–Sí, mi padre me llevó anoche a verla. Estuvo increíble.–
–¿d-de qué trataba?–lo miré enarcando una ceja.
–De unicornios, unicornios en el espacio.–reí–. Se llama El Hombre Lobo por algo ¿sabes?–
–¡eso y-ya l-lo sé!–Bill pareció avergonzarse.
–Ya...–lo abracé por la espalda con algo de dificultad debido a su altura–. No te enojes, sólo bromeaba.–
–N-nunca podría en-nojarme contigo, ____.–
Me estiré un poco y besé su mejilla sin dejar de abrazarlo.
Seguimos caminando por un rato más, hasta que nos cruzamos con Bowers.
–Sigo sin entender cómo puedes salir con el lengua trabada. Deberías venir conmigo...–Henry quiso acercarse a mi, pero Bill se interpuso.
–D-déjala en p-paz.–
El rubio transformó su rostro, sabía lo que haría.
–Vamos, Bill. Larguémonos de aquí.–
Bajo la atenta mirada de Henry, tomé a Bill del brazo y comenzamos a caminar.
–¡sigue en pie mi propuesta, linda! Deja a ese imbécil que nisiquiera puede hablar y ven conmigo. A diferencia de él, yo sí cuido a las personas que quiero.–
Caminamos sin decir nada hasta que llegamos a mi casa, parándonos frente a la entrada. Bill mantenía la mirada baja.
–Hey...–llevé mis manos a sus mejillas y le di suaves caricias–. Todo está bien ¿si?–
–L-lo odio. No puede ser t-tan imbécil, ¿acaso di-disfruta hacer sentir a los d-demás como bas-sura?–
–... ¿te sientes como basura?–
–Un p-poquito...–sonreí por el tono con que dijo aquello.
–Tú no eres una basura. Eres Bill Denbrough, el chico más tierno, abrazable y amigable que existe sobre la faz de la tierra. Sí, te trabas un poco al hablar ¿y qué con eso? Para mi eres perfecto, incluso en tus imperfecciones.–besé su nariz–. Además, eres el chico más afortunado del mundo por tenerme como novia.–
Bill sonrió mientras me abrazaba.
–En eso tienes razón.–
Juntamos nuestros labios en un dulce beso.
–¡mamá! ____ está intercambiando babas con Bill en la puerta de la casa.–mi hermana menor nos hizo separar.
–Esfúmate, enana de jardín.–
La pequeña me sacó la lengua antes de desaparecer dentro de la casa.
–Claro.–volví a besarlo sus labios, pero esta vez fue uno corto.
–Adiós, t-te amo.–
Esa fue la primera vez que Bill me decía aquello y cuando se percató de sus palabras, sus mejillas se tiñeron de rojo. Una sonrisa enorme se formó en mi rostro mientras me lanzaba a abrazarlo y llenar su rostro de besos.
–Yo también te amo, Bill.–
El chico me dedicó una tímida sonrisa.
–¡me dan diabetes!–
–¡piérdete!–le grité a la pequeña que se asomaba por la ventana.
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