MENTE PERDIDA

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Expulsé el agua que había tragado provocando un ataque de tos que hacía que mi garganta agonizara. Todos a mi alrededor estaban aliviados de que hubiera recuperado la conciencia.

—Gracias al creador —escuché decir a mi lado—, creí que había llegado tarde.

Busqué a tiendas la mano de mi esposo, aferrándome a ella para no dejarme tentar por la inconciencia. Apenas fui consciente del beso que dejó en mi frente. Todo estaba tan borroso, el malestar general era abrumado; apenas era consiente de cada rostro atento a mis movimientos.

—Estaba ahí —murmuré recordando la causa de mi estado—, el demonio de la otra noche intento matarme —mi garganta se quejaba por cada palabra que decía—, me costaba respirar, no me quería dejar libre. Creí que moriría —mi voz se escuchaba ronca, no parecía la mía.

—Eso no pasará —prometió Abigor con seguridad—, no permitiré que algo te suceda.

—Mataste al demonio, ¿Cómo es posible que algo así suceda? —Sebastián estaba tan conmocionado, al igual que el resto, le costaba creerme.

—No lo sé. Pero estoy segura de ver a ese monstruo, jamás confundiría la sensación de esa cosa alrededor de mí —el escalofrió que me provoco el recuerdo fue tan evidente para Abigor que tuvo que abrazarme para reconfortarme —fue horrible.

—Nadie sintió la presencia de ningún demonio —habló Julieta esperando que alguien la contradijera.

—Tampoco tienes su esencia —agrega Saint—, si el demonio te hubiera tocado, ya nos habríamos dado cuenta.

—¿Qué están insinuando? —pregunté a nadie en específico comprendiendo las miradas que me daban.

—Es una droga, Caterina; puede hacerte ver cosas que no son...

Aparté a Abigor y me levanté molesta de la silla de playa que había junto a la piscina. ¿Cómo se atrevían a insinuar que había perdido la cabeza a tal punto que intenté matarme? Sé lo que vi, esa cosa quería matarme. Pero aun así las palabras de Abigor me hicieron dudar. Había testigos que afirmaban que no había nada, no importaba que yo lo viera, no había pruebas de la presencia del demonio. Además, yo misma acabé con él, tuve su sangre en mis manos. La realidad me embargó. Si era una alucinación lo que presencié hoy, entonces, casi muero por mi propia mano... Y Aiton sería la principal víctima. Por poco mato a mi propio hijo. Esa droga está cumpliendo su propósito de trastornarme y así representar un peligro para mi propia integridad y la de mi bebé.

No podía estar en la presencia de ninguno, la vergüenza me sobrecogió. Quise huir. No estaba segura de mi propio control, creía que le haría daño a cualquiera de los presentes. Incluso, llegué a estar tan perdida en mis pensamientos que no me di cuenta que estos habían nadado libres por las únicas dos personas con la capacidad de conocerlos.

—Intentaste hacerme daño en ese sótano —me detuve bruscamente al escuchar a mi hermana. Ella estaba alterada al igual que yo, lo que me había ocurrido había puesto nerviosos a todos y mi actitud solo empeoraba todo—, eres mi hermana, compartimos sangre; te conozco desde siempre para asegurar que preferirías morir antes que causarme daño alguno. Pero lo hiciste —hablaba con firmeza—, ya una vez lo habías hecho, eras una novata sin control, todos pasamos por esa etapa; así que solo lo dejé ir. Pero lo ocurrido ayer, no lo perdonaré, ¿Sabes por qué? Porque todos tenemos que pagar por tu sufrimiento.

—¿Crees que es sencillo luchar con ello? Trata de vivir con el miedo que en algún momento podrías asesinar a alguien que amas. Cuando tengas que padecer este martirio y el resto que implica mi vida; cuando eso ocurra quiero escuchar decirme cuan fuerte puedo ser.

Vía al Infierno °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora