La limosina de Thomas me dejó en el trabajo, como si nada hubiese pasado. El hombre, una vez que hubiese aparcado, me obligó a bajarme. Y no puse resistencia.

   Cuando estuve nuevamente en la calle, sentí que el oxígeno me purificaba los pulmones como nunca antes. No me había percatado hasta el momento que, dentro del vehículo oscuro de los Gold, olía a corrupción y conflictos.

   Un ambiente que querría evitar todo el tiempo, si era posible.

   Cuando entré a Gatters, Francis me esperaba detrás del mostrador con el teléfono en su oreja.

—¡Muchacho! —Exclamó, colgando el móvil— Me tenías preocupado, estaba a punto de avisar a la policía...

   Pero se detuvo al instante. Pude deducir que había observado mi expresión, porque rodeó el mostrador hasta posicionarse frente a mí.

—¿Estás bien?

   Sacudí la cabeza de lado a lado.

—¿Qué ocurrió? —insistió.

   Tomé una inhalación. No pensaba dejar las cosas así, no cuando prácticamente fui secuestrado por el hombre que todos los medios persiguen.

—Yo... —balbuceé— Thomas Gold me retuvo. Contra mi voluntad.

   Francis puso los ojos como platos.

—¡¿Cómo dices?!

   Sólo me limité a asentir. Todo lo que había pasado en la última media hora sucedió demasiado rápido ahora que lo consideraba: Ariadne y su engaño, la conversación en la limo, mis plegarias a quien sea para que Joel y Violet se encontraran a salvo, y el viaje de vuelta. Sin mencionar la reacción de Gold en cuanto comprendió que en la casa de Joel no encontraría lo que estaba buscando.

   Francis me sostuvo de los hombros. Me miró directamente, y entonces chasqueó la lengua.

—Bien. Te llevaré a casa.

   No protesté. Lo observé dar vuelta el letrero en la puerta del local para que en vez de "abierto" señalara "cerrado", y me llevó hasta el exterior. Cerró con llave y nos dirigimos a su camioneta.

—¿Quieres hablarlo? —me preguntó.

   Pero mi silencio le daba una respuesta suficiente.

   Me hizo entrar en furgoneta color ladrillo, y encendió el motor en cuanto ambos nos encontramos dentro.

   Durante todo el trayecto no me hizo preguntas, lo cual agradecí. Incluso tampoco pidió por mi dirección, pero insinué que ya la conocía dada la ficha de adopción canina que había llenado en su momento.

   Veía cómo recorríamos las calles a toda velocidad, pero a su vez era incapaz de concentrarme en algo. En cualquier cosa.

   Estaba recordando cada momento con Thomas Gold. O al menos lo intentaba, porque las imágenes se veían borrosas en mi cerebro.

   Perdí la noción del tiempo. Tal vez hubieran pasado dos minutos, o veinte, para cuando noté que estábamos en el frente de mi hogar. Francis se quitó el cinturón de seguridad.

—¿Hay alguien en tu casa? —cuestionó.

   Decidí asentir con la cabeza otra vez.

—De acuerdo. Quédate aquí por unos segundos, ¿puedes? Iré a avisar.

   No tuve el tiempo de asentir esta vez. Francis se bajó del coche y corrió hasta la puerta principal.

   Pude ver cómo Maggie salía al encuentro de mi jefe. Pude ver cómo se erguía, cómo avanzaba hasta el vehículo aparcado en su calle. Pude ver cómo Francis la ayudaba a abrir la puerta del asiento de copiloto y cómo me sacaban del interior de la camioneta.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora