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-¿Aquí?, quiero conocerlo, llévame con él- pide uniendo sus manos en forma de súplica.

-Vamos- me levanto de la silla, beso la fría mano de Kayla y salgo de la habitación acompañado de Yeider.

Bajamos las escaleras y en la sala de trasera está sentado con un viejo y amarillo periódico entre las manos frente a una humeante taza de café. Al escuchar los pasos levanta la mirada y al ver a Yeider sonríe.

Tengo el mismo color de sus ojos, la misma nariz puntiaguda, las mismas pecas y cejas corpulentas y la vigente malicia que desprende todo su ser.

-Hijos- menciona con la mirada puesta en Yeider.

Él sale detrás de mí y se inca a su altura abrazándolo y apoya su cabeza en las rodillas de nuestro padre.

-Los dejaré para que platiquen- iré a dormir ya que no lo he hecho en varios días.

Yeider.

Tiene muchos parecidos con nosotros, pero sobre todo con Evan, la única diferencia es que se ve un tanto mayor y que él sí demuestra sus sentimientos.

-¿Cómo nos encontraste?- haré mil preguntas si es necesario, pero necesito saber todo.

-Nunca los perdí, siempre estuve, en los buenos, malos y los más insignificantes momentos- tiene la malicia latente, me recuerda demasiado a mi hermano, no cabe duda que es nuestro padre.

-¿Siempre?- me siento acorralado.

-Sí, cuando dijiste tu primera palabra, recuerdo tanto que fue «papi», me sentía tan feliz, tu madre se dio cuenta que me escabullía en casa para verte porque no dejabas de lloriquear y decir «quiero ver a papi», casi me quita la cabeza al enterarse- se carcajea negando con la cabeza- cuando diste tu primer paso, cuando aprendiste a montar bicicleta, cuando comenzaste a comer solo, cuando entraste a bachillerato, yo te pagué la universidad, cuando conociste a tu chica, cuando la citaste al bar, siempre, hasta cuando causaste la pérdida de mi segundo nieto, yo soy la sombra de ustedes dos-

-Pero no recuerdo verte a mi lado cuando pasó todo eso- manifiesto.

-Sólo me presenté ante ti hasta los tres años, de ahí en adelante no pude, porque tanto tu madre como Evan estaban siempre sobre ti y no tenía otra elección más que verte a lo lejos- esclarece.

-¿También estuviste cuando abusaron de mí?- la cólera se apodera de mí y una lágrima a causa de esta se desborda sobre mi mejilla.

-Estuve incluso cuando mataste a una persona inocente por la exacerbación que sentías esa noche y estuve para herirlo a él, yo fui el que rajó su brazo y lo golpeó sin parar, yo fui aquel hombre sin rostro que te desató y te ayudó a vestir, yo, siempre, pero siempre he estado hijo, porque los amo, como jamás amaré- no sé en qué momento empecé a llorar, mi padre se acerca a mí con esa sonrisa imborrable que dice que ya pasó, que está todo bien aunque no parezca, me estrecha entre sus firmes brazos y musita a mi oído, «Los hijos del diablo no lloran, hacen llorar a los que le causaron daño, sonríe, es nuestro muro, nuestro escudo»







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