—¿Maggie? —pregunté en voz alta, entrando en la casa, sosteniendo aún la caja entre mis manos.

—En la cocina, cariño —respondió su voz, en un grito amortiguado por las habitaciones.

   Caminé hasta encontrarme con ella, con el objeto que contenía al ser viviente dentro. Mi tía estaba de espaldas a mí, lavando los trastos.

—¿Te fue bien en la escuela? —quiso saber, cerrando el grifo.

   Y dándose vuelta. Y mirándome a mí, y a la caja.

—¿Qué traes ahí?

—Dije que lo arreglaría —me excusé, refiriéndome a los textos recibidos por su parte hoy—. Y... No sé. Pensé en esto.

   Maggie frunció su entrecejo, exponiendo ciertas arrugas por su parte. Desconfiada, caminó hasta plantarse frente a mí y revisar el contenido de la caja de cartón.

—Dios santo —masculló.

—¿Estás...?

—¡Maximus! —Exclamó, con sus ojos abiertos— ¡Apenas puedo contigo, ¿qué haré con un perro?!

   El comentario de preocupación me hubiera resultado divertido en otra oportunidad, pero la expresión de Maggie me hacía encontrarme de un modo particular. En alerta.

—Perra —corregí—. Es ella.

—¡No me importa qué sea! —Chilló— No... No creo que sea capaz de tomar otra responsabilidad. Si hubiera querido una, habría tenido un hijo hace bastante tiempo ya.

—En el camino pensé en llamarla Ginna —repuse.

   Y eso causó un silencio abrupto por su parte.

—No hagas esto. No me hagas sentir una persona terrible —murmuró, cerrando los ojos.

—Quizá es lo que necesitas —consideré—. No voy a devolverla, si es lo que piensas. Te agradará, mírala.

   Maggie abrió sus ojos cuando saqué al cachorro de donde estaba situado. Con sus ojos oscuros brillando, y su pequeña lengua afuera, dispuesta a jugar, se la tendí a Maggie.

   Mi tía me dio una mirada de angustia, pero finalmente cedió a sostener al can.

   Y ella le lamió la mano, juguetonamente.

—Es... Es bonita —reflexionó la mujer.

—Y graciosa. Tenías que verla con sus hermanas, es única e inigualable.

   Maggie suspiró.

   La perrita ladró agudamente, cosa que nos sorprendió a ambos. Maggie profirió una risita.

—Bien. Bien, pero tú te encargarás de sacarla. Y de conseguir su comida —agregó—. Ginna necesitará más amor del que puedas imaginar.

   Y la confirmación de su nombre terminó por arrancarme la sonrisa que estuve reteniendo todo este tiempo.



   Para cuando terminé los deberes de Historia, mi celular vibró sobre el edredón de la cama.

   Tal vez era Wally, preguntando —otra vez— si iría a la fiesta de Austin en los próximos días. Cosa que le había confirmado ya tres veces antes, pero parecía muy exasperado por saberlo al cien por ciento.

   Tomé el teléfono entre los dedos pero, al ver las notificaciones, vi que era un mensaje de un número desconocido.

   Quiero saber cómo está ella. ¿Es feliz?

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora