Al volver a mi mesa particular, noté que Wally ya se encontraba allí.

—Tanta gente me provoca claustrofobia. ¿Me acompañas al patio? Necesito fumar —musitó, ya poniéndose de pie y sacando una cajita de cigarrillos y un mechero de su abrigo.

   No tenía la intención de quedarme solo en la mesa nuevamente, y parecer aún más marginado y antisocial que en el colegio los primeros días, así que después de asentir con la cabeza lo seguí.

   Nos encaminamos hasta la puerta trasera que llevaba a un jardín con mucho césped, árboles y plantas de todo tipo. De no ser porque no tenía techo, y al subir la mirada veías un cielo oscuro y aterrador, hubiera dicho que se asemejaba a un invernadero.

   Wally se detuvo junto a la puerta y se llevó el cigarro a la boca.

—¿Quieres? —ofreció, después de encenderlo y largar la primera pitada.

   Alcé las cejas, inspirando. Nunca antes había probado uno, ni ningún otro tipo de droga —ilegal o no—, pero las cosas ya no eran como antes.

—Quizá después —dije, sin embargo.

   Wally se encogió de hombros, guardando en el bolsillo de su pantalón el mechero y la cajita.

—Estabas bailando con Violet. Bastante atrevido.

—No creí que fuera ilegal —repuse.

—Y no lo es, pero eso depende de cada uno —indicó—. Me sorprende, sin embargo, tanto tu ambición como su simpatía por ti.

—Yo no diría que es simpatía —hice una mueca—. Sino, más bien, tolerancia.

—Tolerancia o simpatía, da igual. El caso es que, por alguna extraña razón, ella te deja acercarte. Y tú aprovechas eso, yendo una y otra vez a ella. Como si fuera un ciclo.

   No sabía a qué quería llegar con esto, la verdad.

   Pero tenía la idea de que tal vez no era tan bueno como aparentaba; así que dejé que la conversación fluyera mientras lo distraía con otra cosa.

—No habla mucho de su hermana —murmuré.

—Ah, cierto. ¿Raven, no? La que adoptaron... —consideró, largando el humo hacia el frío aire— Sí, a veces lo olvido. Ocurrió hace tantos años que ya no es una noticia que alerte a todo el mundo.

—Parece como si quisiera encubrirlo —repliqué—. Aunque haya salido en los periódicos, y todo eso.

   Wally se encogió de hombros.

—Cada persona hace lo que cree que es correcto para su reputación. Mi padre, por ejemplo, le ocultó a mi madre lo de su amante porque sabría que eso destruiría cualquier pensamiento bueno que tuviera sobre él. Y tuvo razón, ya ves. La infidelidad nunca trae resultados exactamente optimistas.

   Wally se terminó el primer cigarro y fue por su segundo.

—Pero, ¿acaso la quiere? —Siseé, en el silencio de una noche tranquila, envuelto en el humo de la nicotina— ¿De la manera en que se quiere a un familiar?

—Eso no puedo confirmarlo. Quizá debas preguntárselo.

   Me crucé de brazos, adoptando a su vez una expresión que decía que claramente estaba bromeando.

   Cosa que hizo que él lanzara una carcajada.

—Sí, bueno —reflexionó—, tal vez no sea tan buena idea dicha en voz alta.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora