Abrió poco a poco los ojos y fue tomando conciencia de donde estaba y con quién. Miró al culpable de su situación. En algún momento, durante la noche, se habrían movido puesto que ahora ella se encontraba boca arriba con la causa de sus problemas encima de ella. Su cabello negro se esparcía por su pecho, una de sus manos la abrazaba con fuerza mientras que la otra la tenía pegada a su cuerpo. Se dio cuenta, con horror, que ella lo tenía abrazado por la espalda. No sabía si alarmarse o sentirse dichosa. Por un lado, había ansiado poder tocarle y mirarle como una mujer mira a un hombre. Pero después de cómo se había comportado con ella, no sabía por qué demonios sucumbía a sus deseos. ¿Por qué no tenía una fuerza de voluntad más férrea? A este paso lograría lo que hacía siempre, salirse con la suya. Suspiró de abnegación. Su corazón y su cuerpo habían aliado fuerzas y se enfrascaban en una guerra contra su cordura. Lamentablemente serían victoriosos. La súplica que vio en esos ojos llenos de desesperación hizo mella en su misericordia. Quizás fuese cierto que era una misionera. Parpadeó para centrarse. La realidad fue que ella no le invitó a dormir, pero tampoco se lo negó. Con una de sus manos acarició su cabello. Era tan fino y suave. Él gimió. Luego comenzó a acariciar su espalda. Un gesto de extrañeza acudió a ella cuando se dio cuenta de que estaba tocando unas pequeñas marcas. ¿Cicatrices? Se alarmó al instante. Su mejilla estaba justo sobre su clavícula y el suave aliento que se desprendía de entre sus labios le estaba haciendo cosquillas en el pecho. No sabía qué hora era, ni siquiera había avisado de que no iba a volver. Intentó incorporarse, pero mover a ese hombre era misión imposible. Volvió a acariciar su cabello y el volvió a gemir y a moverse.
—Despierta—susurró. Contempló hipnotizada cómo iba parpadeando poco a poco y sus largas pestañas rozaron su piel.
—Mmm... —Cuando tomó conciencia de dónde se encontraba, alzó la cabeza de golpe y la miró estupefacto. Levantó su mano, se incorporó como quien no quiere tocar algo muy valioso y se quedó de rodillas en la cama contemplándola—. Yo... esto...—Primero la miró asombrado, luego frunció el ceño—. ¡Dios qué bien he dormido!—se dijo, extrañado consigo mismo. Ayna no sabía qué esperar cuando él la miró, pero desde luego no un ataque de sinceridad tan brusco. Algo ruborizada ante su mirada, alzó la sábana para taparse. Él se puso de pie. Miró hacia la puerta y se rascó la mejilla—. Esto... es un poco embarazoso...—Ayna sonrió al verlo ruborizarse, pero al oírlo carraspear supo lo que vendría después así que lo interrumpió.
—No lo estropees.—Dominic la miró sorprendido.
—¿Qué?—Él frunció el ceño.
—Hemos dormido bien. No digas nada más. Puedes irte sin necesidad de estropearlo.—Él la miró confuso y se enfureció.
—No iba a estropear nada.
—¿A no?—Ella le sonrió con superioridad—. ¿Y qué ibas a decir?
—Yo...—Trataba de ser sincero, de decirle que había sido lo mejor que le había pasado en la vida, que era la primera vez en muchísimos años que dormía sin tener pesadillas y sin necesidad de medicarse y que, por el amor de Dios, tenerla entre sus brazos había sido algo tan alucinante que sentía un hormigueo en el estómago. Pero ella lo miraba inquisidora de una respuesta y él se bloqueó—. Nada. No iba a decir nada.—Se fue hacia la puerta y la abrió, pero la cerró de nuevo—. No hace falta que te tapes de esa manera, ya miré todo lo que quise anoche.—Abrió y se fue. Ayna reboleó la almohada contra la puerta. Nuevamente volvían las contradicciones a su cuerpo y mente. Debía establecer una firme barrera entre los dos, aunque supusiera seguir luchando consigo misma. Era el hombre más irritante que había conocido. Se dejó caer en la cama. Debía reconocer que también era el más interesante.
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El Caballero Oscuro
RomanceDominic es exigente, prepotente e insoportable. Esa manera casi espartana de trabajar le mantiene en alerta y en un agotador estado de resistencia. El despotismo de Dominic la conduce a una espiral de misterio y claroscuros llenos de cicatrices dond...