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Afortunadamente tenía que preparar una conferencia muy importante y podía saturar todos sus sentidos para ese cometido. Por nada del mundo quería tener un solo segundo libre para no pensar en lo que no debía. Jamás se había encontrado tan necesitado en toda su vida. Se sentía como al mendigo que sentaban enfrente de un banquete. Toda la vida sin ver comida y de repente le situaban ante un festín que le provocaba mareo y ansiedad a partes iguales. ¿Por dónde empezar? Así se había sentido con ella. Cuando le ofreció la tarta pensó que era simplemente un detalle de cortesía, pero en sus ojos brillaba la pasión. Era un hombre que no había tratado con mujeres, pero no era tonto. La situación se fue caldeando y el corazón se le salía del pecho. Estaba tan emocionado por todo que se sentía torpe. Por el detalle de que le hubiese traído pastel, porque le hubiese echado de menos, porque había dormido con él sin importarle sus cicatrices, es más, se había despertado con la agradable sensación de sentir sus labios contra su espalda. Todos sus sentimientos estaban al descubierto y sus instintos más humanos también. Esa mujer no podía hacerle arder de aquella manera, sintiéndose tan hambriento como se sentía, y pretender que no se lanzase a la desesperada para saborearla entera hasta engullirla. Dios sabía que a él le había hecho falta mucha fuerza de voluntad para contenerse. Se maldijo a sí mismo por haber establecido esa estúpida regla de recepción. Cuando ella se marchó, aún fue peor, porque había probado su piel y le urgía saciarse. La había lamido, chupado y succionado. ¿Quién podría imaginarse que él hubiese hecho semejantes cosas? Y lo peor, había disfrutado como nunca, cosa que le dejaba en un hermoso estado de impaciencia. Después de divagar un rato, sacudió la cabeza y se concentró de nuevo en el ordenador.

Llamaron a la puerta.

—Adelante.—Él miró de soslayo y volvió al ordenador, solo para volver a girar la cabeza. Ahí estaba ella. ¿Qué hacía allí tan temprano? ¿Había venido a torturarle? Aún no se había preparado para un nuevo encuentro, ni siquiera sabía cómo mirarla a la cara. Se quedó observándola. Estaba preciosa, con un vestido blanco de lino que le llegaba a los muslos. La parte del pecho era de encaje y lo adornaba con un colgante de color rojo a juego con unos tacones altos. El pelo suelto a lo salvaje. A Dominic le faltó el aire. Nunca había prestado demasiada atención a las mujeres y mucho menos a sus indumentarias, pero se descubría a sí mismo admirando la ropa femenina.

—Necesito que cumplas con tu promesa, a poder ser ahora.—Le sonrió. Se levantó del sillón y se quedó mirándola a los ojos.

—¿Qué?

—Que si puedes hacerte cargo de Isola. Mi tía y yo tenemos una reunión con los abogados y no tenemos con quién dejar a la niña.—Dominic parpadeó.

—Pero hoy tengo una conferencia muy importante...—Su tono era serio. Observó la decepción en sus ojos—. Está bien. ¿Dónde está?

—Abajo. Ahora le digo que suba.—Se giró para salir pero él fue más rápido, rodeó el escritorio y la agarró del brazo. Ella lo miró asombrada.

—Tienes... —Miró al suelo y carraspeó—. ¿Tienes que ir así?— Ayna abrió los ojos con perplejidad.

—¿Qué pasa?—Ella lo miró con cautela. Pero él enseguida la soltó y se removió el pelo.

—No, nada.—Resopló. Aquello era tan absurdo.

—Bien.—Ella le puso la mano en el pecho cosa que atrajo su mirada—. Gracias por cuidar de mi hermana.—Él hizo el amago de cogerle la mano, pero ella ya la había quitado y había salido por la puerta. Se quedó allí. Mirando el lugar donde había estado.

—De nada.—susurró. Despertó de su trance cuando oyó por el pasillo cómo alguien corría y antes de que siquiera pudiese reaccionar, Isola se había abalanzado sobre él.

El Caballero OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora