espalda al no poder controlar el impulso que generaba su boca en mi cuello. Incliné mi cabeza hacia atrás para darle más acceso. Deseaba tanto esa mordida de su parte como ansiaba enterrar mis colmillos en él. Por primera vez que padecía está agonía, mis encías fastidiaron.

—Hazlo —estuve a segundos de cumplir con esa orden.

—No podemos hacerlo con la droga dentro de mí. Ya es suficiente conmigo.

Me dejó en el suelo algo decepcionado ante mi negativa. Mis encías no dejaban de inquietarme y eso me molestaba. Caminé al balcón sosteniendo mi vestido, no pudiendo contenerme estar cerca de él.

—Te estás conteniendo desde mucho antes del veneno. De eso querías hablar en la playa —su cabeza empezó a conectar cavos sueltos y cuando descubrió algo, no dudo en mostrar su ira—. Hay algo que no quieres que vea.

—Por favor, Abigor. No me hagas hablar después de todo lo sucedido hoy —hablé con dificultad cuando mis colmillos se negaron a recuperar su estado normal. Me negaba a darle la cara y mirarlo a los ojos.

—Me has ocultado cosas desde que despertaste y estoy seguro que es sobre tu salud, ¿crees que no siento que me falta energía en las mañanas? —me hizo dar la vuelta para enfrentarlo— ¿Por qué no me dijiste que necesitabas energía en vez de robarla como una maldita ladrona?

—Tu fuerza no se consume tan rápido como la que me daba Saint o Carla, solo ellos dos tenía mi confianza para saber esto. El bebé consume toda mi energía. Tengo que reponerla o no sé qué le sucederá a Aiton.

—Debiste decírmelo —me regaña—, también es mi hijo. No hubiera dudado en darte mi fuerza.

—Sé que no lo harías —besé su mejilla para luego asumir una postura dura—. Pero en tu afán de curarme, la primera vez, se te volvió hábito y no contento con ello, te dejabas seco. Me tenías que dar hasta la última gota.

—¿Es pecado velar por mi familia?

—El pecado está en excederse. No piensas en ti o en lo mucho que te necesito a mi lado. Peleabas contra demonios, no iba a dejar que te mataras luchando contra alguien que tenía menos poder que tú, solo por el hecho de que estabas débil.

Sabía que quería protestar, deseaba contradecir lo que decía, pero ambos sabíamos que no tenía nada. En cambio, dijo:

—Lo siento. Tienes razón, me dejaba débil cuando no debía —restregó sus ojos evidentemente frustrado—, ¿Pero acaso no debía preocuparme?

—¿Quién te entiende? —rodé los ojos para girarme y darle la espalda— En los momentos menos oportunos dejas de ser tacaño y egoísta.

—Te esquivas en lo último, querida —sus manos se extendieron sobre mi barriga, cosa que maravilla a Aiton haciéndolo moverse como cada vez que Azieel le habla o me toca—. Soy muy egoísta. Lo quiero todo de ti y no estoy dispuesto a compartirte en lo absoluto con nadie.