EL MENSAJE DE LAS ESTRELLAS

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Al volverlos a abrir me encontré con un hermoso paisaje de invierno. Los altos y frondosos arboles se extendían hasta donde alcanzaba la vista, los copos de nieve derritiéndose en mis mejillas dejaban una grata sensación, la nieve engulléndome hasta los tobillos, el aire fresco era delicioso en mi pecho. Lo único que perturbaba aquel paraíso natural era la pequeña choza expulsando humo por su chimenea. De ella salió una linda joven con dos trozos de carne roja en la mano, patas de cordero por la forma. De la nada aparecieron dos lobos de pelaje negro con ojos color celeste corriendo por su comida. La chica levanto al más pequeño de ellos y me dedico una amistosa sonrisa.

-¿Quién eres? ¿Acaso eres uno de los siervos de Luzbel? - pregunte a la defensiva - ¿Dónde estoy?

-demasiadas preguntas ¿No crees? - mi actitud no borro la sonrisa que tenía - tu atuendo es muy bonitos, aunque no muy... Amigable con la naturaleza.

Supe a lo que se refería al ver la gruesa capa de piel de oso blanco que cargaba sobre mis hombros, había sido un regalo de boda de parte de mi nuevo esposo. Pero no era lo único de mi antigua vida que portaba. Un vestido violeta a la romana cubría mi abultado vientre, el laso que lo mantenía sujeto alrededor de mi cuerpo era de oro.

-tan solo dime que no trataras de hacerme daño de alguna manera.

-¿Por qué molestarnos? De igual forma tu no confiaras en mi si te aseguro que jamás te hare daño.

La chica era bastante joven, podría suponer que de la misma edad mía cuando morir como humana. Su cabello castaño estaba organizado es un recogido, una trenza de su cabello la coronaba; sus ojos eran del color de la más clara miel, su piel blanca y sin ninguna imperfección que dañe lo pura de esta; el vestido que portaba era de un gris azulado, de manga hasta las muñecas, un escote cuadrado bastante simple y sin detalles.

-al menos no estamos tan salidas de la realidad - mire a mi alrededor para tratar de comprender donde me encontraba, o ver algo al asecho – al menos ayuda a entender que hago aquí y quién eres.

-soy Roseta. Tu hada madrina...

-debes estar bromeando - exclame con cansancio. Rodando los ojos.

-y lo estaba haciendo. Solo quería que sonrieras, necesitas sonreír - su voz aniñada me sorprendió. Cuando volví la vista a ella me encontré con una niña de no más de 10 años. Era la apariencia de la joven anterior pero mucho más joven.

-¿Pero que...? - me encontraba estupefacta por el cambio radical.

-no te asustes - tu rostro tenía la misma expresión que tendría un niño cuando es encontrado haciendo alguna travesura - solo creí que te ayudaría a confiar en mí una apariencia más infantil.

-de hecho, no tanto. Hay demonios que toman era apariencia. Eso es más terrorífico.

Y como si fuera una orden sus rasgos se desfiguraron hasta que le apareció arrugas, una espalda jorobada y un blanco platinado en su cabello.

-¿Mejor?

-no lo sé.

-te acostumbraras, mi niña.

-eso no ayuda, en definitiva. Pero no quiero más transformaciones. Tan solo quiero respuestas.

-y para eso estas aquí. Tu misma lo descubrirte, Caterina. Comprendiste la canción y porque te la cante hace siglos.

-creo que me acuerdo. Aun que aquella bruja tenía unos 30 y algo, no más de medio siglo de antigüedad. Perdona si no os reconocí.

-ahora comprendo cómo él lo comprendió primero.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora