—¡Nachos, nachos!—La pequeña lanzaba grititos de alegría y de pronto se giró hacia él—. ¿Te gustan los nachos, Niko?—Desde luego que esos ojos desnudarían el alma de cualquier hombre en el futuro. Dejó escapar un suspiro, mucho se temía que en el presente también.
—Sí, claro.—Le sonrió haciendo gala de su talento para la interpretación, ya que no había cosa que le diera más alergia que un niño.
—A mí me encantan los nachos, con muuuucho queso, igual que a mamá, pero claro, todos los días no se puede comer queso porque...—Apagó su atención a la niña, pues hablaba hasta cansar a las piedras y miró discretamente a la mujer que tenía enfrente, que andaba enfrascada en un debate con Ayna acerca de una salida de mujeres, un día sí, otro no, después de que el primero era mejor, no el segundo. Levantó las cejas, sorprendido ante la indecisión de las mujeres y bajó la vista a su móvil. ¿Por qué Dominic no le había contestado a su último dardo? Le había enviado una foto del frontal de la casa de su chica, pensando que quizás se plantearía el volver antes de que acabase la semana. Se encogió de hombros, no había resultado. Tendría que ser más directo la próxima vez. Apoyó el codo en la mesa y dejó caer su cara sobre la palma contemplando por el cristal el ir y venir de la gente. No le había pasado desapercibido el gesto de fastidio de ella cuando su sobrina le dijo que él las acompañaría. De seguro que pensaba que era un disoluto bebedor inconsciente. Había sido desastroso. Suspiró. No encontraría la manera de disculparse, pues su sola mirada de disgusto le acobardaba. Se dio un pequeño golpe en la cabeza, ¿por qué demonios tenía que importarle lo que pensase de él? ¿Qué sabía ella de él para juzgarle tan repentinamente por haberle visto ebrio? Bueno, más que ebrio.
—¿Y tú que vas a tomar? Nikolái... ¡Nikolái!—Se sobresaltó y giró la cabeza. Ayna le observaba con el ceño fruncido.
—Amm... un burrito estará bien.
—¿Y de beber?—Observó cómo aquellos ojos color miel levantaron la mirada hacia él.
—Agua —carraspeó—. Agua del tiempo.
—Mamá, mamá, ¿podemos ir al parque de bolas? Por favor, por favor.—La niña suplicó ir a divertirse a la zona infantil que había dispuesta junto al restaurante, mientras preparaban el pedido. Nikolái no prestó atención hasta no darse cuenta de que se quedaría solo con ella.
—¿Quieres que te acompañe?—Le propuso, sonriéndole. La niña le miró sopesándolo, después miró a su tía y con una risilla curiosa le hizo un gesto negativo.
—No. Iré con mamá. Tú cuida de tía Beth.—Nikolái se quedó petrificado, ¿desde cuándo los niños intuían tanto? Le dedicó una mirada disimulada a aquella mujer, evitó resoplar. Como si ella necesitase a alguien que la cuidase.
—Está bien, pero solo hasta que traigan la comida eh?—Ayna se levantó y se perdió junto con Isola. Nikolái miró a la mujer que tenía delante. Ella apenas le dedicó unos segundos y agachó la mirada para pasar distraídamente las hojas de la carta del menú. Nunca antes se había sentido tan insignificante. Aunque tan solo fuese por su fortuna, las mujeres hacían cola tras él para que les prestase atención. «Espera, ¿no se supone que es eso lo que odias?», resopló. Aquella situación le estaba confundiendo. Carraspeó de nuevo. Él no se tenía por un hombre tímido y mucho menos cobarde.
—Quería disculparme por lo de la otra noche.—Ella levantó la mirada.
—Ajá.—Volvió a mirar la carta. «Un momento, ¿ya está? ¿Me está ignorando deliberadamente?».
—¿Ajá? Se supone que tendrías que decir...
—¿Qué tendría que decir?—le interrumpió.
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El Caballero Oscuro
RomanceDominic es exigente, prepotente e insoportable. Esa manera casi espartana de trabajar le mantiene en alerta y en un agotador estado de resistencia. El despotismo de Dominic la conduce a una espiral de misterio y claroscuros llenos de cicatrices dond...