El viernes llegó pronto, y con él, la fiesta de cumpleaños de Austin.

   Mientras esperaba a que Wally pasara por mí en su motocicleta, tía Maggie me enumeraba las cien responsabilidades con las que tenía que cumplir esta noche. No estoy bromeando, de hecho las estoy contando.

—No quiero que bebas demasiado —decía—. Ni fumes nada... Extraño.

—Lo sé.

—Y que veas qué estás bebiendo. No quiero que pongan algo en tu bebida.

—Lo sé, Maggie.

—Y que si vienes en coche a la vuelta, la persona que te traiga esté cien por ciento sobria de cualquier sustancia.

—Sí, Maggie.

   Y la lista seguía.

—Y que utilices protección.

   Abrí los ojos hasta que casi se me salieron de las órbitas.

—¿Crees que voy a...?

—¡Prefiero ser precavida! —chilló ella, cortándome, mientras se justificaba.

   Me reí por lo bajo.

   Porque me gustaba que se encontrara de este modo, preocupándose por mi cuidado personal. Porque mi madre me lo hubiera dicho estando en su lugar, pero ahora le tocaba a ella.

   Desenchufé el cargador de mi teléfono y vi el texto de Wally que decía que estaba llegando.

—Y si ocurre una emergencia puedes llamarme. Te estaré esperando —agregó.

—No tienes por qué hacer eso —repliqué—. Tienes que dormir, ser una persona normal.

—Es tu primera fiesta. Lo haré si se me da la gana.

   Pestañeé, sorprendido ante su respuesta directa, pero lo dejé estar. Si ella quería andar con unas ojeras de mapache al día siguiente, sería su decisión.

—Es que... —suspiró— Quiero que estés bien. Que salga todo bien.

—Maggie, voy a la fiesta de cumpleaños de un amigo. No voy a entrar a un quirófano para que me realicen una operación del corazón.

   Noté que quería reírse, pero no lo hizo.

—En serio, Maximus.

—Lo sé —repetí—. Descuida. Todo estará bien.

—¿Me dirás cuando estés en la casa? ¿Y cuando estés por volver?

—Te lo prometo; si eso te tranquiliza.

   Ella asintió con la cabeza.

   Y oí el motor de una motocicleta apagarse fuera, mientras se estacionaba frente a la casa.

—Ya me voy.

—Disfrútalo —sonrió.

   Le aseguré que lo haría, y salí por la puerta principal.

   Wally estaba allí, montado sobre su vehículo de dos ruedas.

—Hey —dijo él.

—Hola —me acerqué, y entonces susurré—. Me imagino que ya eliminaste cualquier rastro de marihuana de tu sistema.

   Él se rio.

—Puedes estar seguro de ello. Me estoy guardando para esta noche. Y además mi madre se pondría como loca si sufro algún accidente en moto bajo los efectos del porro.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora