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Por muy lenta que hiciera el trabajo pendiente, las horas no pasaban y se le acababan las excusas para poder irse a dormir. No se encontraba tan nerviosa desde hacía mucho tiempo, y era la primera vez en siglos que sus nervios eran producidos por un hombre. Con la emoción de una niña pequeña se había encerrado en su habitación para abrir su regalo. Cuando lo vio, tuvo que morderse el labio para no soltar un grito de felicidad como los de su hermana. Era un pijama. Un pijama de verano de dos cuerpos. Un short y una camiseta de tirantas muy finas. Pero lo que llamó su atención era que tenía impreso varias imágenes de Anastasia. Por un lado sintió vergüenza. ¿Qué chica de veintiséis años en su sano juicio duerme con un pijama tan infantil? Y además él lo sabía. Sabía que adoraba esa película así como esa historia. Cada vez que le pasaba la imagen por delante de ese hombre buscando dos pijamas de Anastasia por toda la ciudad, sonreía. Después se sintió mortificada y le echó una mini bronca a su hermana por revelar esa parte de ella tan infantil que un hombre no tiene por qué saber. Y menos ese hombre. Pero ahora pensaba en sus últimas palabras. ¿Sería cierto que aparecería en su habitación? La noche anterior le pareció simplemente un niño escondido en el cuerpo de un hombre que necesitaba consuelo. Pero antes de irse, le había mostrado una sonrisa lobuna. De esas que solo un hombre con instintos de hombre era capaz de manifestar. Había logrado, no sin mucho esfuerzo, ordenar sus pensamientos y había concluido que cuando se encontrase con él fuera del hotel, tendría el trato que una mujer debe tener con un hombre, pero que dentro de su lugar de trabajo, debería ponerse una coraza que le indicase en todo momento que se trataba de su superior. Y después de largas horas debatiendo consigo misma, llegaba él y derrumbaba la muralla que tanto esfuerzo le había costado construir. Así no había quien pudiese intentar mantenerse al margen. Acabó de hacerlo todo y apenas eran las dos. Aún faltaban cuatro horas para que acabase su turno. Noida le había explicado que acabando todo el papeleo, podría dormir lo que quisiera siempre y cuando no tocaran la campanilla. Desde que había comenzado a trabajar en su turno de noche, nunca había ocurrido tal cosa, y por eso cada vez se iba más confiada a la cama. Pero al saber que él podría aparecer, no se sentía con las fuerzas necesarias como para irse tan tranquilamente a la habitación. Era como si estuviese premeditado. Y eso la atacaba. Aun así, no iba a quedarse sentada en el mostrador toda la noche. Así pues se fue a la habitación.

Dominic la observó atentamente. ¿Por qué le habría sugerido que iría a verla? Es más, ¿de dónde había salido ese palabrerío de «tú eres la mujer que necesito»? Su subconsciente le estaba jugando una mala pasada, y estaba perdiendo el don de ser comedido con todo lo que hablaba. Se descubría a sí mismo siendo impulsivo y soltando todo lo que le pasaba por la mente a bocajarro. Y siempre se había tenido por un hombre esclavo de sus palabras. Pero... no es que no lo estuviera deseando. Obviamente para cualquier hombre que se precie, la situación no podría ser mejor. Ir a reunirse con su empleada a una habitación. Dormir con ella y no hacer nada. Resopló. Nadie se lo creería. Le pareció oír la risa de Niko en la lejanía cosa que le hizo torcer el gesto. Le vino a la mente la imagen de cómo iba vestida en el cumpleaños y se le hizo un nudo en la garganta. Tenía el pelo recogido en una cola alta, y los mechones la caían por doquier. Llevaba una camiseta roja de palabra de honor tan ceñida que se descubrió a sí mismo intentado meter la mano por debajo para comprobar si realmente la tenía pegada a la piel. Y unos shorts. Pero no eran unos shorts normales, esos pantalones estaban hechos y además estaba seguro de ello, para nublar el juicio de los hombres. Mostraban mucho más de lo que tapaban y de espaldas podía observar perfectamente parte de su trasero. Se reprendió mentalmente. Si continuaba pensando en ello, ni la más dura de las promesas iba a evitar que tuviese las manos quietas esa noche. Eso,si se decidía a ir. Se llevó una mano a la boca y se apretó con fuerza soltando un suspiro. Se tumbó en el sofá mirando al techo con una mano detrás de la cabeza, la otra reposando en su pecho y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Estaba deseando bajar y se conformaba con abrazarla como la noche anterior. No entendía por qué no se atrevía a hacerlo. Bueno, en realidad sí. La noche anterior, había sido producto de un impulso, ella no se lo esperaba, él tampoco. Ella estaba dormida y él se aprovechó de eso. Pero en aquel preciso instante, ella sabía que él iba a ir a verla. Le estaba esperando. Era premeditado. Suspirando miró el reloj. Acababa de irse a la habitación, aún estaría despierta. No, aún no bajaría. Era muy pronto, aunque necesitara hacer acopio de toda su fuerza de voluntad, era muy pronto.

El Caballero OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora