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Le había costado algo de trabajo convencer a su tía para que no apareciese por la casa. Algo le decía que Dominic precisaba su ayuda. No sabía si era por el tiempo que llevaban conociéndose o bien porque ella era testigo de sus crisis, pero sentía cuándo estaba próximo a derrumbarse o cuando requería que le ayudasen a salir. Y se encontraba tremendamente privilegiada al ser esa persona que le reconfortase. Sumida en sus pensamientos y concentrada como estaba en cocinar no salió del trance hasta que no oyó el timbre. Respiró hondo antes de abrir. De nuevo perdió el aliento. Llevaba unos vaqueros muy claros y una camisa celeste con las mangas recogidas, como habitualmente. Pero no le dio tiempo a decir nada. Tal y como abrió la puerta, él la abrazó.

—¡Dominic!—Ella subió las manos sin tocarle, de la impresión—. No me he quitado el delantal, seguro te has ensuciado. —Sintió su abrazo aún más fuerte y su nariz acariciando su cuello.

—No importa. Abrázame, por favor.—No se lo repetiría de nuevo, de eso estaba segura. Recorrió su amplia espalda varias veces a modo de consoladoras caricias y notó cómo él la estrechaba más aún dejando escapar un suspiro. Se preocupó.

—¿Estás bien?—Lo sintió asentir sobre su piel.

—Ahora sí.—A su pesar se incorporó. La miró intensamente, colocó las manos en sus mejillas—. Bésame.—Contempló cómo ella cerraba los ojos y se acercaba a sus labios y él hizo lo propio. Dejó escapar una exhalación de satisfacción. La lengua de Dominic se introdujo fácilmente en ella y se restregó con la suya. Rozó sus dientes y lamió sus labios. Su boca sabía tan bien... No había pasado tanto tiempo desde que la besara por última vez, y aun así parecía toda una vida, y quiso quedarse así por toda la eternidad. Pero ella le puso fin muy despacio. Le sonrió y señaló hacia adentro.

—Se quemará si no voy.—Él asintió y se despegó de ella con desgana. Ayna contempló su camisa manchada de tomate—. ¿Ves? Luego no me digas que no te lo advertí.—Dominic se miró la camisa al mismo tiempo que cerraba la puerta y caminaba tras ella.

—Puedes mancharme todas las veces que quieras.—Ayna no se giraría para evitar que él mirase sus sonrojadas mejillas—. ¿Y la pequeña?—Una vez en la cocina, Dominic no perdió detalle de cómo ella se desenvolvía.

—Mejor. La irritación se va calmando, y ya empiezan a desaparecer algunas erupciones. Se quedó dormida viendo una película.—Él sonrió.

—Propio en ella.—Se cruzó de brazos y se acercó tímidamente para contemplar lo que estaba haciendo. Ayna no se lo esperaba tan cerca y se puso absurdamente nerviosa.

—Pretendía cocinar tu plato favorito y además de que no he tenido la oportunidad de averiguar cuál es, me has avisado muy tarde, así que estoy haciendo el de Isola.—Él le sonrió.

—Cualquier cosa estará bien. —Dios, el corazón le latía muy deprisa, «¡Ayna cálmate!».

—¿Por qué tiene que ser tan irresistible?—susurró para ella misma.

—¿Cómo?—Se sobresaltó. Demasiado cerca. Él tenía las caderas apoyadas en la barra de mármol que había justo detrás y estaba cruzado de brazos mirándola, y por supuesto, se había enterado de su privada batalla consigo misma. Se encontraba torpe, pero se forzó a actuar con naturalidad y se giró distraídamente mientras situaba un escurridor a su lado donde había dejado una enorme cantidad de macarrones. Se volvió de nuevo para atender a la salsa.

—Hablaba conmigo misma.

—Puedes hablarlo conmigo.—Ayna respiró con profundidad. Cierto. ¿Por qué tenía que ocultarlo? Recordó cómo él le había comentado en una ocasión que nunca antes le habían dicho nada que reflejase ningún tipo de sentimientos.

El Caballero OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora