A lo largo de la semana, había aprendido dos cosas:

   La primera, que Zoe era una chica que rebosaba de hiperactividad teniendo un cuerpo tan menudito, que detestaba el café y creía en la vida extraterrestre.

   Y la segunda, que tener un infiltrado dentro de un operativo personal y juvenil, para saber dónde demonios estaba la chica que me traía loco, era más tedioso de lo que se podía imaginar.

—Ya te digo yo —Zoe dijo por el teléfono—, tienes que tenerme paciencia. No es como si pudiera pasearme por el pasillo y entrar de sopetón al despacho, Max.

   De fondo, se oían las cazuelas chocar, los cubiertos tintinear y las bebidas siendo vertidas en las copas de cristal.

   Bufé.

—He aguantado casi un mes —espeté—, no quiero seguir haciéndolo.

—Justamente porque has aguantado, puedes esperar unos momentos más. Soy capaz de conseguirte la información, pero necesito tiempo. ¿Prefieres eso, o que no te ayude?

   Y otra cosa que había aprendido de Zoe, además, era que siempre era convincente y razonable a la hora de hablar.

—De acuerdo, está bien —me resigné—. Te dejaré hacerlo a tu manera.

—Gracias.

—Y en cuanto a la cita...

—De eso no te preocupes. Ya me encargo yo —garantizó. Y luego oí cómo le gritaba a otra persona de la cocina—. ¡Eh, Devon, no sirvas el vino ahí, las copas están sucias! Lo siento, tengo que irme, de lo contrario cagarán el almuerzo de los Gold.

—Pues no veo el problema —repliqué.

   Se rio.

—Sí, ya, pero eso es porque tú no trabajas para recibir una paga necesaria por su parte —objetó—. Cómo sea, Max, puedes asegurarte de que te diré lo que tenga apenas lo consiga.

—Okey. Hasta luego, Zoe.

—Nos vemos, Max.

   Y finalizó la llamada.

   Emití un suspiro mientras veía cómo Ginna corría de un lado a otro la pelota que Maggie le había traído.

   Y cuando la bola se detuvo en mi pie, Ginna me miró con sus ojos brillantes y ladeando su pequeña cabeza.

—Tú no tienes que preocuparte de mucho, ¿verdad? Sólo de cagar cuando lo requieres, y de comer. El afecto de los humanos es una ventaja que viene incluida.

   Volvió a ladear la cabeza, sin comprenderme. O probablemente lo que esperaba era que le arrojara la pelota.

   Así que lo hice, y ella salió corriendo en busca de la misma.

   Tomé el celular entre las manos y revisé cada una de mis redes sociales. Esta mañana le había enviado un mensaje a Violet —como de costumbre—, o al menos al número que aún tenía agendado. Y como era usual, sólo quedó en una simple tilde gris.

   No sabía qué esperaba exactamente con eso. Sabía que no iba a responder, muy en el fondo de mí mismo; que probablemente la habrían obligado a deshacerse del número para que nadie consiguiera contactarla.

   No tenía ilusiones con que, algún día, la tilde se convirtiera en una doble tilde. Y que luego, se tornaran azules. Sabía que eso no ocurriría, al menos no con ese número de móvil.

   Pero enviarle aclaraciones sobre cómo fue mi día, o cómo la estaba pasando sin su compañía frecuente, o qué tipo de dramas había en el instituto... Parecía una forma de conectarme con ella aunque no estuviera del otro lado para recibirme. Se asemejaba a una manera de recordarla, de sentirla. Y aunque no me oyera, aunque no me leyera, el mero hecho de reflexionar sobre que en algún tiempo aquel fue nuestro medio de contacto viable, me hacía sentir que no la había abandonado.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora