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Estaba totalmente perdida, después de que debía disculparse con su jefe, encima debía pedirle permiso para quedarse con su hermana en el hotel. Dejó escapar un suspiro mientras caminaba despacio de la mano de su hermana.

-Mamá, ¿hoy veremos al caballero oscuro?- Ayna no tenía ganas de continuar con la historia. Se paró en seco y se agachó para quedar a la altura de la niña.

-Isi, cariño, verás... no quiero que bajo ningún concepto vuelvas a aventurarte por el hotel sin mi permiso, ¿entiendes?- La pequeña la miró con desaprobación.

-Pero yo quiero ver de nuevo a

-¡No Isi!- La niña dio un respingo al verse interrumpida.- Ése señor es el dueño del hotel, y no puedes llamarle caballero oscuro, ¿de acuerdo?

-¿Por qué mamá?

-Pues...- Se apretó el puente de la nariz para conseguir un poco de paciencia.- Debes portarte bien porque si no, me echarán, y si me echan, no volveremos a ver el castillo, ni al príncipe,... ni nada.- Hizo un gesto con la mano cortando el fresco aire de la noche. La niña asintió, aunque Ayna contempló en su expresión un destello de rebeldía. Algo le decía que iba a hacer lo que le viniese en gana. Que Dios la ayudara a salir de esta. De pronto, observó el Starbucks al que habitualmente solía acudir y despertó en ella una brillante idea. Era como si de repente, alguien la guiase hacia la salvación. Nunca se le había dado demasiado bien hacerle la pelota a nadie, pero tampoco se había visto en la necesidad de hacerlo. Miró su reloj y se asombró de la celeridad de sus agujas. Tenía que darse prisa.

El hecho de que viviese en el mismo lugar de trabajo tenía ciertas ventajas con respecto al horario, aunque últimamente, los inconvenientes aumentaban. Por ejemplo el sentirse asfixiado entre ésas paredes. Podría haber elegido cualquiera de los hoteles de su compañía para vivir. Incluso hubo una época en que vivía una temporada en cada uno, pero al final, siempre volvía al mismo lugar aunque tuviese la casa del acantilado a pocos metros de allí. Era el favorito de su padre. ''Aquí comenzó mi sueño Domi'', leía aquella frase escrita en su testamento una y otra vez. Sentía que si se encontraba allí, de alguna manera, aún habría una conexión con él. Se engañaba. Se refugiaba en la excusa de necesitar las preciosas vistas del mar así como su sonido para conciliar el sueño y reconfortar su paz interior, pero ya contaba con innumerables lugares que le aportaban las mismas características, así que aún a su pesar, hacía tiempo que había admitido para sí mismo que aquel pequeño hotel era lo único que tenía valor para él.

Ésa noche, se tomaría el trabajo con calma. No tenía la mente lo suficientemente despejada como para introducirse en el mundo de la contabilidad y las finanzas. De todas formas, tenía el trabajo más que supervisado y adelantado. Siempre le gustaba ir por delante de lo que pudiese ocurrir. Así pues, se dirigió hacia su despacho.

Cuando fue a poner la mano en el pomo, contempló con asombro que la puerta estaba encajada. Él siempre la cerraba. Puso la mano con delicadeza sobre la puerta y abrió muy despacio. Nadie. Entró y cerró. Y se dirigió hacia su escritorio. Allí, sobre la amplia mesa de cristal había un enorme vaso del Starbucks junto con un sobre. Se sentó en su sillón y lo abrió con curiosidad.

Querido Señor Bassols:

Le ruego acepte mis disculpas por el incidente de ayer.

Me gustaría hablar con usted personalmente sobre un asunto de extrema delicadeza.

Atentamente A.L.

Dominic se quedó perplejo. Abrió la tapa del vaso y le dio un sorbo, aunque no era exactamente igual, se asemejaba mucho al cappuccino que solía tomar todas las noches. ¿Querido Señor Bassols? En realidad sonaba como todas las cartas administrativas que recibía, pero no sabía por qué le parecía muy distante o como si él fuese muy mayor. De pronto se sintió viejo. Había vivido muchas cosas para la edad que tenía.

El Caballero OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora