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—Bin...go...—Una diabólica sonrisa acudió a sus labios, por fin había encontrado la carta que necesitaba para ganar la partida. Desde el momento en que la abandonó a su suerte, supo que había cometido el error de su vida. Pero no fue hasta no contemplar con sus propios ojos cómo ella miraba hacia otro lado, cuando supo que se le escapaba como agua entre los dedos, cosa que no había hecho más que aumentar su pánico. Él, pagado de sí mismo, confiaba en conservarla para siempre. Creía, ignorante, que había llegado tan profundamente a su corazón, que seguiría latiendo por él incluso después de tanto tiempo. Se había mostrado tranquilo presumiendo que en cualquier momento ella volvería a él como el ave que retorna a su hogar, sin embargo nada más lejos de la realidad. Cuando fue consciente de la competencia que se le presentaba, sintió que un enorme agujero se abría ante él y que no habría manera humana de afrontar la disputa. Pero no había hecho más que trabajar en ello, en hallar la forma de hacer caer a su rival. Se echó hacia atrás en su asiento llevándose las manos cruzadas a la nuca en actitud satisfecha. Absolutamente todo el mundo tiene un lado oscuro y la suerte le había sonreído, pues quería el destino obrar en aquella misión facilitándole recuerdos del pasado. Una debilidad, un talón de Aquiles. Aquella fibra que cuando alguien la alcanza, hace que se derrumbe todo a su alrededor. Y no había hecho otra cosa en esas últimas semanas que buscar con precisión, cuál era esa flaqueza que le haría subir de posición. Su sonrisa aumentó. Ya tenía en su poder esa joya tan valiosa como la fortuna de su contrincante. Con ella y apelando al raciocinio de los mundos que les separaban, juraría que el gran Dominic Bassols no tenía nada que hacer más que ceder a su petición. Estaba deseando hacerle caer. Después de todo estaba convencido de que para aquel magnate, Ayna tan solo era un capricho, mientras que para él era suya, por derecho propio. Sí, sonaba demasiado posesivo, pero jamás había sido de los que comparten. Quizás él no lo recordaba, pues habían sido años tortuosos, pero las imágenes de su infancia pasaban nítidas ante su retina.

Ella jamás estaría con él por su patrimonio, y él podría tener a la mujer que quisiera.

Una breve risilla emergió entre sus dientes. Estaba deseando poner en marcha su estratagema, aunque aún le quedaba mucho por investigar para cerciorarse de la veracidad de todo lo que había descubierto. Se dirigió a la cocina en pos de un refresco bien frío. Después de dar unos sorbos volvió a sonreír.

—Pronto... todo volverá a ser como antes.



El Caballero OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora