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—Le echas de menos, ¿verdad?—Sonrió con picardía.

—¿Yo? ¿Por qué iba a echarle de menos? Ni siquiera he entablado una conversación decente con él.—Ayna miró su café sin evitar sonreír. La indignación en la voz de su tía era demasiado exagerada como para pretender que no le interesaba. A pesar de que había pasado prácticamente una semana desde que Nikolái se marchó y de los muchos intentos de ella por lograr sonsacarle lo que ocurrió aquella noche, su tía seguía hermética. Pero algo instintivo le decía que aquel impresionante ruso con sus ojos dorados, había tocado algo dentro de su corazón. Una fugaz imagen de Dominic pasó por su mente. Una semana dijo. Habían pasado dos y seguía sin respuestas. Ya había decidido concederle el tiempo que necesitaba hasta contemplar su regreso. No quería presionarle, pero el convencimiento de que había ocurrido algo allí cada vez tomaba más fuerza. De la tristeza pasaba a la preocupación y después a la ira sucesivamente. Llevaba dos semanas sumida en un caos emocional. Desistió.

—No te creo ni una pizca, pero si insistes en negarlo..., tú misma.—Se encogió de hombros. Beth acabó de preparar sendos desayunos y se sentó en la barra.

—¡Isiiiii! ¡A Desayunar!

—Valeeeee.—Tras hacerse oír desde la cocina, le añadió en voz baja—. No hables más del tema, no quiero que la imaginación de nuestra pequeña se dispare de nuevo.—Ayna soltó una tremenda carcajada.

—¿Qué pasa, mamá?—Ambas mujeres la miraron subirse a la silla y sonrieron.

—Nada, cariño, cosas de tía Beth.—Isola comenzó a darle pequeños bocados a su tostada de mantequilla con pavo.

—Ya sé. Seguro que se trata de mis príncipes.—Ambas adultas la miraron boquiabiertas.

—¿Príncipes?—Beth levantó una ceja. A saber en qué ensoñación andaba ahora.

—Dominic y Nikolái.—La pequeña tragó y las miró a ambas—. Son mis príncipes.—Ayna dejó escapar un suspiro.

—¿Se puede saber en qué fantasía andas ahora?—Isola se encogió de hombros y continuó con su desayuno. Prefirieron no seguir cuestionando su imaginación pues aquel universo paralelo que ella se había creado crecería hasta alcanzar los confines del universo.

—No entiendo a los adultos —dijo la pequeña, bastante distraída con su desayuno, pero lo suficientemente alto como para que ambas, tía y sobrina la mirasen con interés.— Mi papá es el hombre más guapo del mundo mundial, y no sé por qué no os casáis. Y Niko es el más guapo, después de papá, y muy divertido también, y tampoco sé por qué no os casáis.—Luego las miró y ambas pestañearon de asombro—. Si no los queréis, yo me quedaré con los dos.—Inevitablemente, tuvieron que dejarse llevar por las risas.

No pudo contener el asombro ante la decoración especial que inundaba el ambiente. El evento tenía lugar en la playa, pero todo el hotel estaba cuidadosamente decorado, cada pequeño detalle contaba y maravillosamente guiaban el camino de todo aquel que quisiese asistir con un innumerable sinfín de faroles blancos. Desde luego ella había sido testigo de cómo ornamentaban todo, pero no se habría hecho a la idea de cómo quedaría con la fantástica caída de la noche. Pasó sin prisa pero sin pausa hacia el vestuario sin perder de vista toda el nuevo engalanamiento que llenaba su corazón de nerviosa expectación. Guirnaldas con todo tipo de flores blancas tejían un hermoso jardín interno rodeado por millones de velas aromáticas. Fragancias de jazmín y damas de noche se elevaban alcanzando cada rincón y una suave melodía de música étnica le confería un ambiente cálido e innovador al mismo tiempo. Abrió su taquilla con un ligero temblor en la mano y contempló fascinada las piezas de su nuevo uniforme. Acarició con deferencia el hermoso tejido de lino blanco de la falda. Larga y amplia cual prendas ibicencas. La camisa era estrecha y una vez puesta, corroboró que poseía un enorme cuello barco dejando ambos hombros al descubierto. Adornada por un fino bordado en plateado que hacía juego con el fajín. Innumerables tribales se entrelazaban entre ellos para formar aquel estrecho cinturón. Contempló maravillada su reflejo en el espejo. Si pudiese quedarse con ese uniforme para siempre, sería la más feliz del mundo. Era cómodo y bello, práctico y elegante. Se quedó perpleja y fue consciente de que se había tomado más tiempo del necesario, así pues, dándose prisa, se dirigió a su puesto.

El Caballero OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora