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Respiró hondo, con determinación y aunque estaba nerviosa, después de haberse pasado gran parte de la noche hablando con su tía, se encontraba llena de optimismo. A pesar de que su turno seguía siendo el nocturno, se dirigía a paso rápido hacia el hotel. A primera hora de la mañana, se había tomado una infusión que malogró templar su inquietud, y decidió que debía hablar con Dominic cuanto antes. Tenía que contarle todo lo que le preocupaba y así aligerar un poco el peso de su alma. Cuando llegó, no pasó desapercibida la cara de sorpresa de Noida.

—¿Te he cambiado el turno y no lo recuerdo?—preguntó, buscando en su agenda. Ayna le sonrió negando con la cabeza.

—No..., mi turno sigue siendo el mismo, pero tengo un asunto que resolver con...—Hizo un gesto con el pulgar señalando por encima de su hombro. Noida resopló.

—Buff..., tú misma, pero si ayer tenía un humor indescriptible, hoy simplemente es intragable. Al parecer, tiene una reunión de carácter personal... —Noida se cruzó de brazos, maldiciendo por lo bajo—. No sé de qué se tratará, pero está completamente irritable... Vamos..., la tensión que emana se puede cortar con un cuchillo de carnicero.—Ayna frunció el ceño. No eran buenos augurios para lo que le esperaba, pero había tomado una decisión y debía salir de allí con éxito. No podía permitirse el lujo de echarse atrás.

—Debo verle de todas formas.—Noida se encogió de hombros.

—Solo me queda desearte suerte. Está en su suite.—Ayna le dedicó una sonrisa de resignación y se marchó, cada vez más agitada, hacia el ascensor. Aún tenía grabada a fuego la imagen de Dominic la noche anterior, dejando fluir su ira y maltratando aquel indefenso saco de boxeo que poco podía hacer para defenderse a juzgar por la fuerza de su contrincante. Se le erizó el vello de la nuca. Solo esperaba no volver a verle así, pues no le quedaría más remedio que retirarse. Era plenamente consciente de cuánto necesitaba él esos momentos de desahogo. El silencio que se percibió por el pasillo, le tranquilizó de la misma manera que le enervó. Cuando se encontró frente a su puerta, levantó la mano para llamar pero esta quedó suspendida en el aire, pues la puerta se abrió abruptamente y ambos se sobresaltaron por la sorpresa. Dominic la contempló durante unos minutos, suficientes para recuperarse de su asombro. Carraspeó.

—No esperaba verte tan pronto.—Ella sonrió.

—Lo sé, quería...—Los nervios fluyeron más rápido de lo que esperaba—. Es decir..., necesito hablar contigo.—Dominic tragó saliva, aquello que le preocupaba por fin iba a compartirlo con él, pero en ese preciso momento tenía que acudir a su misteriosa cita. Comenzó a sentirse presionado. Completó de abrir la puerta y se hizo a un lado para permitirle el paso. Cerró, se apoyó en ella y cruzó los brazos. Bien. Ella le contaría lo que sea que fuere. Él lo resolvería fácilmente, y se marcharía a su reunión prometiéndole pasar la noche juntos. Era una buena estrategia, se felicitó mentalmente, era una magnífica estrategia. Observó cómo se frotaba las manos, a todas luces, preocupada. Señaló el saco de boxeo.

—¿Has redecorado la habitación?—Dominic frunció el ceño.

—Sí.—Ella miró el suelo unos instantes. Luego le miró.

—Desconocía que supieras boxear.—Se estaba andando por las ramas y eso le hizo alterarse.

—No sé. Me limito a golpearlo.

—¿Y no te haces daño?—Su voz temblaba. Dominic soltó un suspiro de disgusto. Aquello era un sinsentido. Ni ella quería hablar de boxeo, ni él estaba dispuesto a oírlo.

—¿Qué es lo que ocurre? Dímelo de una vez.—Ayna no esperaba que él fuese tan directo. A todas luces, se le veía impaciente, y eso dificultaba muchísimo que sus palabras saliesen de su boca. Dominic se acercó a ella—. ¿Qué problema te preocupa? Lo que sea, lo resolveré antes de que si quiera te des cuenta.—«¿Problema?».Ella comenzó a agitarse. Por supuesto que él pensaba que tenía cualquier dificultad, eso es lo que ella le había dado a entender, aun así, no quería enfocar aquella conversación delicada, desde la perspectiva de, «problema». Dominic miró la esfera de su reloj. El tiempo se le echaba encima.

El Caballero OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora