EL DIABLO

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—Todo es tu culpa, todo sufrimiento y dolor que el creador haya sentido es tu culpa —me volví a la defensiva al escuchar su amenaza. La sangre en mis venas hervía de cólera al imaginar a mi Aiton a su lado—, todo por celos, por ignorancia. No lo comprendías así que te fue más fácil terminar con él.

—Los humanos son una abominación que merece ser destruida. No valoran el regalo de la creación. Dime ¿cuántos kilómetros de hielo se han derretido en los polos?, ¿cuántos árboles son talados?, ¿cuántos animales extintos o en peligro de extinción? Esto es solo la naturaleza ¿por qué no hablar de las guerras?

—Todas fueron tu culpa, los corrompiste.

—Solo les di otra opción ¿de qué sirve la libertad si no puedes elegir entre dos o más opciones? —preguntó con autosuficiencia. Extiende sus brazos a los lados con una enorme sonrisa de superioridad—, soy la otra opción y te recuerdo que me escogiste a mí. Eres lo que eres por mí. Elegiste ser egoísta y perder la vida de tu hija por encima de la tuya.

—Fue un error —hablé rápidamente.

—No, no, no —negó con su cabeza con movimientos acelerados, su cambio a un sujeto inestable me ponía igual de nerviosa que el principio—. Tú debías convertirte en la original. Incluso, Azieel fue clave para llegar a este momento. Fue necesario en su momento, pero ahora no me sirve de nada—me miró como si comprendiera una verdad—, él estorba en mi camino. Como una piedra en el zapato ¿no es así? ¿Y qué hacemos con las piedras fastidiosas que no te dejan caminar bien? —su sonrisa se tornó en una mueca terrorífica que me hizo dar varios pasos atrás—, pues nos deshacemos de ella.

Su carcajada fue similar a la del joker, producía tanto terror que fue como una alerta para salir corriendo de ahí.

Escuché los pasos apresurados detrás de mí. Por alguna razón no podía utilizar mi velocidad vampiro. Era tan frustrante como aquella pesadilla en la que corrías por tu vida, pero no avanzabas nada, era como tener tus pies prisioneros de una enorme bola de hierro tan pesada que apenas podías moverlos. Era el mismo sentimiento que aquel cambia formas me produjo, estaba anulada, ninguno de mis poderes funcionaba, al igual que mi conexión con mi hermana y Abigor. Solo esperaba que estuvieran bien.

Mi otro problema es que no sabía a dónde carajos me dirigía. Podía estar dando vueltas y no darme cuenta, él podría tomar un atajo y atraparme o alguno de sus secuaces.

—Te atraparé, Caterina —cantaba risueño—. En algún momento tendrás que aceptar que me perteneces. Tal vez, incluso, vengas a mí por tu propia cuenta —su voz provenía de todas partes. Eso provocó más pánico del que ya tenía.

Pero había más voces. Murmullos bastante familiares. Al principio eran confusos porque se mezclaban, después palabras, más bien indicaciones, fueron más evidentes. Eran tan simples como derecha o izquierda. No sabía quién me ayudaba o quién me condenaba, pero los seguí de cualquier manera.

—Quiero proponerte algo. Sé que estás siendo atormentada por una maldición que te impuso uno de mis siervos. Sé que esta podría matarte así que te propongo que yo quite esa droga de tu sistema, a cambio tú me das a tu hijo, ¿aceptas? ¿No? Lástima, entonces tendré que ir por él y no te gustará.

Al final llegué a la entrada del gran salón. Mis temblorosas manos estaban sudorosas, la maldita la puerta no quería abrir cuando escuché de nuevo su risa seguida de los pasos resonando en el pasillo. Mis nervios enloquecieron aún más al mismo tiempo por la impaciencia. Golpeé fuertemente la madera para hacerme escuchar de adentro con el pánico retumbando en mis oídos.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora