Capítulo 35 - La fiesta

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Canción en multimedia: Falling apart — Michael Schulte

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Capítulo treinta y cinco — La fiesta

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Al volver a casa me encierro en mi habitación para "estudiar" en lo que aprovecho a dormir durante un par de horas. Sé lo mal que se lo tomarían los Daking si decidieran abrir la puerta como acostumbran a hacer para asegurarse de que no me haya distraído, pero, por suerte, últimamente los que se distraen son ellos.

Escucho pasos por el pasillo, discusiones en el piso de abajo y algún que otro portazo cuando Brigitte se encierra en su despacho. Hoy ha venido ella a recogerme al instituto y siendo ella como es, haber faltado al trabajo es como una advertencia de peligro. Porque hay pocas cosas que puedan mantenerla alejada de su oficina, lo que me hace preguntarme si el último caso ya se le ha ido de las manos.

Me despierto a las seis, hago la cama y me siento en el escritorio a ojear un libro abierto y garabatear sobre un folio que había dejado entre las páginas del cuaderno de historia. Incluso mis apuntes tienen que estar siempre a limpio porque Brigitte puede querer asegurarse de ello, ya no hace que me sienta como una niña, hace que también me sienta expuesta. Siguen, una y otra vez, mandando sobre mi vida y privándome de la opción de tener algo privado, algo propio que no sea la pulsera que adoro y odio en igual medida.

Porque mi pulsera, esa que he tenido desde que me alcanza la memoria, es un regalo y un castigo al mismo tiempo. Me da algo propio, algo sobre lo que los Daking no hayan puesto la mano encima y que ya es parte de mí, pero antes fue de otra persona. Fue de quienes me abandonaron, de quienes decidieron que era mejor dejarme en un orfanato a criarme. Es parte de una herida que nunca sanará, extrañamente, no soy capaz de alejarme de ella.

Dibujo un poco, la imagen que tenía en mente del mirador de nuevo. Me pongo un auricular y me pierdo entre mis recuerdos para atrapar la imagen, para enredarla en un punto entre la realidad y la imaginación. El lugar era bonito, sí, pero lo bueno del arte es tomar una imagen y alejarla de la perfección para que estalle en tu interior, para que las imperfecciones la aten a ti y hagan que los sentimientos afloren. Eso es lo que más me gusta de esto.

Como esperaba, no me llaman para cenar. Cuando piso la cocina el señor Daking no está, me arriesgo a decir, en toda la casa. Brigitte señala mi silla dejándonos en una cena tina silenciosa que incluso tengo la sensación de que mis pensamientos son demasiado altos. Ella casi no come, picotea un poco de todo y su mirada viaja constantemente a la estantería en la que ha dejado el móvil. Prohibió los móviles en la mesa, lo que no sería una mala regla, salvo cuando ahora muestra sus ganas de recuperar el suyo. Espera a terminar de comer, se disculpa por levantarse y recoge sus cosas antes de encerrarse en otra habitación para llamar por teléfono.

Ni siquiera la vez que la amenazaron y llegaron a intentar colarse en casa la había visto así. Aquella vez llevó la situación con la cabeza alta, ropa impoluta y gesto de suficiencia. Ahora la veo andar por casa con el pelo saliéndose de sus recogidos y con una palidez y ojeras que ni el maquillaje puede tapar.

Senior YearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora