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Paso mis manos por mi rostro sin abrir los ojos, hace demasiado calor y mi garganta duele al tragar, siento como si no tuviese saliva, llevo la mano a mi espalda aún entre dormida y noto que estoy completamente mojada a causa del sudor.

Abro mis ojos por fin y mi vista se encuentra mucho mejor, me siento sobre la cama y ahí es cuando un grito desgarrador llega a mis oídos.

-¡Ayuda!- exclama con fuerza repetidamente una voz masculina que retumba en todo el lugar.

Me levanto por completo alarmada e intento abrir la puerta pero ésta no cede, la temperatura aumenta y ya siento que me falta la respiración, el olor a humo se cuela por las pequeñas rendijas de la puerta y esto dificulta las cosas, ahora entiendo todo, el grito, los llantos y demás sonidos estruendosos fuera.

Retrocedo tranquila y me siento sobre la cama. Si he de morir hoy, lo haré, no forzaré las cosas, así la muerte me acogerá y lograré descansar de una buena vez.

El humo se impregna en mí e instantáneamente comienzo a toser. La puerta se abre de golpe y frente a mi aparece Evan, éste me observa tranquilo al verme con vida, me echa sobre su hombro sin decir nada y salimos con prisa. Todo el pasillo está muy oscuro y caliente.

-¿Te encuentras bien?- pregunta mientras me sienta en su cómoda cama, estamos en su amplia habitación, me mira detenidamente a la cara y sin esperarlo, me besa, sus labios están calientes y saben a humo, se separa con rapidez y se lleva las manos a la cabeza.

-Pensé que te iba a perder y yo simplemente no podría vivir sin ti, yo moriría si a ti te pasa algo, eres mi todo, eres mi vida, mi alma, sin ti yo no tengo nada- habla sin parar como si fuese una necesidad decirlo. Se calla y me mira de nuevo, pasa las manos por su rostro y toma aire varias veces.

-¿Te encuentras bien?- pregunta de nuevo insistente.

-Sí- muerdo mi labio y limpio mis sudados dedos en mi sudadera.

-¿Quieres darte una ducha?- pregunta casi como una propuesta.

-No estaría mal- aclaro tranquila.

-Iré por algo de ropa a tu habitación, tú ve bañándote, no me tardo- sin decir más que eso, sale del lugar.

Camino hasta llegar a baño, todo es fino y por lo tanto costoso, entro y todo está en perfecto orden, me deshago de mi ropa y entro en la ducha, giro el reluciente grifo y el agua tibia hace contacto con mi piel. Tomo el jabón de la repisa y lo paso con suavidad sobre mi cuerpo. Tomo su champú y me lavo el cabello.

Se escucha como la puerta de la habitación es abierta y luego su voz hace presencia en el lugar.

-Sobre la cama te dejo la toalla y algunas prendas para que vistas, vendré luego, cuando estés lista- informa y sale de nuevo.

Cierro la llave y salgo del baño tapando mis senos inútilmente hasta alcanzar la toalla, me seco el cuerpo y reparo cada una de las prendas, son nuevas.

Escojo una blusa ancha y un pantalón fresco, cerca de la puerta se encuentran unas sandalias acolchadas de color café y suponiendo que son suyas, las calzo, camino de lado a lado observando todo. Abro una pequeña caja ubicada sobre una mesita y saco una foto donde un niño sonríe con evidente felicidad y lo sostiene su madre entre brazos, su parecido es innegable, como también es innegable que aquél niño es Evan.

Guardo la foto de nuevo y tras husmear algunas cosas más, me siento en un cómodo sofá ubicado en una esquina de la habitación.

-¿Ya estás lista?- pregunta él al otro lado de la puerta.

-Sí- respondo y él entra enseguida, me mira por unos segundos, me da la espalda, toma una toalla seca del perchero y se dirige al baño, su espalda sangra a borbotones pero el parece no notarlo.

-Estás sangrando mucho- le aviso despreocupada.

Él asiente e ingresa al baño

Largos minutos pasan antes de que salga con la toalla atada a la cintura, en el centro de su pecho tiene una larga cicatriz verticalmente, sin embargo, su figura está en forma y se puede notar que hace ejercicio.

-Será que podrías coser la herida?- pregunta mientras me tiende algunas cosas, entre estas aguja y agua oxigenada.

Tomo todo y él se sienta sobre la cama, mojo el algodón y lo paso por la herida, es profunda y grande.

Sin avisarle empiezo a coser su carne pero él parece no experimentar sensación alguna. 

Puntada tras puntada, distingo que tiene ya otra cicatriz cerca de las cotillas. Su piel es suave y blanca.

-¿Cómo te la has hecho?- interrogo curiosa.

-Es solo un rasguño- dice.

-¿Me crees idiota verdad?- pregunto y paro de coser.

-Jamás, siempre te he considerado como una mujer  muy inteligente- 

-Ya he terminado- aclaro y rompo el hilo sobrante.

-Gracias- 

-¿Qué hiciste con el cuerpo de Yeider?- la pregunta estuvo siempre en mi mente y hoy mi boca la ha hablado involuntariamente.

-Lo enterré fuera, ¿quieres ir?- su mirada se encuentra con la mía y me parece mentira que me haga esta pregunta.

-¿Yo?... Ir fuera- la euforia crece y al parecer sin querer la alegría se ha notado en mi rostro, pues me observa con una medio sonrisa.

-Sí, abrígate un poco- se dirige hasta su amplio armario y saca gruesas chaquetas finas, me extiende una y se pone la otra. Mi cabeza se siente pesada y mi corazón va a mil.

Él camina hasta la puerta y la abre, me mira profundamente con sus radiantes ojos y me invita con la mirada a hacer muchas cosas, la más convincente, salir. Paso por su lado llena de nervios y luego siento su mano enredarse con la mía, un escalofrío me hace erizar por completo y un leve cosquilleo en las ojeras me hace sonreír.

En un punto del largo recorrido, después de haber cruzado zonas donde infinidades de mujeres trabajaban limpiando y botando desechos chamuscados a causa del notable incendio que se produjo en varias partes del lugar, me pide que cierre los ojos. Me dejo guiar a ciegas por unos segundo aferrada a su gran mano cálida.

Nos detenemos y luego el sonido de una puerta a la que le quitan el seguro se escucha, caminamos un poco más y ya siento el sol tocar mi piel, la brisa acaricia mi pelo y el sonido de los árboles al sacudirse es relajante. Abro mis ojos por fin y deleito la vista. Desde aquí se puede apreciar un maravilloso paisaje, nos encontramos en una montaña muy alta, lejos, muy lejos, se puede ver un pequeño pueblo.

Doy algunos pasos pero él me toma la mano y me hace regresar hacia atrás.

-Cuidado, pisarás la lápida de Yeider- me avisa y yo dirijo mi mirada al suelo.

Sin evitarlo suelto una carcajada y me tapo la boca.

-¿Hablas enserio?- pregunto divertida.

-Sí, no encontré nada más que lo representara- explica.

Miro por última vez el excremento de perro sobre la tumba de Yeider y río una vez más.

-Estuvo muy buena esa, mereces que te golpee menos fuerte antes de huir- digo.

-Si quieres irte, hazlo- se aparta un poco y señala hacia delante.

-¿Estás seguro?- pregunto esperanzada.

-Sí, puedes irte cuando quieras, sólo que antes tienes que pasar la arena movediza, el cercado eléctrico y los cinco francotiradores que hay en la salida-

Ruedo los ojos irritada y me siento estúpida al creer en su insinuación.

-Por los francotiradores no hay problema-

-¿Por qué lo dices?-

-Porque sé que jamás darás la orden de que me disparen-

-Si quieres te puedo llevar a la salida, es más, te puedo dejar en la puerta de la casa en donde has vivido siempre, puedes huir miles de veces, pero yo siempre te encontraré-    

GimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora