OASIS

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Todo era tan extraño, podía sentir que algo estaba diferente y eso me inquietaba. La atmósfera del lugar era pesada, el aire era demasiado denso para respirarlo sin dificultad; todo estaba desolado, que difícilmente podría albergar vida un sitio así. El mar a mi lado no era del azul vivo de siempre, era una celeste opaco, sin movimiento por las olas, sin vida; el cielo tampoco era normal, la nubes no dejaban ver una sola mota de color que no fuera blanco amarillento; el aire se asemejaba más a una leve neblina, no había fin; la arena de la playa era de un color hueso, pero no tenía aparecía de millones de granos arena, esta tierra era reseca como si fuera un desierto, con grietas incluso.

El llanto de una mujer resonaba por la infinidad que nos rodeaban, tenía una falda negra que dejaba susurros contra el suelo en cada paso que daba, como la estela de una estrella fugaz, ella dejaba ceniza, el camino negro que dejaba, perturbaba lo opaco del ambiente que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Corrí hacia ella y la tomé del brazo para llamar su atención. Me arrepentí al instante. Esa mujer que lloraba desconsolada era yo.

—Me los arrebataron —dijo en medio del llanto.

—¿Quiénes? —pregunté sin saber a quienes se refería.

—Por mi culpa, por mi culpa —repitió con mirada, estaba perdida—, por mi culpa.

—¿Podrías ponerles sentido a tus palabras? —hablé de forma calmada, pero por dentro un pensamiento me comía viva— Cálmate, por favor. Dime qué paso.

—Mis miedos se hicieron realidad —se dio la vuelta para enfrentarme—, nuestros miedos los hice realidad.

Un grito de horror pasó a través de mi garganta al ver el niño que cargaba. Las gemas turquesas rebosantes de inocencia infantil que me imaginé parecían más esferas de cristal, que estaban ahí solo para llenar las cuencas vacías, su piel era grisácea, su cabello cobrizo caía a un lado sin brillo, su pecho no se hinchaba en cada respiración, ningún corazón latía en su pecho. Tenía tanta vida como el resto del paisaje.

—No, no, no —me alejé negando a creer lo que veía—, ese no es Aiton. Ese no puede ser mi hijo.

—Nunca fue nuestro —el desprecio desfiguraba su rostro, pero el dolor es más evidente. Aquella mujer estaba sufriendo—. No puedo crear vida. Estoy muerta por dentro.

—Es mentira. Lo conseguiremos —traté de engañarme a mí misma sabiendo la poca probabilidad—, por Azieel. Por la familia que quiero y que me fue arrebatada hace siglos.

—Abigor me odia —estrechó el inerte bebé entre sus brazos con la mirada en el suelo. Ahora no había expresión en su rostro, sus ojos estaban tan carente de vida como su hijo—, él quería una familia. Soñó un futuro conmigo y creyó tontamente que le haría feliz. Tanto tiempo de observarme en las sombras debió servirle para saber que destruyó todo a mi alrededor —llevó su mano a la mejilla y rascó insistentemente hasta dejar marca. Pero esta era negra—. Mi hijo consumía mis fuerzas porque yo no podía dárselas como una verdadera madre lo haría —sus extraños ojos rojos y negros se pasaron sobre mí en una fría mirada—, y yo devoro el alma de todos los que están cerca hasta dejarlos secos —elevó sus labios en una perversa sonrisa.

El niño en sus brazos se volvió cenizas deshaciéndose por brisa del océano hasta no dejar rastro.

—Eres un monstruo —intenté alejarme de la bestia que dominaba ese desdichado cuerpo—, matarás todo a tu alrededor.

—Somos monstruos —afirma siguiéndome el paso—, somos demonios y queremos sangre, matamos por ella —expuso sus colmillos satisfecha—, jamás regalarás la vida. Lo hiciste una vez y pagaste por intentarlo de nuevo cuando no debías. Ahora él morirá, como el hijo de Tristán.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora