LUZBEL

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Una peligrosa sonrisa se posicionó en sus labios. Elevó su mano derecha enfundada en fino cuero vino tinto y chasqueó sus dedos produciendo un leve sonido amortiguado por los guantes. Lo que me llamó la atención fue que sólo tenía en una mano. Fue atendido rápidamente por un joven mesero, un humano asustadizo que llevaba en su mano una bandeja con dos copas de cristal vacías. Junto a ellas había un puñal de plata con intricados dibujos. Tuve que cerrar mis ojos para tratar de quitar esa imagen del chico cortándose el cuello con mano temblorosa. Luzbel tomó las copas llenas a rebosar antes de que el chico cayera muerto al suelo.

—¿Puedo saber qué pecado había cometido ese pobre niño para morir de aquella despreciable manera? —Esther fue la única suficientemente estúpida como para correr a socorrer al muchacho.

—Él se atrevió a asesinar a su padre cuando el hombre trato de reprender la desobediencia de su mujer —se inclinó para quedar a la atura de ella—, y no dudaré en reprenderte a ti si tratas de detener alguno de mis juegos esta noche.

Sebastián ayudó a levantar a su nerviosa novia del suelo. Me deslicé hasta el suelo a pesar de que sentía como ponía eso a mi esposo. Pasé un dedo por su herida para después llevarlo a mis labios.

—Eso fue cruel. No tenía ningún derecho sobre él. Su pecado no tiene validez alguna cuando se hace por proteger a otro —no me molesté en demostrar la rabia experimentaba, no me molesté en demostrar nada en lo absoluto—, no puedes tomar lo que no es tuyo.

—Te equivocas. Si no moría hoy lo haría mañana o en un futuro cercano. Compartimos una amiga en común que adora tomar las almas de niños inocentes y convertirlos en esclavos. Estoy seguro que sabes quién es —Is Dahut levantó su cabeza del suelo para darme de esas sonrisas suyas de superioridad—, fue una obra de caridad. Lo salvé de un mal destino.

—Eres un alma de Dios —hablé lo más monótono posible cuando cerré los ojos del chico. Me levanté seguida de Luzbel, tendió una de las copas hacia mí. Tarde mucho en tomarla, la acerque a mi rostro para buscar alguna sustancia extraña en el olor no dispuesta a confiar en el diablo. Después de un rato tome un ligero trago.

—La encargué especialmente para mí. Es una rara mezcla creada artificialmente por mí a base de A+, B-, O+; dando como resultado AO-. Comprendo el poco sentido de eso para la medicina, pero el sabor es una combinación deliciosa.

—Me olvidaba que tienes mucho tiempo libre. Estar encadenado por toda la eternidad debe ser tan aburrido, te ves obligado a buscar una forma de pasar el tiempo: creando nuevas razas, torturando personas, destruyendo vidas, inventando nuevas rarezas para impresionar a la madre que planeas arrancarle a su hijo. Estás tan desesperado —derramé la sangre a sus pies esperando ver su reacción por mis palabras. Pude ver el atisbo de sorpresa en sus ojos, luego la cólera por ser descubierto.

—¿Te importaría acompañarme? Está claro que necesito explicarte un asunto de gran interés —extendió su mano hacia mi retando con la mirada a Abigor—, por supuesto a solas.

«Ni creas que te dejaré ir sola con él» escuché la voz de mi marido martillando en mi cabeza. Tomó mi mano con fuerza, no dispuesto a soltarme «ya es suficiente con estar en el mismo sitio rodeados de toda su servidumbre más fiel».

«Él no puede hacerme daño alguno, amor. Te aseguro que corres más riesgo tú que yo o Aiton juntos. Confía en mí como yo siempre he confiado en ti» lo miré por unos segundos «por favor. No arruines esto. Ya suficientemente horrible con estar aquí».

De a poco su agarre se fue aflojando hasta dejarme libre. Con valentía que no sabía que tenía acepté su mano y me dejé guiar por Luzbel fuera de la habitación. Miré hacia atrás para ver como los invitados se levantaban para continuar con la fiesta. Rodearon a mis acompañantes, poco tuvieron el atrevimiento de hablarles con la intención de integrarlos a la velada... O a sus orgias.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora