EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS

154 17 1
                                    


—Por favor Caterina, despierta —la insistente voz de mi hermana fue la causante de mi despertar de mi extraño sueño.

Mis músculos pesaban como toneladas de rocas, me costaba el simple hecho de respirar, ni hablar de abrir los ojos, pero los gritos insistentes de todos mis conocidos fueron el incentivo suficiente para despertarme y encontrarme con el horror que había causado.

El dolor en mi mejilla fue la primera alarma que me aviso de que algo andaba mal y que ese algo pudiera ser mi alter ego. Lo segundo que me inquieto fue la poca movilidad que poseía gracias a la barrera mágica que el brujo había impuesto en mi para contenerme. Vi como ambos hermanos se ahogaban en una burbuja por la falta de oxígeno, Esther estaba prisionera por unas esposas de agua que la encadenaban a la baranda. Julieta, el brujo y Abigor estaba tratando de contenerme, tratando hasta el límite de no dañarme. No se necesitaba tener gran astucia para darse cuenta porque ellos eran los únicos capaces de soportar un ataque mío. Saint poseía sus poderes, mi hermana tenía su capacidad para ver mis movimientos antes de que los efectuara y el poder de Abigor era igual al mío porque le podría contrarrestar mis ataques. Pero había una verdad que lo volvía débil, él jamás me dañaría, pero este monstruo dentro de mí no dudará a la hora de dañarlo.

De golpe detuve mi ataque tan pronto como recuperé el control de mi cuerpo, liberé a los hermanos y a Esther. Me detuve de luchar contra la barrera que el brujo oprimía sobre mí.

—¿Aiton y tú se encuentran bien? —mi esposo corrió a ayudarme cuando la pared invisible se esfumo. Evaluó cada parte de mi cuerpo buscando una posible herida o algún daño que pudiera haber sufrido durante la pelea.

—Estamos bien —miré a todos alrededor aún confundida por lo que estaba pasando—, ¿Qué sucedió?

—Sucede que te levantaste de la cama al estilo zombi de guerra mundial Z e intentaste matarnos a todos —espeta un efusivo Dominic que aún intentaba controlar la tos por la falta de oxígeno al que fue sometido.

—Lo siento. Seguía dormida. No me di cuenta de lo que hacía—me sentía culpable por lo que les había causado. Me reconfortaba un poco el abrazo de Azieel.

—Lo importante es que estamos bien —la intervención del brujo intenta subir los ánimos, pero fue inútil.

—¿Bien? ¿Esto te parece bien? —la histérica de Esther señala a todos en general—por poco y nos mata a todos.

—Exactamente. Por poco. Para nuestra fortuna existe esa palabra en esa oración —espeta con molestia mi hermana fulminando con la mirada a Esther.

—Esto está mal. Necesito una cura urgente, de lo contrario ese «por poco» saldrá de escena.

—Es cierto. Estaba vez ni tu miedo sirvió de algo. Aprovecho que dormías para tomar tu cuerpo. Esa cosa no se detendrá hasta destruirte Caterina —dice Sebastián en tono serio.

Nadie dijo nada más porque todos los que me conocían sabían que si no tenían ningún aporte importante era mejor que no abriesen la boca. Me estaba enfadando el hecho de ser tan inútil, de no poder parar esto. Era horrible tener el poder suficiente para que todo el mundo me deseara, pero no el correcto para quitarme esta maldición de encima.

—Estoy bien, Abigor —respondí de modo cortante cuando di por asegurado que no se quitaría en encima. Lo aparté lejos con evidente furia —solo déjame sola.

Estuvo dispuesto a discutir, pero algo lo hizo cambiar lo opinión porque simplemente se dio la vuelta. Con paso fuerte llegué a la proa. Era obvia mi frustración, mi impotencia ante mi vida y la de los que amo.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora